martes, 31 de julio de 2007

GLOBALIZACIÓN, ECONOMÍA Y SOLIDARIDAD HUMANA

Reflexiones sobre la Globalización. Ponencia presentada por el prof. Rafael Termes en la sesión sobre "La Economía al servicio del hombre" dentro del Congreso "Prendersi cura dell'uomo nella societa tecnologica".Roma 6.IX.2000


Reflexiones sobre la Globalización
Ponencia presentada por el prof. Rafael Termes (*)


El título de esta mesa redonda es "Economía y solidaridad humana". Me parece que, hoy, hablar de economía desde un punto de vista humano, exige referirse a la "globalización". De hecho, ahora se habla mucho de globalización. Unos para elogiarla entusiásticamente; otros para criticarla fuertemente. Al oír estos alegatos, podría pensarse que se trata de una ideología, una manera de pensar a la que unos se adhieren y de la que otros reniegan.

Si queremos hacer un poco de luz en el debate, lo primero será aclarar que la globalización, lejos de ser una filosofía, no es otra cosa que un hecho descriptible. Se trata de un proceso, a consecuencia del cual, la libre circulación transnacional de bienes, servicios y capitales se va haciendo mayor y cada vez más intensa, gracias, por una parte, a los avances tecnológicos, sobre todo en el campo de la información y la comunicación; y gracias, por otra parte, a la deliberada decisión de los gobiernos nacionales en orden a la liberalización de los intercambios. Este hecho tal como lo acabo de describir, es un hecho comprobable. Basta comparar lo que, en los mismos aspectos, sucedía hace, por ejemplo, tres décadas.

Sin embargo, si de ello se quiere deducir que se trata de un fenómeno nuevo, de la aparición -en términos también muy al uso- de una "nueva economía", habrá que recordar que en los cincuenta años anteriores a la Primera Guerra Europea, los flujos internacionales de bienes, servicios, capitales y personas, en términos relativos y, en ciertos casos, también en términos absolutos, eran muy superiores a los actuales.

La globalización, por lo tanto, es un proceso económico-financiero que viene desarrollándose, con altos y bajos, desde hace bastantes años. Y este proceso, como la inmensa mayoría de los hechos económicos, desde el punto de vista moral, es neutro; sin embargo, puede producir efectos positivos o negativos, éticamente deseables o éticamente rechazables. Dependerá de la manera como lo utilicen las personas y las instituciones que intervengan en el proceso, es decir, dependerá del sistema ético-cultural al que los agentes se hallan vinculados y del sistema político-jurisdiccional en el que el proceso se halle enmarcado. Volveremos a ello.



La "primera" globalización

Las causas de la "primera" globalización, la que tuvo lugar entre 1850 y 1914, hay que buscarlas, al igual que sucede ahora, por una parte, en las políticas de apertura practicadas por los gobiernos de los distintos países, que supusieron una fuerte reducción de las barreras arancelarias, y, por otra parte, en la aparición de nuevas tecnologías que produjeron una importante reducción del tiempo y del coste del transporte. Esta globalización de la economía en la segunda mitad del siglo XIX y en las primeras décadas del XX, acompañada de la libertad de movimientos de capital, se tradujo en un gran desarrollo del libre comercio y un fuerte movimiento migratorio, favorecido por la inexistencia, en aquel entonces, de controles gubernamentales a la inmigración.

Como botones de muestra de una y otra cosa, baste decir, por un lado, que entre 1870 y 1913, el crecimiento del comercio mundial (3,5%) superó ampliamente al del producto real (2,7%), con una muy elevada participación en el PIB de la suma de exportaciones e importaciones. Y, por otro lado, que entre 1850 y 1914, sesenta millones de personas emigraron de Europa a América, de forma que la fuerza laboral en el Nuevo Mundo creció en un 49%, mientras que en el Viejo Continente se redujo en un 22%. El resultado fue que en Europa, ante la escasez de mano de obra, los salarios subieron, al tiempo que, en los países emergentes, el aumento de la productividad permitió también un aumento de los salarios reales.

De forma que la interconexión de los mercados de bienes y de los factores de producción, capital y trabajo, llevó a la equiparación de los precios de los bienes comercializables internacionalmente, así como de los tipos de interés y de los salarios. Todo lo cual condujo a una importante convergencia real, es decir a la igualación del nivel de vida en los países que participaron de aquella globalización. Digo, e insisto, en los países que participaron en la globalización anterior; otra cosa es en los países que quedaron excluidos de la misma.

Hay que concluir pues que, desde el punto de vista social, la primera globalización produjo resultados satisfactorios. Desgraciadamente, a partir de 1914 y hasta 1950, esa tendencia favorable se vio truncada por la destrucción del sistema económico y financiero internacional, a causa de las dos guerras mundiales; por la desaparición del patrón oro; por la adopción de medidas proteccionistas, sobre todo arancelarias, por parte de los gobiernos; y por la implantación de severas restricciones a los flujos transfronterizos y a la libre circulación de personas. Todo ello hizo que la globalización quedase frenada.



La "segunda" globalización

Sin embargo, a partir de 1945 y, especialmente desde 1950, las cosas empezaron a cambiar para caminar de nuevo, en lo que se refiere a la apertura de fronteras, hacia lo que había sido antes de 1914. Por otra parte, desmantelado en 1973 el sistema de Bretton Woods, para dar paso a un régimen de tipos de cambio flotantes, se revitalizó el mercado de capitales y se favoreció la supresión progresiva de los controles de cambio. De esta forma quedaban sentadas las bases para la aparición de un nuevo proceso de globalización que, efectivamente, tiene lugar en forma paulatina desde hace 50 años y que actualmente se acelera, a consecuencia, sobre todo, de los nuevos avances tecnológicos, ahora en el campo de la comunicación y la información, lo que permite la apertura de nuevas vías para la organización de las empresas a escala mundial, con mayor eficiencia e integración internacional. Esta característica, cuyo paradigma es "internet", es la que hace decir que nos hallamos en puertas de una "nueva economía global".

Y, en cierta manera, es cierto, ya que, si bien, como hemos visto, existió una primera fase de globalización, la actual presenta una muy significativa diferencia con la anterior. Dejando aparte la que se refiere a la naturaleza del cambio tecnológico en una y otra globalización -transportes en la primera, comunicación e información en la segunda- lo que importa subrayar es que la globalización del siglo XIX dejó fuera a la mayor parte del mundo y la que se está configurando en el tránsito del siglo XX al XXI supone una apertura exterior no sólo para los países desarrollados, sino para muchos países en vías de desarrollo de Asia e Iberoamérica, que pueden, teóricamente, beneficiarse de la revolución de las comunicaciones y la información, permitiéndoles acceder de manera barata a las nuevas tecnologías, para aplicarlas a sus procesos productivos.

Ahora bien; si los factores que determinan el proceso de globalización, como queda señalado, son el avance tecnológico y la liberalización de los intercambios de bienes, servicios y capitales, el agente de la globalización son las empresas multinacionales, tanto financieras como no financieras, que se implantan en los diversos países, desarrollados o en vías de desarrollo, y al incrementar con su actividad mercantil los flujos comerciales y de capitales entre estos países, aumentan la integración internacional de los mercados.

Me interesaba dejar señalado este aspecto, porque el hecho de que los agentes de la globalización sean precisamente las empresas multinacionales o transnacionales, tan frecuente como, por lo general, injustamente maltratadas por determinados grupos, es de singular importancia para lo que nos queda por ver.



Los efectos de la globalización

Señalados pues los factores de la globalización y sus agentes, ahora, en el marco de la reunión en que nos hallamos, procede preguntarse si los efectos del fenómeno han sido y, previsiblemente, serán beneficiosos para las comunidades afectadas y, en definitiva, para las personas individuales que las integran, o, por contra, éstas resultarán perjudicadas en su dignidad y en su nivel de bienestar material y espiritual.

Son muchos, aunque no sé si los más competentes, los que piensan que la globalización ha sido la causante del aumento de la pobreza en el mundo y del ensanchamiento de la distancia relativa entre países ricos y países pobres. Para aceptar o rechazar esta opinión, es necesario, en primer lugar, elegir adecuados indicadores del nivel de riqueza o pobreza, a fin de que, vista su evolución a lo largo de los procesos de globalización, podamos asentar algunas conclusiones, sin olvidar que en este caso, como en tantos otros, la coexistencia de dos hechos no implica que el uno sea causa del otro.



La globalización y el crecimiento económico

En esta línea de búsqueda de indicadores, parece que debemos aceptar que la mejora del bienestar material depende del crecimiento económico. Si éste tiene lugar a un ritmo superior al crecimiento de la población, el producto per cápita aumenta. Es cierto que el PIB per cápita no es un perfecto indicador del bienestar social y puede distorsionar la evaluación del nivel de riqueza, o de pobreza, que es lo que, por razones humanitarias, más debe interesarnos. De aquí que se hayan construido otros indicadores más complejos. Uno de ellos es el Indice de Desarrollo Humano (IDH), elaborado por las Naciones Unidas e integrado por tres conceptos: educación, renta y expectativas de vida al nacer. Este índice se expresa en una escala de 0 a 1, en la cual 0,5 señala el punto en el que un país o una región comienza a salir de la pobreza. Aplicado el IDH al período comprendido entre 1870 y 1995, se observa que la convergencia mundial en el nivel de desarrollo ha sido mayor de la que se obtiene utilizando sólo la renta per cápita, aunque los países de Africa y del sur de Asia, se hallen en 1995 por debajo del dintel de pobreza, medida por este indicador.

Sin embargo, como sea que el PIB per cápita, a pesar de las deficiencias dichas, es el indicador más utilizado para medir la llamada convergencia real entre países o zonas, será bueno ver cómo ha evolucionado el PIB per cápita, en los distintos mundos, a lo largo de los períodos de globalización de la economía.



Un excurso: población y crecimiento

Pero antes, me van a permitir un excurso para reflexionar sobre la definición del PIB per cápita, como cociente entre el producto total y la población total, porque, dada esta definición, hay dos maneras de hacer crecer el PIB per cápita. Una, aumentando el numerador; otra, disminuyendo el denominador. Esta segunda fórmula es la preferida por los neomalthusianos. So pretexto de que los medios de subsistencia crecen a un ritmo inferior al crecimiento natural de la población, como dijo y nunca probó Thomas Robert Malthus en 1798, estos grupos propician políticas antinatalistas para los países en desarrollo, incluyendo el uso de anticonceptivos y recurriendo, incluso, al aborto. La verdad es que la teoría malthusiana no tiene fundamento alguno. En los últimos dos siglos -cuando la población se ha sextuplicado- el PIB real mundial ha aumentado 50 veces. Esto es válido también para las economías en desarrollo, donde la población se ha multiplicado por un factor de 6,1 y el PIB real por 36. En los últimos 40 años, en que la población mundial se ha duplicado, creciendo a una tasa media anual del 1,8%, el producto real mundial ha crecido a una tasa del 4%. Es decir, el producto por persona ha crecido a una tasa de 2,2% al año. Esto implica que la disponibilidad de bienes por habitante se ha más que duplicado durante los últimos 40 años. Nadie, por tanto, puede argumentar que la explosión demográfica está empobreciendo al mundo.

Las argumentaciones de los controlistas se explican por otros motivos relacionados con intereses menos confesables. La realidad es que los demógrafos han cedido a las presiones de las instituciones donantes de fondos y se han plegado a los criterios impuestos por ellas, en detrimento de las exigencias del trabajo científico. De hecho, cuando el organismo oficial estadounidense de ayuda al desarrollo se convirtió en la principal fuente de financiación de los estudios demográficos, estos estudios acabaron convirtiéndose en "sirvientas" de los programas de control de la natalidad, para lo cual algunos demógrafos crearon una nueva teoría que justificaba el intervencionismo. Tal teoría se basa en que, si bien los campesinos de los países menos desarrollados son agentes racionales, no limitarán la natalidad por sí solos, porque carecen de los métodos anticonceptivos necesarios para planificar sus familias. Así empezó a difundirse la idea de que en los países menos desarrollados existe una "demanda insatisfecha" de anticonceptivos, idea tras la cual no es inverosímil suponer que se escudan intereses mercantiles.

Por lo tanto, abandonando, por erróneas, las pesimistas teorías malthusianas, el crecimiento del PIB per cápita ha de lograrse operando sobre el numerador, es decir, sobre el crecimiento del producto, el cual, de acuerdo con los optimistas principios basados en la creatividad humana, es directamente proporcional al crecimiento demográfico. Un firme adalid, en tiempos recientes, de la defensa del crecimiento de la población como garantía para el avance económico fue el profesor Julian Simon, de la Universidad de Maryland, fallecido inesperadamente en 1998, a las pocas semanas de haber recibido el Doctorado Honoris Causa en Ciencias Económicas y Empresariales por la Universidad de Navarra. El profesor Simon, infatigable trabajador y hombre comprometido con la verdad, además de desmontar con elocuentes cifras la tesis sobre la necesidad de reducir el crecimiento de la población, afirma rotundamente que el instrumento por excelencia para el desarrollo no es la reducción arbitraria de la población sino la población misma.

Todo lo cual no impide reconocer que existe una gran desigualdad de renta por habitante entre las distintas regiones y países del mundo. Pero esto, que no tiene nada que ver con la evolución demográfica, es consecuencia, en parte, de los modelos socio-económicos que imperan en los países menos desarrollados, y, en otra parte, de la actitud de los países ricos en relación con los países pobres, aspecto este último al que tendremos que referirnos más adelante.

Por esto, el profesor Simon añadía que el problema del mundo no es el exceso de población sino la falta de libertad política y económica. El aumento de la población, de momento, puede causar problemas de escasez. Pero, en ausencia de regulaciones erróneas de la actividad económica, la gente resuelve los problemas y al final se da una situación mejor que si no se hubiera producido la escasez. El último recurso es la gente, especialmente la gente joven cualificada y esperanzada cuando puede obrar con libertad.

Estas ideas de Julian Simon coinciden con la teoría de la población de Hayek, planteada en su último libro "La fatal arrogancia", donde afirma que "el aumento demográfico no puede sino resultar favorable a la evolución económica, iniciando procesos de ininterrumpida aceleración hasta constituirse en el factor que fundamentalmente condicione cualquier ulterior avance de la civilización, en sus aspectos materiales o espirituales".



La globalización comercial. Ahora, terminando el excurso que, con su benevolencia, me he permitido, me interesa volver al hilo del discurso para ver la relación que existe entre la globalización, tanto comercial como financiera, y el crecimiento económico. Prescindiré, por estar fuera de lugar, del análisis de los modelos teóricos sobre el crecimiento y me referiré sólo a los trabajos empíricos.

En cuanto al comercio, la mayoría de estos estudios encuentran una correlación positiva entre el crecimiento del comercio internacional y el crecimiento del PIB y, aunque hay diferencias entre los autores, ningún economista mantiene hoy que la protección frente al comercio exterior sea buena para el crecimiento; y todos los de mayor reputación se manifiestan claramente en favor de que la apertura externa, es decir, la globalización comercial, favorece el crecimiento. En apoyo de la misma convicción, la Organización Mundial del Comercio (OMC) argumenta que toda barrera al comercio internacional aumenta los precios de las importaciones y los costes de producción nacional, restringe la capacidad de elección del consumidor y reduce la calidad. Dichas barreras actúan como un impuesto y, por lo tanto, su eliminación equivale a una reducción de impuestos, con el consiguiente aumento de la renta disponible de los consumidores.



La globalización financiera. En cuanto a la globalización financiera y su impacto sobre el crecimiento, la mayoría de los trabajos empíricos muestran una relación positiva entre el crecimiento y las entradas de capital y la liberalización de los mercados financieros mundiales. Aunque las conclusiones extraídas de los diversos trabajos, en términos cuantitativos, difieren, no parece desacertado aceptar que pasar de un sistema financiero cerrado a otro totalmente abierto puede suponer aumentos de la tasa de crecimiento económico de entre 1,3 y 1,6 puntos porcentuales anuales.

Para concluir estas consideraciones en relación con el impacto de la globalización, comercial y financiera, sobre el crecimiento económico, me parece oportuno aportar los textos de David Greenway (1998) y Jeffrey Sachs (1997), citados por Guillermo de la Dehesa en su reciente libro "Comprender la globalización". El primero dice: "Un régimen de comercio altamente proteccionista y distorsionado es una condición necesaria y suficiente para tener un crecimiento económico lento. Un régimen de comercio liberal y abierto es una condición necesaria, pero no suficiente, para tener un crecimiento rápido. La liberalización del comercio en sí misma no llevará a una economía a un nuevo camino de crecimiento. Puede ayudar muchísimo, pero debe de ser compatible con otras reformas de política económica y necesita ser sostenida y sostenible". El segundo autor señala: "El capitalismo global es seguramente el arreglo institucional más prometedor para la prosperidad mundial que haya visto la historia. Pero el mundo va a necesitar sabiduría y fuerza para explotar sus beneficios potenciales, y para ello debe liderar un sistema abierto basado en reglas estables sobre la base de principios que sean mundialmente aceptados".

La apelación de Jeffrey Sachs a la sabiduría, recuerda las palabras que Juan Pablo II pronunciaba el pasado 1 de mayo, en Tor Vergata, afirmando que "la globalización es hoy un fenómeno presente en todos los ámbitos de la vida humana, pero es un fenómeno que hay que gestionar con sabiduría. Es preciso globalizar la solidaridad".

En efecto; solidaridad y subsidiariedad, los dos grandes principios de la Doctrina Social de la Iglesia, tienen mucho que aportar a un tratamiento de la globalización que tenga en cuenta las exigencias de las personas. Pero ya tendremos tiempo de extendernos sobre ello. Ahora nos interesa avanzar en el análisis de la globalización, pasando del crecimiento económico, que acabamos de estudiar, al impacto de la globalización sobre la renta per cápita, como principal indicador del bienestar material.



La globalización y la renta per cápita

Ciñéndome, de momento, a los países desarrollados, la experiencia histórica demuestra que en los períodos de globalización el crecimiento del PIB per cápita ha sido más elevado que en los períodos de proteccionismo. En dichos países, de 1820 a 1870, el crecimiento del PIB per cápita medio anual fue del 0,9 por ciento. Entre 1870 y 1913, la primera globalización lo subió al 1,4 por ciento. Entre 1914 y 1950 cayó al 1,2 por ciento, y entre 1950 y 2000 ha vuelto a subir, alcanzando el 3 por ciento.



Esto hablando sólo de los países industrializados. Pero, ¿qué ha sucedido en el conjunto de los países, incluyendo los del Tercer Mundo?

No teniendo tiempo para entrar en el detalle, el resumen sería que, en la primera globalización, una serie de países industrializados convergieron en renta por habitante con Gran Bretaña, que era el lider de la revolución industrial y había aumentado fuertemente su crecimiento. Estados Unidos llegó a más, puesto que, al final del proceso de globalización, en 1913, su renta per cápita superó a la de Gran Bretaña. Sin embargo, esta primera globalización aceleró la tendencia hacia la divergencia de la renta por habitante entre los países avanzados y los del Tercer Mundo. La principal causa del aumento de esta disparidad de renta fue la paralela industrialización de Europa y la desindustrialización del resto del mundo, que se aceleró con la expansión del comercio internacional. En 1750 el Tercer Mundo representaba el 73 por ciento del total de la fabricación de manufacturas del orbe. En 1830 dicho porcentaje había caído al 50 por ciento, y en 1913 al 7,5 por ciento. El resultado fue que en 1850, antes de que empezase el proceso de globalización, la diferencia entre los países más ricos y los más pobres, de los que había estadísticas, era de 4 a 1. Al final del proceso de globalización, en 1913, dicha diferencia había aumentado y era de 10 a 1. Es decir, entre 1750 y 1913 las diferencias de renta entre los países más ricos y los más pobres se habían multiplicado casi por 10.

Durante los 50 años de la segunda globalización ha habido una cierta convergencia de rentas per cápita entre los países ricos y algunos intermedios, los Nuevos Países Industrializados (NPI) y otra convergencia a niveles de renta más bajos entre los países en desarrollo menos avanzados. Es como si hubiese dos estados estables a dos niveles diferentes, uno para los países más ricos y de renta media alta y otro para los de renta baja y media baja.

El hecho es que la diferencia de renta entre los países más ricos y los más pobres se ha ensanchado de nuevo en este segundo proceso de globalización. En 1960 las diferencias de renta por habitante entre la media de los países de la OCDE y la de los más pobres era ya de 30 a 1 y en 1997 era de 74 a 1, es decir, se había más que duplicado. Aunque los países del sudeste asiático tienen hoy una renta por habitante más de siete veces superior a la de 1960, y por tanto han podido converger rápidamente con los países de la OCDE, la renta de los países más pobres está estancada desde 1970 y en algunos Estados ex comunistas y de Africa ha caído desde entonces.

Los economistas dicen que hay dos clases de convergencia: la convergencia "beta" y la convergencia "sigma". La beta se da cuando la renta per cápita de los países que la tienen menor se acerca a la de los que la tienen mayor. La convergencia sigma se da cuando la dispersión de la renta per cápita de todos los países tiende a reducirse. La convergencia beta es una condición necesaria, pero no suficiente, para que se dé la convergencia sigma. Puede darse una convergencia beta general y sin embargo aumentar la dispersión. Así ha sucedido. Como hemos visto, entre 1950 y 1997, la convergencia beta se ha dado entre los países más desarrollados y los NPI, y también entre los países de ingreso medio bajo y los más pobres, pero la dispersión de renta per cápita entre los más ricos y los más pobres ha aumentado de manera considerable; es decir, no ha habido convergencia sigma.



La globalización y la pobreza

Ante este hecho, que afecta a las personas de los países más pobres, estancados en su pobreza, las preguntas que nos asaltan son dos. Una, ¿tiene este proceso visos de continuar indefinidamente? Otra, ¿tiene la culpa la globalización de lo sucedido? En cuanto a la primera, aunque existen diversas visiones, unas más optimistas y otras más pesimistas, economistas de prestigio afirman que existe un marco analítico que puede explicar, a través de cuatro fases de crecimiento, la creciente divergencia actual, pero también una posible convergencia futura. Sólo tengo tiempo para decir: Dios quiera que así sea.

En cuanto a la segunda pregunta, es decir, si la globalización tiene la culpa del estancamiento en la pobreza de los países más pobres, mi respuesta es francamente negativa. La globalización es un proceso, entre otras cosas imparable, que está produciendo resultados favorables para todos los países que participan en él. No sólo para los países avanzados, sino también para los países en desarrollo. Así se desprende del estudio elaborado por la consultora A.T. Kearney, en su informe Global Business Policy Council. La integración de las economías de los distintos países ha estimulado las altas tasas de crecimiento económico, ha aumentado el empleo, ha ayudado a disminuir el número de personas que se encuentran por debajo del umbral absoluto de la pobreza y ha promovido sustanciales mejoras en el bienestar social. Y los más beneficiados han sido aquellos países que se están integrando más rápidamente en la economía mundial.

El informe revela que los países en vías de desarrollo que más rápidamente participan de la globalización han crecido entre 1993 y 1997 a un ritmo entre un 30 y un 50% más alto que sus vecinos, con unas tasas de crecimiento del PIB per cápita del 7%. Sin embargo, las ventajas de la globalización no se reducen al aspecto económico, sino que también afectan a los ámbitos social y político. Entre 1978 y 1997, en los países que más se ha avanzado hacia la integración en la economía mundial, las libertades políticas y sociales han aumentado significativamente. Según el índice elaborado por la ONG Freedom House, dicho incremento se sitúa entre el 10 y el 12%, en contraste con los países que menos han participado en la globalización, donde se ha retrocedido un 17%. Se demuestra así la falsedad de la tesis de que sólo con gobiernos autoritarios se puede aumentar el nivel de vida en los países en vías de desarrollo. Otro ámbito en el que se han producido mejoras es en los niveles de salud, aunque en este apartado los beneficios han sido para todos los países. Finalmente, el informe destaca las diferentes políticas sociales adoptadas según el grado de apertura de cada nación. Aquellas más predispuestas a la globalización se han caracterizado por un gasto social mayor, y por una alta inversión en educación secundaria y terciaria, lo que ayuda a explicar su capacidad para afrontar la creciente competitividad mundial.

Como prueba de lo que aporta, el informe señala que los países que más se han integrado en la economía mundial son los que han experimentado mayores incrementos en el IDH, que, como antes dijimos, mide la calidad de vida en cada nación, con tasas de crecimiento que doblan a las de los países restantes

Sin embargo, este panorama positivo no debe ocultar el problema de aquellos países que viven estancados en su pobreza, no por culpa de la globalización sino, exactamente al contrario, por no haber podido participar en la globalización, perdiendo así las ventajas que el proceso integrador proporciona.



La solidaridad en la globalización

Esta situación es, desde luego, lamentable y hay que esforzarse por corregirla, pero la corrección, a mi entender, no puede pasar por una intervención gubernamental, a nivel nacional o supranacional, para interferir en el proceso de internacionalización, bajo el pretexto de proteger a los países pobres, marginados por la globalización. Sería tan absurdo, a mi modo de ver, como pretender el control gubernamental de "internet" por el uso perverso que algunos hacen de este tan valioso instrumento.

Aquí es donde, a mi entender, entra en juego la reclamada solidaridad de los países ricos con los países pobres, que debe acompañar el proceso globalizador a fin de crear en estos últimos las necesarias condiciones para la integración internacional, cuyos efectos positivos son indiscutibles. Pero, a mi juicio, esto no se logrará mediante subvenciones o donativos, como se ha venido haciendo hasta ahora y que, en muchas ocasiones, sólo han servido para perpetuar las causas del subdesarrollo, como sucede en los países subsaharianos que son los que reciben mayor ayuda per cápita del mundo. El desarrollo sostenido de un país, según la corriente de pensamiento económico más serio, depende de la existencia de derechos de propiedad bien definidos y protegidos por la ley; de un marco de estabilidad monetaria y presupuestaria; de un sistema fiscal no confiscatorio; de mercados de factores y de productos libres; de la libertad de comercio y de movimientos de capital, y de la existencia de un Estado fuerte pero limitado, garante de la paz interna, del imperio de la ley y de los derechos individuales. Y esto es lo que no han tenido nunca, desde su independencia, ni los países africanos ni la mayoría de los iberoamericanos. Y así se explica que estos países se debatan en el subdesarrollo.

De aquí que la verdadera cooperación al desarrollo de los países pobres consiste en ayudarles a transformar sus sistemas económicos para que la inversión y la creación de riqueza en todos ellos sea posible. Y es en este punto donde no tienen razón las ONG's, personificando en estas siglas todos aquellos que sensibilizados por la situación de los países pobres y llenos de buena voluntad, están todavía anclados en la dialéctica Norte-Sur, ignorando que la diferencia entre los países no es la geográfica, Norte o Sur, sino la que se da entre sistemas basados en la libre iniciativa y el mercado y sistemas basados en el intervencionismo estatal, ya sean de corte tradicional ya sean socialistas. Estas ONG's se quejan, por ejemplo, de que el FMI y el Banco Mundial condicionen el perdón o alivio de la deuda a la realización de reformas políticas y económicas que hagan posible la inversión, sin la cual es imposible la creación de riqueza en cuantía suficiente para erradicar o paliar los penosos efectos de la pobreza. Estas ONG's dicen, como yo les he oído: no es justo que el FMI, el Banco Mundial o el Club de París exijan a los países en desarrollo la adopción de los modelos que imperan en los países desarrollados y que no son los que ellos quieren tener, de acuerdo con su manera de ser. Pero lamentablemente, los modelos que tienen esos países son precisamente los causantes de su pobreza.

Ciertamente que el cambio de modelo, al margen de los compromisos esporádicos exigidos por las instituciones multilaterales, no se logrará si los nacionales de los países en cuestión no lo deciden por ellos mismos. Algo podemos ayudarles, utilizando los medios de difusión, que cada vez más escaparán a los controles gubernamentales, para intentar formar a las poblaciones locales en valores democráticos, a fin de que, influyendo en la política, obliguen a modificar los estilos de gobierno inclinados a la intervención y, por ende, propicios a la corrupción.



Los caminos de la solidaridad

Pero podemos hacer más, intentando cambiar, desde fuera, la situación económica, a fin de que experimentando las ventajas para el bienestar derivadas de esta actuación, decidan entrar por los caminos de la economía de mercado que ha de permitirles entrar en la globalización. ¿Y, cómo hacerlo? En mi opinión, por dos principales caminos.



La inversión directa de las multinacionales

El primero es la inversión extranjera en proyectos industriales, utilizando la compra de deuda externa del país o directamente, sin recurrir a este expediente. Lo importante es que la empresa transnacional, habiendo negociado con el gobierno las condiciones administrativas, legales y fiscales, implante un negocio que creará puestos de trabajo y generará salarios para los nacionales, al tiempo que, si se trata, como será en un buen número de casos, de la producción de bienes destinados a la exportación, dará lugar al ingreso de divisas, mejorando la balanza comercial del país. De esta forma, con la reiteración de los casos, el país, por sus condiciones en materias primeras y mano de obra, se irá convirtiendo en un lugar atractivo para la inversión extranjera permanente, por parte de las empresas que, en un mundo globalizado, buscan oportunidades de expansión.

La bondad de esta fórmula, con preferencia a la que sugiere entregar fondos a los gobiernos de los países en desarrollo para que sean ellos los que regenten la inversión, se deduce del principio de subsidiariedad, tan reiteradamente proclamado por el Magisterio de la Iglesia Católica, según el cual lo que pueda hacer la iniciativa privada no deben hacerlo los gobiernos.



La restricción de la calidad del capital humano.- Es cierto que la experiencia dice que las empresas privadas de los países desarrollados no se animan a la inversión directa en países donde la calidad del capital humano no ha alcanzado un cierto nivel. Y que la inversión aumenta en proporción a la mejora de la calificación profesional de las personas de los países en desarrollo. Pero esta es una razón más para que la ayuda se haga no en forma de donativos, que corren el riesgo de ser dilapidados, sino destinando estos fondos a la creación de instituciones docentes y sanitarias, gobernadas por profesionales de los países de las empresas inversoras en capital directo, las cuales, estando interesadas en la mejora de la calidad de los recursos humanos, pueden ser invitadas a participar en estos proyectos que, si están bien concebidos, pueden incluso ser rentables.

Es una falacia decir que los métodos de gestión propios de las economías desarrolladas no son aplicables a los países en desarrollo, por causa de la diferencia cultural. La diferencia cultural y, sobre todo, los sistemas políticos imperantes en estos países, lo que provocan es la imposibilidad de que, por el momento, sean esos países los que apliquen el modelo de mercado. Pero si las empresas transnacionales, de acuerdo con los gobiernos de los países afectados y con la colaboración de las instituciones multilaterales, son las que gestionan las actividades empresariales, educativas o sanitarias, las poblaciones, al ver las ventajas que se derivan de ello, sin duda que lo aceptarán.

La venta de agua potable.- Un ejemplo de que es posible hacer inversiones en infraestructura en países en desarrollo, atrayendo capital privado, lo proporcionaba el International Herald Tribune del 7 de abril de este año, relatando lo sucedido en Sudáfrica. La colaboración del gobierno, las administraciones locales, el Banco Mundial y la multinacional francesa Suez Lyonnaise des Eaux ha llevado agua potable a más de 600.000 personas en Cisira, provincia de El Cabo. En este pueblo, como en otros muchos de la región, el agua siempre ha sido gratuita, pero insalubre. Los habitantes de Cisira tenían que caminar a diario dos horas para tomarla del río y transportarla a casa. Era frecuente que la gente del pueblo, en especial los niños, enfermaran por beberla.

Hoy, los habitantes de Cisira se aprovisionan de agua de buena calidad en los surtidores automáticos repartidos por el pueblo. Introducen una tarjeta magnética para abrir la válvula, y así pueden llenar sus cubos. El sistema ha sido construido por Suez Lyonnaise. El agua se extrae del río, es tratada en una depuradora y bombeada hasta los surtidores. Se acabaron las caminatas y las enfermedades causadas por el agua. Hasta ahora, Suez Lyonnaise ha desarrollado, en El Cabo, unos treinta proyectos como éste. El plan se propone llegar a un millón de beneficiarios en el año 2005.

Para que el proyecto tuviera éxito, hubo que convencer a la gente de que tenían que pagar por el agua potable, lo que suponía cambiar su mentalidad y hacerles ver que la tarifa del agua no era un impuesto, sino el precio de un servicio que tiene un coste de mantenimiento. Pero, se dudaba de que los habitantes, pobres casi todos, tuvieran el dinero necesario. Se puso un precio asequible, 2-3 dólares mensuales, que supone entre el 2% y el 5% de los ingresos de una familia. Y se ha comprobado que los pobres están dispuestos a pagar para tener agua en buenas condiciones. El director de la subsidiaria de Suez Lyonnaise en Sudáfrica, lo tenía claro desde el principio: "Si la gente puede permitirse comprar una cerveza al día, puede permitirse pagar por el agua. Es una cuestión de prioridades". Los habitantes de Cisira lo corroboran: "¿Se imagina lo que era pasarnos la vida yendo al río para sacar un agua sucia y turbia? -dice una mujer del pueblo-. Es magnífico. Por supuesto que conseguimos el dinero".

La lucha contra la corrupción.- Pienso que esta fórmula puede funcionar en muchos de los países pobres y en diversos campos de actuación. Se podrá decir que en la actividad de las multinacionales en los países menos desarrollados cabe la posibilidad del soborno, la extorsión y demás lacras propias del desgobierno y la corrupción. Y es verdad, porque aunque los países implanten políticas fiscales y monetarias acertadas, si en ellos no existe una buena gestión de gobierno, si no cuentan con un sistema jurídico que proteja los derechos humanos, los derechos de propiedad y los contratos, y se enfrente contra la corrupción, el proceso de cambio no será real ni completo. Contra ello, en ausencia de instancias jurisdiccionales adecuadas del país en desarrollo, o mientras éstas, a consecuencia del deseable cambio en las sociedades civiles, no aparezcan, las instituciones de los países de origen de las multinacionales deberían supervisar el comportamiento ético de las mismas.

La apertura de los mercados

El otro camino, para cooperar eficientemente al desarrollo de los países atrasados, es la apertura de los mercados de los países industrializados a las exportaciones de los productos en los que los países pobres gozan de ventajas competitivas. Esta no es tarea fácil ya que tropieza con los intereses de los grupos de presión de los países desarrollados que pretenden protegerse de la competencia de los países pobres, poniendo vallas a la importación de sus productos. Y tropieza sobre todo, con la hipocresía de los gobiernos y de las organizaciones sindicales que, escudándose en razones de incumplimiento de las normas sobre trabajo infantil, horarios laborales y demás reglamentaciones, legislan en favor de las exigencias de los grupos industriales, comerciales o agrícolas, cuyos votos quieren conservar. De esta forma, olvidando que, por ejemplo, los niños de estos países lo que necesitan es sobrevivir, alfabetizarse y poder acceder a una mayor formación, con la pretensión de protegerles contra la explotación infantil, lo que hacen los países desarrollados es perpetuarles en la miseria, aunque luego, para justificarse, harán como que la remedian con dádivas en dinero o alimentos.



Trabajo de los niños y explotación infantil.- Por otra parte hay que distinguir entre la explotación infantil y el trabajo que permite a los niños ganar dinero y adquirir destrezas, sin perjudicar su escolaridad. A este respecto es ilustrativo lo sucedido en Sialkot (Pakistán), gran productora de balones de fútbol cosidos a mano, donde efectivamente se empleaba mano de obra infantil. Pero, los dos tercios de los niños que cosían balones lo hacían a tiempo parcial en casa, y el 80-90% iban al colegio, cosa que, como no podían comprobarla los observadores de la Organización Internacional del Trabajo, motivó la supresión del trabajo a domicilio, con lo cual muchas familias han perdido el salario de los niños, y sus ingresos, por término medio, han descendido alrededor del 20 por ciento.



El error de las ONG"s.- Lo chocante en este aspecto es que las ONG"s, tan interesadas en la defensa de los países pobres, son los que, con ayuda de gente armada de pancartas y bastones, se encargaron de reventar las últimas reuniones de la Organización Mundial del Comercio (OMC), en Seattle, y del FMI y el Banco Mundial, en Washington, so pretexto de oponerse a la globalización que, según el abanico de organizaciones congregadas, ha de servir para sumir más en la miseria a los países pobres. No se dan cuenta de que están haciendo la tarea sucia a los grupos de interés contrarios a la liberalización del comercio internacional, cuyo principal efecto no sería perjudicar, sino beneficiar a los países menos desarrollados.

Si estos "abogados de los pobres" recordaran que las mejores intenciones si están faltas de racionalidad, producen efectos perversos, rectificarían la dirección de sus tiros y se sumarían a los que pensamos que la política que propugna la apertura de los mercados -tanto de los países pobres como de los ricos- y la instalación en los primeros de empresas extranjeras, en lugar de ser un camino hacia más pobreza y explotación, constituye el único medio para ayudar a esas naciones a exportar, crear puestos de trabajo, elevar su nivel de vida y fomentar una mejor sanidad y educación.

En noviembre de 1999, en vísperas de la reunión de Seatlle, Mike Moore, Director General de la OMC, dirigiéndose a los Ministros de Comercio de los países que, en número superior a 130, iban a congregarse, les exhortaba a declarar la intención de eliminar todos los obstáculos a las importaciones procedentes de los países menos adelantados, convencido de que la aceptación de esta propuesta ofrecería a los ciudadanos más pobres del mundo el don de la oportunidad. Moore reconocía, sin embargo, que, en conversaciones previas con los dirigentes de muchos países desarrollados, su propuesta no había recibido un aplauso generalizado, a consecuencia de las dificultades políticas que entraña la eliminación de obstáculos proteccionistas en sectores como la agricultura, los textiles y el calzado.

Contra esta cerrazón es hacia donde deberían encaminarse las manifestaciones de las ONG"s, que dicen tener el respaldo de millones de firmas, porque, según afirma el Director General de la OMC, a pesar de que las exportaciones de los países menos desarrollados no representan más que el 0,25 por ciento del comercio mundial, es de lamentar que los derechos de aduana que los países ricos imponen a los productos procedentes de los países más pobres sean más elevados, por término medio, que los gravámenes de que son objeto los productos de otros países ricos. En Estados Unidos y Canadá, por ejemplo, el importe de los derechos medios aplicados a los productos de los países menos adelantados es el doble del que se percibe en los demás casos.

Es digno de observar que cuando las Naciones Unidas piden a los países desarrollados que aporten el 0,7% del PIB como ayuda a los países pobres, a todo el mundo le parece bien y, a pesar de la inanidad de esta ayuda, se organizan campañas para que los respectivos gobiernos adopten este objetivo. En cambio, cuando los países pobres demuestran un deseo sincero de participar en el mercado mundial y de adoptar un sistema económico abierto y un régimen comercial liberal, como sucedió en abril en la cumbre de El Cairo, entre la UE y África, los europeos, que sí aceptan aliviar la deuda contra compromisos de reformas, se hacen oídos sordos a la apertura de los mercados. "¿Acaso es mucho pedir -dice Mike Moore- que se brinde a estos países en desarrollo la oportunidad de elevar su nivel de vida mediante un sistema comercial global? Este sistema ha dado muy buenos resultados en países de la cuenca del Pacífico y en algunos de Iberoamérica. Lo mismo puede suceder en otras partes del mundo".



Los errores del proteccionismo.- Se me dirá que la competencia, que deriva del libre comercio, debe ser entre iguales. No es verdad. La desigualdad es la que da lugar al comercio entre países y la competencia, que este libre comercio genera, es la que beneficia a los menos ricos. Al suprimir las barreras aduaneras, creando el Mercado Común Europeo, hemos puesto en situación de libre comercio a países desiguales y es precisamente gracias a las oportunidades que la desigualdad proporciona, como los países más atrasados de la Comunidad Europea pueden ir acercando su renta per cápita a la de los más desarrollados.

Se me dirá, también, que es inútil abrir las barreras a países que no tienen capacidad exportadora. Pero no es verdad que no la tengan. En primer lugar, podrían exportarnos, si no se lo impidiéramos, sus productos agrícolas y sus materias primas. Pero no les dejamos, para proteger de la competencia a nuestros agricultores y demás sectores afectados, que constituyen importantes bolsas de votos para los partidos que quieran permanecer o acceder al gobierno de nuestros desarrollados países. Entre ellos, los europeos, que, dicho sea de paso, han diseñado y sostienen la política agraria común (PAC), que sin exageración puede calificarse como una de las mayores irracionalidades económicas de nuestro siglo, para proteger y subvencionar a agricultores como el extravagante José Bové, uno de los estandartes contra la globalización, al tiempo que impide la entrada en el mercado europeo de los productos de Africa subsahariana.

Por otra parte, esta falta de capacidad exportadora en la que se pretende apoyar la inutilidad de abrir el comercio a los países en desarrollo, quedaría corregida si se pusiera en práctica la otra solución que he presentado, es decir, el fomento de la inversión de capital privado de los países ricos en industrias ubicadas en los países subdesarrollados.



La excusa del "dumping social".- Como antes señalé, el argumento en el que se escudan los adversarios de la globalización y especialmente los sindicatos de los países ricos, para oponerse a la apertura de los mercados, es que los países pobres hacen competencia desleal porque producen sin respetar los derechos laborales básicos. Para ilustrar el sinsentido de esta postura, en orden a la cooperación al desarrollo, no me resisto a relatar lo sucedido entre Camboya y los Estados Unidos. En enero de 1999, Camboya firmó un acuerdo con Estados Unidos sobre sus exportaciones textiles. Camboya se comprometía a mejorar las condiciones laborales en ese sector. A cambio, Estados Unidos prometía aumentar un 14% la cuota de importaciones textiles de empresas camboyanas, lo que suponía un aumento de 50 millones de dólares al año. La mayor vigilancia del gobierno camboyano sobre las condiciones laborales tuvo consecuencias positivas para los trabajadores. En un país donde la renta per cápita anual es de 180 dólares y donde los profesores universitarios ganan 20 dólares mensuales, el salario mínimo en la industria textil se fijó en 40 dólares al mes. A partir del acuerdo se autorizó que los trabajadores textiles crearan sindicatos y eligieran a sus representantes. Se hizo obligatorio conceder 19 días de vacaciones pagadas. La perspectiva del aumento de las exportaciones a Estados Unidos hizo que se crearan nuevas empresas, que dieron trabajo sobre todo a mujeres. Es un trabajo duro: diez horas al día, durante seis días a la semana, cosiendo una prenda tras otra. Pero consiguieron ahorrar dinero para mantenerse y ayudar a sus familias.

Llegó el momento de recoger los frutos. Los representantes del gobierno de los Estados Unidos reconocieron que el acuerdo había logrado importantes mejoras laborales, en muy poco tiempo. Pero el sindicato norteamericano del textil se opuso al aumento de la cuota de importación de tejidos camboyanos, asegurando que en Camboya persistían las violaciones de las normas laborales internacionalmente reconocidas. El gobierno de los Estados Unidos cedió y no amplió la cuota. Desde esta decisión, adoptada el pasado diciembre, han cerrado 18 fábricas textiles y multitud de trabajadores han perdido su trabajo y sus ingresos. Pero los trabajadores camboyanos tienen el consuelo de saber que los sindicatos norteamericanos velan por sus derechos laborales. No cabe mayor hipocresía. El libre mercado hubiera enriquecido a los trabajadores del textil camboyano; la intervención estatal, instigada por los intereses de clase, les sume en la miseria.



Ayudar a los pobres a ayudarse a sí mismos

Ya sé que muchos opinarán que el camino que propugno para ayudar a los países pobres a salir de su pobreza, entrando a disfrutar de los beneficios de la globalización, es demasiado largo, y que lo que necesitan los pobres es ver remediadas sus necesidades de inmediato. No me opongo a que se concedan ayudas en forma de donativos o cancelación de deuda, para necesidades perentorias, pero no como sustitución de los objetivos de fondo. Aquí, como en tantos otros casos, es de aplicación el antiguo apólogo: "si le das a un hombre un pescado, le has resuelto el problema de un día; si le enseñas a pescar, le has resuelto la vida".

Este debería ser el lema de los países desarrollados en relación con los no desarrollados. Hacer lo posible para ayudar a los más pobres a ayudarse a sí mismos. James D. Wolfensohn, presidente del Banco Mundial, hablando de sus clientes en cuanto personas, dice que estas personas representan un activo valioso y no pueden ser simplemente los destinatarios de nuestras obras de beneficencia. Con oportunidades y esperanza, ellos pueden construir su propio futuro. Porque, cuando a los pobres se les pregunta qué es lo que representaría el mayor cambio en su vida, la respuesta es: organizaciones propias para poder negociar con el gobierno, con los comerciantes y con las organizaciones no gubernamentales; programas impulsados por las comunidades, para elegir su propio destino; propiedad local de los fondos, para poner freno a la corrupción.



Las desigualdades internas

Para acabar, quisiera añadir unas pocas palabras en relación con el indiscutible hecho de que la globalización, al tiempo que proporciona la mejora de la renta per cápita de todos los países que participan en el proceso, provoca, en el interior de cada uno de ellos, tanto de los ricos como de los pobres, el aumento de la diferencia de renta entre los ciudadanos más ricos y los más pobres.

Por lo que respecta a los países ricos, las manifestaciones de esta dispersión son patentes en toda Europa, aunque en menor grado que en los Estados Unidos donde, para tomar algunos indicadores, la diferencia entre el salario de un obrero y del ejecutivo máximo de las grandes empresas se ha multiplicado por casi 6 entre 1990 y 1998 y en algunos casos supera las 100 veces , y donde el 1 por ciento de las familias norteamericanas más ricas detenta el 39 por ciento del stock de riqueza conjunta del país. Pero el mismo efecto se observa en los países pobres. Aquellos en los que el proceso de globalización es más acelerado han experimentado un empeoramiento en la distribución de la renta de hasta un 20%. En el lado contrario, en los países que se van integrando más lentamente, la mejora en la igualdad en el reparto de la renta ha sido de más del 18 por ciento.

Ante este fenómeno, mi reacción es que si las rentas percibidas por los mejor situados lo han sido por caminos rectos y las rentas de los más bajos han aumentado a lo largo del proceso más de lo que aumentaban antes del desencadenamiento de la globalización, no habría motivos de queja, por aquello de que "si sube la marea, todos los buques salen a flote". Esto se ve de manera clara en el caso de los países pobres, en los cuales el crecimiento económico producido por la globalización ha contrarrestado el efecto negativo en la distribución de la renta. De esta forma , el resultado total de la globalización también ha beneficiado en términos absolutos a los más pobres. Se calcula que sin ese crecimiento económico, el número de personas que vivirían por debajo del "umbral absoluto de pobreza" (menos de dos dólares por día) habría aumentado del 34 al 42% de la población mundial en la década de los 80, muy lejos del 16,6% que realmente se dio en 1990.



La regeneración moral

Las críticas se justificarían, en cambio, si las grandes desigualdades, dentro de cada país, con tendencia a aumentar a medida que la globalización se asienta, fueran debidas a que las grandes rentas y las importantes riquezas acumuladas proceden de actuaciones impulsadas por el puro egoísmo, por el afán desmesurado de poseer, con desprecio de los derechos inherentes a la dignidad de las personas de los otros y a la dignidad del propio ser, que, tras la búsqueda desordenada del poder y del placer, se degrada o envilece. En este caso, se pone de manifiesto, una vez más, algo que de tiempo viene siendo necesario; es decir, la regeneración moral de nuestra sociedad, lo cual, quiérase o no, es una labor eminentemente individual. Porque, si bien un ordenamiento legal adecuadamente construido y una actuación eficaz de la justicia pueden inducir a conductas individuales más correctas en determinados ámbitos, entre los cuales sin duda está el económico, la virtud personal no puede imponerse por la fuerza. Los comportamientos virtuosos deben nacer de convicciones internas, sean éstas de naturaleza trascendente, sean de pura raíz humanista, ya que uno de los principales descubrimientos de los humanistas fue la importancia que las virtudes tienen en el ser humano. Y estas convicciones internas, y sus congruentes consecuencias en el actuar cotidiano, sí pienso pueden ser estimuladas tanto por la difusión de las razones que las sostienen, como por el ejemplo. Entiendo que los individuos que componen la sociedad, y más aquellos que ocupan en ella un lugar relevante, además de actuar correctamente, están obligados, respetando a las personas, a desaprobar, desalentar y en modo alguno cohonestar las actuaciones que repugnan a la alta idea que debemos tener del hombre y su dignidad espiritual. Y por contra, aplaudir, alentar y en todo lo posible ayudar los comportamientos que elevan el nivel ético y solidario de la sociedad.

Pienso que esta es la manera como los cristianos laicos, inmersos en las actividades económicas, podemos contribuir a que la globalización -como, en mayo, decía Juan Pablo II a empresarios y trabajadores- lejos de contribuir exclusivamente a un desarrollo desvinculado de los principios de la solidaridad participativa y la subsidiariedad responsable, se ponga al servicio del hombre y de todo hombre.

-------------------------------------------------------------------------------------En la sesión sobre "La Economía al servicio del hombre" dentro del Congreso "Prendersi cura dell'uomo nella societa tecnologica", Roma, 6 al 8 de septiembre de 2000. La economía...

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