miércoles, 19 de noviembre de 2008

Hacia una cultura de diálogo

Hacia una cultura de diálogo
Un nuevo reto
Jutta Burggraf

En la sociedad actual, convivimos con personas diferentes a nosotros. Este es un hecho concreto y fácilmente perceptible frente al cual no podemos cerrar los ojos. Se trata generalmente de gente proveniente de otros países, con una cultura y religión diferentes a las nuestras; tienen otras costumbres y un estilo de vida que nos resulta extraño y hasta curioso o pintoresco. Tal vez vivan en el mismo pueblo o incluso pertenezcan a nuestra familia. Son "nuestros vecinos de siempre"; pero no piensan ni sienten como yo, o —dicho desde otra perspectiva— yo no pienso ni siento como ellos. Cada persona tiene su propio punto de vista, su mentalidad, su proyecto vital y su modo de juzgar los acontecimientos políticos y sociales.

Lamentablemente, las diferencias originan no pocas veces antipatías o sospechas; pueden llevar a malentendidos e incomprensiones e incluso despertar reacciones violentas. Pueden ser también la causa de múltiples formas de rechazo que hieren el corazón humano.

Muchos sufren injusticias y humillaciones por el mero hecho de no ser "como los demás"; algunos tienen que soportar diariamente torturas, no sólo en una cárcel, sino también en un puesto de trabajo o en el entorno familiar. Es cierto que nadie puede hacernos tanto daño como los que debieran amarnos. "El único dolor que destruye más que el hierro es la injusticia que procede de nuestros familiares," dicen los árabes. Es una pena gastar las energías en enfados, recelos, rencores o desesperación; y quizá es más triste aún cuando una persona se endurece para no sufrir más.

¿Cómo podemos evitar este choque entre las culturas y mentalidades que parece caracterizar cada vez más claramente nuestra vida? En los últimos años —y especialmente a partir del 11 de septiembre de 2001— se han dado muchas respuestas muy variadas a este interrogante. De especial importancia es, ciertamente, el diálogo. Pero, ¿somos capaces a transmitir pacíficamente nuestra visión del mundo, y escuchar con atención lo que dicen los demás? O, preguntando de modo más radical: ¿tenemos realmente convicciones propias? ¿Hemos encontrado nuestra identidad? Es un hecho conocido que nadie puede dar (a conocer) lo que no tiene.

I. DIFICULTADES PARA EL DIÁLOGO
Somos libres para pensar por cuenta propia. Pero apenas tenemos el valor de hacerlo de verdad. Estamos más bien acostumbrados a repetir lo que dicen los periódicos y revistas, la televisión, la radio, lo que leemos en internet o lo aseverado por alguna persona, más o menos interesante, con la que nos cruzamos por la calle. Hoy en día, en muchos países parece que ha desaparecido la autoridad que dicta los pensamientos, la censura. Pero lo que hallamos en realidad, es que aquella autoridad ha cambiado su modo de obrar: no se vale de la coerción sino tan sólo de una blanda persuasión. Se ha hecho invisible, anónima, y se disfraza de normalidad, sentido común u opinión pública. No pide otra cosa que hacer lo que todos hacen.

¿Resistimos a los tiroteos constantes de este "enemigo invisible"? ¿Hemos aprendido a ejercer nuestra facultad para discurrir y discernir? Pensar no sólo es un juego divertido; es ante todo una exigencia de nuestra naturaleza. No deberíamos cerrar voluntariamente los ojos a la luz, sino todo lo contrario: tendríamos que entusiasmarnos con la realidad que nos rodea, y buscar respuestas a las cuestiones grandes y pequeñas que nos plantea la propia existencia.

Sufrir un ajetreo continuo

Sin embargo, nuestra vida se ha convertido, en muchos sentidos, en un ajetreo continuo. Muchas personas sufren las consecuencias del estrés o de un cansancio crónico. La dureza de la vida profesional, y también las exigencias exageradas de la industria del ocio, traen consigo unas obligaciones excesivas, así que lo único que se desea por la noche es descansar, distraerse de los problemas cotidianos, y no esforzarse nada más. Todo esto puede llevar a una cierta "enajenación" psicológica y espiritual, a la superficialidad de una persona que vive sólo en el momento, para las cosas inmediatas. En nuestra sociedad de bienestar tan saciada, con frecuencia, resulta muy difícil detenernos a reflexionar. Y resulta todavía más difícil hablar en serio con otra persona. ¿Cómo se puede transmitir las propias convicciones si no se tiene ningunas?

Huir en el mundo virtual

Con frecuencia, conocemos mejor a los protagonistas de una determinada serie televisiva que a nuestros vecinos más cercanos; escribimos mails a nuestros colegas de las oficinas al lado, en vez de mirarlos en la cara. Aparte del internet, la televisión es actualmente, sin duda, la fuente principal de información y deformación. Consumimos noticias de todo el mundo, talkshows y películas sin parar. No son pocas las casas en las que la televisión está encendida todo el día, incluso durante las comidas. Esto, obviamente, dificulta la conversación. Hay estudios que dicen, en sus conclusiones, que los niños europeos ven una media de cuatro horas diarias de televisión. En Estados Unidos, parece que ven todavía más, hasta seis horas al día, según las investigaciones del especialista Milton Chen, de San Francisco. Así cuando un chico empieza la enseñanza media, ha visto 18.000 horas de televisión y ha pasado 13.000 horas en la escuela. Su cabeza está llena de imágenes.

Pero incluso el más ávido telespectador se ve apartado, de vez en cuando, de su pantalla, y tiene que enfrentarse con la realidad de la vida cotidiana. Entonces se encuentra inmerso en un mundo inevitablemente menos emocionante que aquél de las imágenes. La vida diaria puede resultar lenta y aburrida; normalmente no es tan dinámica como una película. Es comprensible que se pueda tener ganas de huir, volver cuanto antes al mundo fantástico de la televisión, y no se quiera salir de él. Así, la televisión puede llegar a ser una droga. Somos nosotros los que hacemos de ella una de las múltiples "drogas electrónicas". Hace pensar que exista también la televisión tamaño-casete que se puede llevar en un transporte público, para no estar solo consigo mismo, ni quince minutos.

Tener un exceso de información

Un exceso de información puede ser otro gran impedimento para pensar. Vivimos en la era de los medios de comunicación de masas. Recibimos una inmensa cantidad de información. Quien intenta acceder inmediatamente a toda la información de los cinco continentes, quien no se pierde ninguna tertulia televisiva, ningún chat ni comentario político, o suele ver una película tras otra, puede convertirse en una especie de robot. Con frecuencia no tenemos ni tiempo, ni fuerzas suficientes para asimilar toda la información recibida. Además, absorbemos inconscientemente muchos miles de datos, cuando, por ejemplo, nos paseamos por el centro de una ciudad.

II. EN BUSCA DE SOLUCIONES PRUDENTES
¿Cómo actuar en esta situación? Hay una pequeña anécdota ilustrativa que se cuenta de la escritora alemana Ida Friederike Görres. Una vez, en los años cincuenta del siglo pasado, le preguntaron qué hacía para tener siempre ideas tan originales y saber juzgar con tanta claridad la situación de la sociedad. Respondió: "No leo ningún periódico. Así puedo concentrar mis fuerzas. De lo importante ya me enteraré de todas maneras" Naturalmente, esta postura es muy discutible y, en principio, no es digna de imitación. Pero sí puede invitarnos a reflexionar. Hoy, varias décadas más tarde, se ha multiplicado enormemente el volumen de la información que recibimos cada día, a la vez que se ha especializado. Los conocimientos de la humanidad se duplican cada cuatro años [1]. Será difícil para una persona llegar a tener convicciones propias sin una cierta "actitud distante" con respecto a los medios de información. El escritor ruso Dostoievski afirma: "Estar solo de vez en cuando, es más necesario para una persona normal que comer y beber" [2].

Evitar posturas defensivas

Es comprensible que algunas personas adopten una postura defensiva: prohíben a sus hijos ver la televisión, o ni siquiera quieren tener un aparato en su propia casa. Este planteamiento radical puede ser enriquecedor para la vida de familia y la propia cultura [3]. Sin embargo, no parece que sea el más apropiado para los retos de nuestro tiempo: el proyecto cultural no puede prescindir de la aportación del cine ya que éste asume un papel de primer plano, porque constituye el punto de encuentro entre el mundo de las comunicaciones sociales y otras formas culturales. Con controles y censuras, hoy en día, prácticamente no se consigue nada. Un alumno puede acceder por cable o satélite a todas las informaciones que quiera; puede ver los programas más nocivos en los bares, autobuses o tiendas, en las casas de los amigos o en la propia casa, cuando los padres están fuera (aparte de que casi la mitad de los adolescentes en Occidente tiene su televisión propia). Cuentan de una buena señora que había discutido mucho con sus hijos acerca de una determinada película, llena de escenas de brutalidad y violencia: los hijos querían verla, los padres lo prohibieron. El día en que salió esta película en la televisión, la señora tenía que acompañar a su marido a una cita importante. Como no estaba segura de si los hijos iban a obedecer o no, llevó la televisión consigo en el coche. Y los hijos vieron la película en casa de los vecinos.

No se consigue nada con prohibiciones. La meta no puede ser una simple renuncia. Esto es utópico y poco atractivo. Hace falta un esfuerzo más grande, que consiste en ayudar a los hijos, con argumentos sólidos, a utilizar bien la televisión: a tomar una actitud crítica positiva ante ella y descubrir sus ventajas y desventajas.

La televisión no es un enemigo; no es necesariamente una "caja tonta". Puede ser un buen amigo, un instrumento eficaz al servicio de la cultura y de la educación. Uno de los directores de la televisión alemana suele decir: "La televisión hace a los listos más listos y a los tontos más tontos" [4]. Conviene aprovecharla bien. Para lograrlo, es aconsejable ver junto con los educandos la televisión, y conversar después sobre lo que se ha visto. Así el aparato tan temido por algunos puede convertirse realmente en un "co-educador", en el sentido más pleno de la palabra.

Puede abrir nuevos horizontes y transmitir auténticos valores. Se puede descubrir también la propia responsabilidad por los programas, escribiendo cartas al director, haciendo sesiones de trabajo. De este modo cada uno puede salir del anonimato y de la pasividad, tan propios a la sociedad de consumo. Cada uno puede contribuir a buscar "una televisión con rostro humano": es decir, una televisión a la medida del hombre, y no un hombre a la medida de la televisión.

Adaptarse a la situación actual

En efecto, hace falta dar no sólo a los medios electrónicos, sino a toda la sociedad "un rostro humano". El primer paso para conseguirlo consiste en ser nosotros mismos verdaderamente "humanos", es decir, en vivir a la altura de nuestras posibilidades, esforzarnos por "ser quienes somos" —ni autómatas, ni marionetas— y abrirnos a los demás.

La globalización ha conducido a un gran cambio cultural en muchos ambientes tradicionalmente homogéneos. Pero esto no debe llevarnos al desconcierto. No puede ser que, en algunos círculos conservadores se vean personas preocupadas y agobiadas que añoran tiempos pasados. Pues una de las características fundamentales del mundo es su constante hacerse. Vivimos hoy de un modo distinto al que se vivía hace veinte, cincuenta o quinientos años. Nuestro tiempo no es un camino exterior por el que corremos, nuestro tiempo somos nosotros: es nuestro modo de ser y de ver la realidad, es nuestra mentalidad, son las experiencias que hemos tenido y la formación que hemos recibido, son nuestras sensibilidades y nuestros gustos y todas nuestras relaciones humanas.

Quien quiere influir en el presente, tiene que tener una actitud positiva hacia el mundo en que vive. No debe mirar al pasado, con nostalgia y resignación, sino que ha de adoptar una actitud positiva ante el momento histórico concreto: debería estar a la altura de los nuevos acontecimientos, que marcan sus alegrías y preocupaciones, sus ilusiones y decepciones, y todo su estilo de vida. "En toda la historia del mundo hay una única hora importante, que es la presente," dice Dietrich Bonhoeffer [5]. Los cambios de mentalidad invitan a exponer las propias convicciones de un modo distinto que antes, para que puedan comprenderlas también aquellos que no los comparten. A este respecto comenta un escritor español: "Naturalmente, yo no estoy dispuesto a modificar mis ideas por mucho que los tiempos cambien. Pero estoy dispuesto a poner todas las formulaciones externas a la altura de mis tiempos, por simple amor a mis ideas y a mis hermanos, ya que si hablo con un lenguaje muerto o un enfoque superado, estaré enterrando mis ideas y sin comunicarme con nadie" [6].

Abrirse al mundo

Cualquier persona, por erróneos que nos parezcan sus planteamientos, participa de alguna manera de la verdad: lo bueno puede existir sin mezcla de lo malo; pero no existe lo malo sin mezcla de lo bueno [7]. Por tanto, podemos aprender de todos. Si queremos comprender nuestro mundo, hemos de ampliar continuamente nuestro horizonte, profundizar en la verdad que hemos alcanzado, y buscarla allí donde puede encontrarse, esto es, en todas partes. En otras palabras, debemos estar dispuestos al diálogo, especialmente con aquellos que son distintos a nosotros.

Esta actitud —aparte de contribuir al bienestar de los demás (que se sienten apreciados)— facilita también el propio crecimiento. La situación es comparable a la de una persona que vive algún tiempo en el extranjero. Cuando vuelve al propio país, se da cuenta de que ha aprendido mucho: ve lo mismo de siempre, pero lo ve con otros ojos; puede distinguir ahora mejor entre lo esencial y lo accidental y ha adquirido cierta flexibilidad para adaptarse a nuevas situaciones. Por esta razón, en muchas empresas se prefiere dar el empleo a personas que tengan "experiencia en el exterior"; e incluso, muchas veces da lo mismo en qué país han vivido. Lo importante es que hayan estado fuera de su patria y hayan regresado.

III. CARACTERÍSTICAS DEL DIÁLOGO
Un diálogo no es una simple conversación, sino que es un encuentro entre dos (o varias) personas en un clima de amistad. Es una conversación hecha con un espíritu de apertura, comprensión y "benevolencia", en la que cada uno se muestra al otro tal como es y acepta al otro tal como es. Así, cada uno se enriquece con la parte de la verdad que viene del otro, y sabe integrarla armónicamente en su propia visión del mundo.

Un clima de amistad

En ocasiones, nos comportamos de un modo poco natural: nos cerramos ante los demás. En nuestra cultura aprendemos pronto a ser "fuertes" y a "defendernos" en la selva de la vida. La vulnerabilidad es peligrosa y por tanto prohibida. Tendemos a esconder sutilmente nuestras sombras y nuestros miedos, nuestras necesidades y debilidades. Algunos consiguen con este comportamiento un determinado reconocimiento social, pero pagan por ello un gran precio: niegan su propia humanidad, y renuncian a una vida en libertad.

Si una persona se esconde detrás de una muralla gruesa, no está ni en contacto consigo misma, ni tampoco le será posible entrar en contacto con otros. Para lograrlo, es indispensable "desarmarse", aceptar que soy vulnerable, reconocer los propios bloqueos, fisuras y deficiencias.

Quien ha encontrado su identidad, es una persona fuerte. No necesita ofender al otro para mostrar la propia superioridad. Es sereno, pacífico y generoso. Y cuanto más firmes son las propias convicciones, más flexible y acogedora puede ser la persona. Es como un árbol con raíces profundas, que da sombra, apoyo y alivio a quien lo busque.

Cuando se empieza a dialogar, cada uno debe ver lo bueno en el otro, según aconseja la sabiduría popular: "Si quieres que los otros sean buenos, trátales como si ya lo fuesen." Donde reina el amor, no hace falta cerrarse por miedo de ser herido. Por esto, es tan importante mostrar simpatía y cariño, si queremos entrar en contacto con los demás. Amar no consiste simplemente en hacer cosas para alguien, sino en confiar en la vida que hay en él. Consiste en comprender al otro con sus reacciones más o menos oportunas, sus miedos y sus esperanzas. Es hacerle descubrir que es único y es digno de atención, es ayudarle a aceptar su propio valor, su propia belleza, la luz oculta en él, el sentido de su existencia. Y consiste en manifestar al otro la alegría de estar a su lado.

Si una persona experimenta que es amada por lo que es, sin necesidad alguna de mostrarse competente o interesante, se siente segura en presencia del otro; desaparecen las máscaras y las barreras tras las que se ha escondido. Ya no hace falta ni demostrar ni retener nada; ya no hace falta protegerse. Cuando alguien adquiere la libertad de ser él mismo, se vuelve amable. Surge en él una vida nueva que le da una sana autonomía.

Conocer al otro

Para poder amar, hay que conocer. A veces, tenemos ideas bastante desfiguradas acerca de las tradiciones y costumbres de los ciudadanos extranjeros, y hacemos juicios injustos sobre sus planes e intenciones. En ocasiones, ignoramos completamente las razones que los mueven. Así, podemos inconscientemente y por falta de conocimientos contristar e incluso herirlos. Por ejemplo, la abstención de ciertos alimentos —en el caso de los musulmanes o judíos— puede parecernos caprichosa, si no consideramos la motivación religiosa que está en el fondo de este comportamiento.

Conviene tener en cuenta la disposición de ánimo de los demás, saber lo que quieren y lo que rechazan. Por eso es preciso estudiar su historia y cultura, su religión y vida espiritual, y hasta la psicología de su pueblo. ¿Conocemos todo lo que hay de bello y precioso en las otras culturas?

Pero para comprender a otra persona, necesitamos más que un conocimiento meramente libresco. Hace falta un conocimiento por simpatía, que llega más lejos que cualquier teoría, por muy acertada que sea: una madre conoce, ordinariamente, mejor a su hijo que un grupo de pedagogos.

El conocimiento por simpatía se logra en la convivencia, en el trato directo, en la mutua colaboración. En Alemania, durante varios siglos, los cristianos católicos y los evangélicos solían vivir en regiones distintas, frecuentar colegios diversos, eran muy pocos los matrimonios entre personas de distinta confesión y, en general, evitaban cualquier contacto personal. Así, unos construían de otros una imagen cada vez más falsa y menos acorde con las exigencias mínimas de la justicia. Pero cuando, durante la Segunda Guerra Mundial, los "hermanos separados" se encontraban de repente juntos en los campos de concentración del "Tercer Reich", luchando por la misma causa y dispuestos a morir —conjuntamente- por su fe en Jesucristo, entonces "comenzó el ecumenismo en Alemania" [8]. Los católicos y los evangélicos descubrieron que tenían mucho en común, empezaron a apreciarse mutuamente y, favorecidos por los grandes desplazamientos de población después de esta horrible guerra —las expatriaciones y traslados forzados-, se pusieron a trabajar juntos. El encuentro existencial entre ellos les había revelado la falsedad de muchos de sus esquemas mentales.

Respetar al otro

El hecho de ser distintos constituye una gran riqueza y es, en principio, una fuente de aprendizaje continuo. Las diferencias no pueden ser negadas; no necesitan ser niveladas. Cada hombre es original y tiene el pleno derecho a serlo. Se ha llegado a decir que la capacidad de reconocer diferencias es por antonomasia la regla que indica el grado de cultura e inteligencia del ser humano. En este contexto podemos recordar un antiguo proverbio chino, según el cual "la sabiduría comienza perdonándole al prójimo el ser diferente." No es una armonía uniforme, sino una tensión sana entre los respectivos polos la que hace la vida interesante, le da profundidad y anchura, le da color y relieve.

Actualmente, tenemos un convencimiento más firme que en otras épocas de que cada hombre tiene el derecho de ser él mismo el protagonista de su vida; goza de una honda libertad para decidir su destino (que puede considerarse el núcleo de su intimidad). No podemos, bajo ningún pretexto, destruir ese espacio íntimo. Es esto lo que se intenta cuando se impide a alguien vivir según sus convicciones más profundas. Puede ser que esta persona realice objetivamente un mal, pero si lo hace "libremente" y siguiendo su luz interior, es mejor que cuando hace un bien de un modo forzado [9].

Esta actitud de profundo respeto lo manifestó, por ejemplo, el último rey polaco de la estirpe de los Jajhelloni. En los tiempos en que en Occidente tenían lugar los procesos de la Inquisición y se encendían hogueras para los herejes, este rey dio pruebas de la tolerancia cuando aseguró a sus súbditos: "No soy rey de vuestras conciencias" [10].

Por otro lado, hay que tener en cuenta que la actitud de respeto es más que mera tolerancia. Mientras la tolerancia proporciona solamente el margen (necesario) para una convivencia posible entre los hombres, el respeto apunta a la relación misma entre ellos y al desafío que supone la vida de uno para los demás. El hecho de que "la verdad se conoce por la fuerza de la misma verdad", no significa sólo la descalificación de todos los actos contrarios a la libertad y al aprecio de las decisiones del otro. Implica igualmente la responsabilidad, para todas las personas, de buscar el sentido completo de la existencia, cada una en la medida de sus posibilidades individuales.

Pero en lo relativo a los demás, el primer deber consiste en respetar las decisiones que ellos toman acerca de su vida. No debemos reprocharnos mutuamente estrechez de ánimo, hipocresía o una intencionalidad poco noble. No debemos poner etiquetas ni clasificar a nadie.

Sólo cuando uno trata de comprender al otro, se puede crear un clima de confianza. Y sólo cuando uno se muestra abierto hacia las personas que piensan de modo distinto, que hablan otras lenguas, que creen, piensan y actúan de modo diferente, se puede preparar un acercamiento mutuo. La delicadeza se refleja, no en último lugar, en el vocabulario. Lleva a eliminar palabras, juicios y actos que no sean conformes, según justicia y verdad, a la condición de los demás, y que, por tanto, pueden hacer más difíciles las mutuas relaciones con ellos.

Es conocido el extraordinario respeto que mostraba Tomás de Aquino hacia sus adversarios. Incluso cuando este gran filósofo de la Edad Media estaba completamente en desacuerdo con alguien, explicaba la idea contraria con los términos más favorables, claros y objetivos que le fuera posible, procurando no distorsionar el argumento con el fin de facilitar la prevalencia de su propia posición. En ocasiones demostraba tal imparcialidad a la hora de formular las posturas de los demás que las hacía parecer razonables y posibles; incluso, a veces, exponía las teorías con más convicción que sus instigadores [11].

Dar a conocer la propia identidad

Una persona que actúa según esta espiritualidad de diálogo, intenta dar a conocer todo lo que piensa, con claridad y suavidad, y adaptado a las circunstancias de cada caso. No busca compromisos baratos, sabiendo que no hay nada tan ajeno a la paz como una actitud relativista o indiferente ante la verdad. Por lo contrario, quiere hacer participar a los demás de las soluciones que ha encontrado.

Asimismo, para ganar en sinceridad en cualquier relación humana, es conveniente y necesario, dar a conocer la propia identidad. El otro quiere saber quién soy yo, y yo quiero saber quién es él. Si hacemos amistad con una persona de otra raza o nación, otro partido político o confesión religiosa, nos interesa realmente lo que piensa y cree. Si reprimimos las diferencias y nos acostumbramos a callarlo todo, previa conformidad tácita, tal vez podamos gozar durante algún tiempo de una armonía aparente. Pero en el fondo, nos moveríamos en un ambiente de confusión. No nos aceptaríamos mutuamente tal como somos en realidad, y nuestra relación se tornaría cada vez más superficial, más decepcionante, hasta que, antes o después, se rompería. En cambio, cuando seguimos cada uno fielmente nuestras propias convicciones, puede parecer, en ciertas circunstancias, que tenemos poco en común, que estamos bastante alejados los unos de los otros. Pero interiormente nos parecemos mucho más que cuando nos juntamos en acuerdos superficiales y dejamos de lado la pregunta por la verdad. Si cada uno sigue su propia luz interior, nos encontramos unidos en lo más hondo de nuestro ser. Tenemos la misma actitud fundamental que es la fidelidad a la propia conciencia. Existe entre nosotros una unidad no plenamente visible, pero sumamente real. Es tan real como la amistad que nos une.

Enriquecerse mutuamente

El diálogo consiste en dar y recibir; significa que ambas partes se escuchan atentamente, con ánimos de aprender, ya que "en todo comentario serio de un oponente se expresa una de las muchas facetas de la realidad" [12].

Es preciso distinguir entre lo fundamental (en lo que no podemos ceder sin cambiar nuestra identidad) y lo accidental (en lo que caben muchas opiniones distintas). El tener una sola postura, en cosas accidentales, es propio de ideologías. John Henry Newman comenta al respecto: "Siempre ha habido posturas diferentes... (en la vida intelectual y espiritual), y siempre las habrá. Si se terminaran para siempre, sería porque habría cesado toda vida espiritual e intelectual" [13]. Y Kierkegaard afirma que una persona se convierte en aburguesada, si absolutiza las cosas relativas [14].

Es enriquecedor conocer los pensamientos de los otros. Así se pueden corregir algunas posturas propias que tal vez se han vuelto exageradamente rígidas. En este sentido advierte San Agustín: "Que ninguno de nosotros diga que ya ha encontrado la verdad. Vamos a buscarla de tal manera, como si fuera desconocida para los dos. Entonces podemos buscarla con suma diligencia y caridad. Para ello es necesario que nadie piense arrogantemente que ya ha encontrado la verdad" [15].

Así, al final de un diálogo, nunca habrá un vencido y un vencedor; en el mejor de los casos encontraremos a dos (convencidos por la verdad).

Nota final

El diálogo nos exige buscar la propia identidad y superar aversiones y polémicas. Es un camino hacia la madurez y la paz. No siempre es fácil, pero nos ayuda a abrir las puertas (en vez de cerrar las fronteras) y a ver lo bueno en los demás (en vez de reprocharles su modo de ser diferentes). Aunque se producirán malentendidos y sufriremos decepciones, mientras los hombres vivan sobre la tierra, a través del diálogo podemos acercarnos, siempre de nuevo, al otro. Por esto es tan importante educar en el arte de practicarlo.

Notas

[1] Cf. P. HAHNE, Schluss mit lustig. Das Ende der Spassgesellschaft, Lahr/Schwarzwald 2005, p.119.

[2] F. M. DOSTOIEVSKI, cit. en Anselm GRÜN, 50 Engel für das Jahr, Freiburg-Basel-Wien 2000, p.53.

[3] Así, por ejemplo, Tonino GUERRA, el "poeta" que inspiraba al gran director de cine Federico Fellini, lanzó hace algún tiempo una provocación atrevida: "Apaguemos todos los televisores durante un año, verán cómo los valores, la fantasía y la espiritualidad renacerán en el corazón de todos." Cf. Las sanas provocaciones del Festival del Cine Espiritual, Agencia internacional "Zenit", 19-XI-1998.

[4] H. GIESECKE, Wozu ist die Schule da? Die neue Rolle von Eltern und Lehrern, 2ª ed. Stuttgart 1997, p.38.

[5] D. BONHOEFFER, Predigten, Auslegungen, Meditationen I, 1984, pp.196-202.

[6] J.L. MARTÍN DESCALZO, Razones para la alegría, 8ª ed., Madrid 1988, p.42.

[7] TOMÁS DE AQUINO, Summa theologiae I-IIae q.109, a.1, ad 1.

[8] W. KASPER, Ein Herr, ein Glaube, eine Taufe, en "Stimmen der Zeit" (2002/2), p.75.

[9] Cf. R. BUTTIGLIONE: Zur Philosophie von Karol Wojtyla, en Johannes Paul II., Zeuge des Evangeliums, ed. por St. HORN y A. RIEBEL, Würzburg 1999, pp.36 y39.

[10] JUAN PABLO II, Cruzando el umbral de la Esperanza, Barcelona 1994, p.160.

[11] Cf. J.PIEPER, Guide to Thomas Aquinas, Notre Dame/Indiana 1987, p.77.

[12] Ibid., pp. 83s.

[13] J. H. NEWMAN, cit. por J. L. MARTÍN DESCALZO, Razones para el amor, Madrid 1991, p.47.

[14] S. KIERKEGAARD, cit. en P. HAHNE, Schluss mit lustig. Das Ende der Spassgesellschaft, cit., p.73. 15 SAN AGUSTÍN, Contra epistolam quam vocant fundamenti, Corpus Scriptorum Ecclesiasticorum Latinorum 25, 195.

lunes, 15 de septiembre de 2008

Colisionador LHC "¿La máquina de Dios?"

Ayer funcionó con éxito el más grande colisionador de hadrones que tiene el mundo. Es un anillo de 27 Km de diámetro, que se encuentra a 100 m de profundidad, en la frontera entre Suiza y Francia. Hará girar protones positivos en un sentido del anillo y negativos en el otro. Se alcanzarán velocidades cercanas a la de la luz para luego hacerlos chocar. El experimento más importante de la historia tiene dos fines: verificar la teoría de partículas más aceptado: para ello habría que encontrar el bosón de Higgs, partícula por ahora teórica. El otro objetivo es recrear, en pequeño, los primeros instantes del Big Bang, de allí el nombre de "máquina de Dios". Estimo que este es un nombre que contradice el segundo mandamiento "No tomarás el nombre de Dios en vano". Mejor llamarlo simplemente por sus siglas LHC (Large Hadron Collider).

jueves, 14 de agosto de 2008

Alcoholismo

Noción. Ordinariamente se aplica el nombre de e. a la pérdida total o parcial de la conciencia, debida a la intoxicación por el alcohol etílico (v. ALCOHOLISMO) o por otras bebidas (v.) espirituosas. La e. puede ser total o incompleta: en la e. total hay una pérdida absoluta del control de conciencia; en la e. incompleta no se llega a ese estado, aunque se embotan las potencias intelectuales y disminuye la capacidad de una actuación moral, libre y responsable. Algunos autores distinguen también la e. como acto (e. activa) y la e. como estado (e. pasiva), refiriéndose con la primera expresión al acto de embriagarse, es decir, al acto de tomar vino o licor en cantidad suficiente para provocar el estado de e. En realidad, aunque puede hablarse del acto de e. (sobre todo cuando desde el principio se bebe con intención de llegar a la e.), la e. propiamente dicha es el estado subsiguiente, que no viene calificado moralmente por sí mismo, puesto que no es en sí misma una culpa, sino el efecto de una culpa, pero que se hace imputable al sujeto en virtud de la voluntariedad con que haya puesto los medios para llegar a la e.

Malicia. Conviene advertir que todas las consideraciones morales que se hagan a propósito de este tipo de e. pueden aplicarse también, prácticamente, a la pérdida de conciencia que sea consecuencia de la suministración de drogas.

El pecado de e. es reprobado repetidamente por la S. E. «Los ebrios ... no poseerán el reino de Dios» (1 Cor 6,10; cfr. Gal 5,21; 1 Cor 5,11; Rom 13,13; Luc 21,34); «Ay de los que se levantan con el alba para seguir la embriaguez, y se quedan por la noche hasta que el vino les enciende» (Is 5,11); cfr. también Prv 23,29; Sap 19,1; Is 28,7. Los Padres de la Iglesia y los teólogos son unánimes en condenar severamente este vicio (cfr., p. ej., Santo Tomás, Sum. Th. 2-2 gl50 a2). La e. completa o total es pecado mortal, si se trata de una e. prevista y querida. Esta gravedad no reside en el simple exceso de bebida (v. TEMPLANZA), ni en su mera voluntariedad, ni siquiera en la pérdida momentánea del uso de la razón en sí misma, sino en la irracional suspensión temporal de los poderes intelectuales y en la inhibición, sin motivo suficiente, de la censura moral, hechos éstos que al coexistir con una cierta capacidad de actuación hacen además posibles actos lesivos a la ley de Dios, que quizá no se cometerían.

La calificación moral de la e. se diferencia esencialmente, por estas razones, de la pérdida de conciencia que se verifica en la anestesia total o en otras situaciones semejantes, motivadas por un fin terapéutico, es decir, razonable (v. DROGAS III). En estos casos el motivo justo y suficientemente grave equilibra los inconvenientes de la pérdida momentánea de la conciencia, mientras que la e. ilícita obedece a motivos de goce sensible o se busca como un medio (inadecuado e ineficaz, por otra parte) para huir de situaciones difíciles o para evitar momentáneamente ciertas responsabilidades. El envilecimiento de la condición humana, las actitudes inmorales y repugnantes que pueden aparecer durante la e., el daño que se causa a la salud corporal (especialmente con la e. repetida y habitual), los perjuicios acarreados a la armonía familiar y a la convivencia social, y el riesgo de contraer una verdadera esclavitud (dipsomanía) con respecto a las bebidas embriagantes, son otros motivos que contribuyen a configurar la gravedad moral de este pecado.

Cuando la e. no es completa, de ordinario no hay materia grave y no se llega al pecado mortal, pero por circunstancias especiales podría también llegarse: p. ej., por razón del escándalo que se produzca; por el daño que se cause, a sí mismo o a otros; por la intención torcida que haya motivado la e. parcial, etc. Los pecados que se cometen en estado de e. completa no son imputables en sí mismos, puesto que se realizan sin advertencia -la imputabilidad directa existirá en mayor o menor grado según sea mayor o menor el uso de razón que entonces se tenga-, pero son imputables en su causa (que es la e. misma) si se previeron al menos confusamente antes de embriagarse, o si se pudieron y debieron prever. Esta imputabilidad de los efectos puede disminuir o incluso desaparecer cuando la e. es fruto de impulsos anormales e incoercibles -como sucede en la auténtica dipsomanía-, que quitan al sujeto la posibilidad de resistir a la tendencia a beber; aunque por otra parte la dipsomanía misma no deje de ser a veces imputable, si no se pusieron a tiempo los medios adecuados para evitarla.

El deber de una abstinencia completa de las bebidas alcohólicas no puede demostrarse por la S. E. ni por la práctica de la Iglesia ni por motivos de razón natural. A este respecto, recuérdese, p. ej., el milagro de la conversión del agua en vino en Caná de Galilea (lo 2,1-11), el vino que Jesús tomó con los Apóstoles antes de instituir la Eucaristía (Le 22,17-18), la elección del vino como materia de ese mismo sacramento (Le 22,20 y paralelos), el consejo de Pablo a Timoteo (1 Tim 5,23), etc. Estos testimonios -y el que ofrece la conciencia cristiana en todas las épocas- demuestran incluso cómo un uso de las bebidas alcohólicas, moderado por la templanza, pueda ser positivamente bueno, por motivos de convivencia, de relación social, como estimulante ligero, etc.

No obstante, en particulares circunstancias es de alabar una libre y ponderada abstinencia, querida por motivos sobrenaturales, p. ej., la caridad fraterna: «Bueno es no comer carne, ni beber vino, ni hacer nada en que tu hermano tropiece, o se escandalice, o flaquee» (Rom 14,21). Esa abstinencia puede incluso llegar a constituir un deber personal en determinadas ocasiones: como medio de lucha contra malos hábitos ya adquiridos en este campo; como medio apostólico y pastoral para el trabajo entre una población. fuertemente dominada por el alcoholismo; porque así lo exijan las circunstancias (por prudencia o por ley positiva) en caso de conductores de automóviles, pilotos de aviones, etc., o en general cuando se trata de profesiones para cuyo ejercicio se requiere una completa abstinencia.

La responsabilidad moral de la e. se extiende también a los que cooperan en la e. ajena, bien negativamente (cuando no se impide la e. de otro, pudiendo y debiendo hacerlo), bien positivamente (cuando se facilita directamente la e., animando, proporcionando con ese fin la bebida necesaria, etc.). La gravedad moral de la cooperación aumenta cuando tiene además como objeto otros fines ilícitos (corrupción, seducción, etc.), que piensan conseguirse cuando la e. impida la resistencia del sujeto.

Medios espirituales contra el alcoholismo. Paralelamente a las iniciativas surgidas para combatir el alcoholismo desde un punto de vista social y meramente humano, han surgido otras que, haciendo hincapié en motivaciones de orden sobrenatural, han colaborado a disminuir su extensión. Desde ese punto de vista merece destacarse la labor dal capuchino irlandés Theobald Mathew, que en 1837 funda la Liga de la Cruz, dando origen a un movimiento que se extendió después a Estados Unidos (donde fue confirmado por los Concilios de Baltimore, 1840 y 1884, y por el Sínodo de Cincinnati), Inglaterra, Francia, Polonia, Lituania, Bélgica, etc. El objetivo fundamental era el de conseguir una promesa de abstinencia que sirviera de dique al alcoholismo, al mismo tiempo que se realizaba una labor de propaganda para dar a conocer los malos efectos económicos, sociales y fisiológicos del alcoholismo; su relación con la decadencia del individuo, arruinando su salud, la inteligencia, la libertad; con la decadencia de la familia, y con la de la sociedad, etc. (cfr. Carta del Card. Merry del Val al presidente de la Ligue Internationale Catholique contre l' alcoolisme, 23 abr. 1914: AAS 6, 1914, 266-247).

También en un plano individual, siendo la e. y el alcoholismo contrarios a la templanza, uno de los más eficaces remedios será precisamente la práctica de esta virtud. En general, tratándose de estados de intoxicación crónica, pueden aplicarse a la e. habitual los mismos criterios que se indican a propósito de las drogas, aunque el alcoholismo presente mejores posibilidades de curación que otras toxicomanías (v.). No obstante, es indispensable una colaboración entre la asistencia espiritual y los otros medios (sociales, médicos, psicológicos, etc.) que se empleen. La gran proporción de alcoholizados con una situación familiar irregular, con anomalías de personalidad, en desfavorables condiciones de habitación y trabajo, etc., indica que el problema ha de afrontarse en diversos campos. Entre los consejos ascéticos específicos, pueden destacarse la huida de las ocasiones, la conveniencia de evitar el ocio y lógicamente la necesidad de abandonar la bebida (recurriendo incluso a centros especializados) aunque, como es obvio, este punto sea el que se trata de conseguir y sea difícil que el interesado lo cumpla. La labor espiritual, sobre todo, consistirá por eso en preparar el alma y fortificarla, para que la conciencia -llegando a tener sensibilidad ante las exigencias de la Voluntad de Dios- pueda hacerse fuerte en motivos sobrenaturales y cuente con más resortes para vencer la tentación hacia la embriaguez.

sábado, 5 de julio de 2008

Zaragoza: Agua y desarrollo sustentable -14/7 al14/9

La Tribuna del Agua es la propuesta de pensamiento que ha sido creada, junto a la oferta expositiva, lúdica y cultural para responder a las necesidades de una Exposición Internacional que nace de la voluntad de realizar un ejercicio de reflexión, debate y encuentro de soluciones en relación con el agua y la sostenibilidad.



Recopilar y sintetizar conocimiento universal para contribuir a reorientar y mejorar los modelos y sistemas vigentes en materia de agua y desarrollo sostenible para el siglo XXI, todo ello bajo la óptica de la innovación. Este objetivo será alcanzado mediante el desarrollo de una serie de procesos (Semanas Temáticas, Ágora, Eventos y Encuentros Paralelos) en los que intervendrán los más relevantes actores internacionales del panorama actual del agua.

La Tribuna del Agua, herramienta intelectual de Expo Zaragoza 2008, apunta con su misión al encuentro del conocimiento en materia de los temas más acuciantes de agua y desarrollo sostenible, para que se debatan, concilien, compendien, ordenen, destilen, editen, publiquen y difundan.

El Legado de la Tribuna del Agua, sintetizado en la Carta de Zaragoza, contribuirá a posicionar a Zaragoza como referente mundial en materia de agua ofreciendo su experiencia hídrica en beneficio de la cuenca del Mediterráneo y de los países de Iberoamérica.


Actividades

5 y 6 de julio
Foro Ético del Agua
(aforo completo)

5 de julio
R. de Corea en el pabellón de Tribuna del Agua


5 de julio
Cine del agua: programa 10


5 de julio
Argentina en el pabellón de Tribuna del Agua


5 de julio
Diálogo-entrevista Cristina Narbona - Pepa Roma

martes, 3 de junio de 2008

El deporte no siempre es salud

Por Federico Ferrero

Los deportes traen muchos beneficios, y en general un balance de los efectos sobre el organismo del deportista evidencia un saldo positivo, pero como en todas las disciplinas no todo puede ser color de rosas.

Estos males producto del deporte se acentúan a medida que su práctica se hace más exclusiva e intensiva, perdiéndose el equilibrio con otras posibles actividades a desarrollar.
Por otra parte, visto desde la situación del deporte actual, se puede considerar que se a tratado a los deportistas a lo largo de la historia como conejillos de indias en su actividad.

Tenemos el ejemplo de la natación. En un principio se creía que el rendimiento era directamente proporcional a la cantidad de metros recorridos durante los entrenamiento, llegándose a exigir jornadas completas dentro de la pileta, y a recorrer alrededor de 15.000 mts. por día. Estas prácticas llevaron en muchos casos no sólo a la pérdida de rendimiento deportivo, sino, por ejemplo, a lesiones irreversibles de columna producto de estilos como mariposa o pecho.

Estructuralismo

En el sentido amplio de la palabra, e. es toda teoría que sostiene la primacía de la estructura frente a las funciones, a la atomización o a la indefinición de algo. En sentido restringido, e. es la teoría que se apoya en el modelo estructural de la Lingüística: actualmente es el sentido más usual, y a él nos referimos aquí. El e. es un movimiento ideológico, nacido en la primera mitad del s. xx, de carácter no esencialmente filosófico. Originariamente quiere ser un método científico-cultural que, en unos casos, arrastra adherencias filosóficas y, en otros, desemboca en una filosofía.

El término e. tiene su origen en la Lingüística (v. tv), de donde pasó a las ciencias humanas que se inspiraron en el modelo lingüístico; en principio, el e. es la aplicación de un modelo lingüístico a la antropología y a las ciencias sociales. Se vincula a la orientación fonológica de la Lingüística (v.), representada primero por F. De Saussure y más tarde por N. Troubetzkoy, R. Jakobson, A. Martinet y otros. El e. trabaja con el «análisis estructural», aplicado por el investigador a un sistema de significación para, en la medida de lo posible, describirlo y captar las reglas de su funcionamiento. El análisis estructural se refiere al sistema de significación en sí (le structural), prescindiendo de la cuestión de hasta qué punto el sistema de signos corresponde a la realidad «objetiva» (le structurel), mentada por esos signos. Por la aplicación de este método podemos considerar como pionero del e. a Claude Lévi-Strauss (v.) en el campo de la Etnografía. También ha sido aplicado a la crítica literaria por Serge Doubrousky, Roland Barthes y Michel Foucault (este último es el filósofo más representativo del grupo); a la interpretación de Marx, por Louis Althusser; al psicoanálisis, por Jacques Lacan. La revista «Cahiers pour l'Analyse» ha polarizado a gran parte de los escritores estructuralistas.

1. Inteligibilidad del método estructuralista. F. De Sassure veía la Lingüística (v.) como parte de otra ciencia más amplia, la Semiología (v.), «ciencia de los signos»; la Lingüística tenía que ser una ciencia orientada al estudio de la vida de los signos (v.) en el seno de la vida social y de las leyes que los rigen (v. t. SIMBOLISMO). Después se habló de «estructura» (v.) allí donde los caracteres de los elementos dependen completa o parcialmente de los de la totalidad. Roland Barthes describe el análisis estructural en dos pasos: 1° En un primer paso (découpage o fraccionamiento) se definen las estructuras elementales que componen el sistema que se investiga; y se definen precisamente no por su «sustancia», sino por sus relaciones con otras unidades. 2° En un segundo paso (agencement u ordenación) es preciso descubrir en las estructuras elementales las distintas reglas de asociación y composición, según las cuales se construyen las estructuras más complejas.

Así, pues, el e. apunta primariamente no a las cuestiones de origen y de génesis, de mutuo influjo y de propagación de los lenguajes, sino al sistema interno de un lenguaje (v.). Llevado a sus últimas consecuencias, este punto de vista desemboca en la afirmación de que los conceptos científicos sólo tienen validez y sentido dentro del marco de la respectiva teoría (V. TEORÍA CIENTÍFICA). El estructuralista no se contenta con describir la estructura elemental de un sistema, sino que intenta integrar éste en la correspondiente y más compleja estructura de otro sistema.

De esta suerte, la actividad estructuralista supone una serie de oposiciones, susceptibles de ser reducidas a tres binomios fundamentales: lengua-habla, sincronía-diacronía, significante-significado.

1) Lengua y habla. De Saussure introdujo la distinción entre lengua (v.; institución social de signos codificables) y habla (el lenguaje, v., en cuanto que es concretamente hablado por un individuo). El objeto propio de la Lingüística es la lengua, la estructura permanente de un idioma. Así entendida, la Lingüística debe estudiar, por una parte, los estados del sistema, constituyéndose así como Lingüística sincrónica; y debe estudiar, por otra parte, los acontecimientos en el sistema, constituyéndose como Lingüística diacrónica.

2) Sincronía y diacronía. La Lingüística sincrónica estudia todo lo que concierne a la lengua en el interior del mismo ámbito, mientras que el habla se dispersa en los registros de la psicología y fisiología, y no puede constituir el objeto de una disciplina específica. Las estructuras diacrónicas no son vistas como productos de un fluir continuo, sino como el reajuste de la lengua. La diacronía está subordinada a la sincronía.

3) Significante y significado. Siendo el lenguaje un sistema orgánico de signos (v. SIGNO LINGÜíSTico), debemos distinguir entre significante (la parte del signo que es `materializada', es decir, perceptible, visible u oíble) y el significado (la parte que en el signo está escondida, es `inmaterial', es el sentido). El signo se constituye por rasgos diferenciales. El sistema es siempre un sistema de signos, resultante de la determinación mutua de la cadena sonora del significante y de la cadena conceptual del significado. En esta determinación mutua, no importan los términos considerados individualmente, sino los rasgos diferenciables; las diferencias de sonido y de sentido y sus mutuas relaciones constituyen el sistema de signos de una lengua. La estructura se define así por los rasgos de «sistematicidad», «relación opositiva» y «clausura». Sistematicidad, en primer lugar, pues el lenguaje no se reduce a los acontecimientos, fluctuaciones y cambios: hay una constancia que hace a una lengua ser una lengua, idéntica a sí misma en todas sus variaciones (de ahí la dualidad «procesos-sistema», sostenida en el binomio «habla-lengua» de De Saussure, en el binomio «uso-esquema» de L. Hjelmslev, en el binomio «acontecimiento-estructura» de Lévi-Strauss). Relación opositiva, en segundo lugar, pues el sistema debe ser descrito en términos estrictamente relacionales: no es suficiente considerar las significaciones como pegadas a los signos aislados, como etiquetas en una nomenclatura heterogénea, sino considerar los valores relativos, opositivos de estos signos en sus relaciones mutuas. Clausura, en tercer lugar, pues el conjunto de signos debe verse como algo cerrado, a fin de someterlo a análisis. La estructura queda definida así como «entidad autónoma de dependencias internas».

Con lo dicho, resalta que el tipo de inteligibilidad del e. se logra siempre que se pueda trabajar sobre un sistema constituido y clauso, estableciendo inventarios de elementos y de unidades lingüísticas, y situando estos elementos o unidades en relaciones de oposición, preferentemente binaria; después hay que establecer un álgebra (v.) o una combinatoria de estos elementos y de sus binomios de oposición.

Es obvio que la «lengua» es el aspecto del lenguaje que se presta a este inventario. En este nivel de inteligibilidad radican las limitaciones internas de los estructuralismos. Así las cosas, el e. no es una teoría filosófica sino un método, el cual intenta representarse los hechos (psicológicos o sociales) en la forma de un modelo abstracto.

2. La ideología estructuralista. El e. hunde sus raíces en el suelo de la filosofía inmediatamente precedente; fundamentalmente del racionalismo (v.; que prefiere el sistema determinístico a la persona) y del existencialismo (v.; que prefiere los problemas del yo concreto, desinteresándose en parte de la realidad exterior). El e. admite en parte el racionalismo, en su deseo de lograr la plena objetividad racional: subrayando la existencia de la naturaleza de las cosas; afirmando la posibilidad de un conocimiento de la misma, susceptible de traducirse en una teoría lógica formalizada matemáticamente; buscando las invariantes en el cambio, el sistema en los conjuntos. Y admite, en parte, también, el existencialismo: rehusando la noción de progreso histórico y la concepción triunfalista de la razón; integrando un elemento afectivo en el inconsciente. Pues bien, el método anteriormente descrito responde a las exigencias de explicar esa magnitud desconocida, inconsciente, la cual da su orden a lo conocido y consciente. La ideología estructuralista resulta de la generalización de los principios metódicos arriba esbozados. A continuación daremos un breve elenco de los principales términos en litigio.

1) Código-sentido. El análisis estructural se limita al código del pensamiento objetivo, tal y como se encuentra en las estructuras del lenguaje, independientes del sentido real y concreto que el sujeto le imprime cuando actualmente habla. A juicio de Lévi-Strauss, la Lingüística nos pone en presencia de un ser dialéctico y totalizante, pero exterior (o inferior) a la conciencia y a la voluntad. «Totalización no reflexiva, la lengua es una razón humana que tiene sus razones, y que el hombre no conoce» (El pensamiento salvaje, México 1964, 363).

2) Inconsciente-consciente. El hombre está inconscientemente sometido a las estructuras lingüísticas. De esta suerte, el inconsciente (v.) es un «sistema categorial», en el sentido kantiano, pero sin relación a un sujeto hablante. Este inconsciente puede definirse como algo homogéneo a la naturaleza; la conciencia (v.), centrada sobre el yo, es en realidad el producto y el resultado de múltiples influencias. El inconsciente puede ser detectado, en el mismo individuo, por las técnicas de análisis; en Etnografía, por el estudio de los mitos y -símbolos (Lévi-Strauss); asimismo, en Lingüística, viendo en la lengua el reflejo del alma de los pueblos: cada época es la manifestación superficial de profundas corrientes y, para hallarlas, hay que proceder a una función de arqueología, al término de la cual puede decirse que el hombre es «ese ser cuyo pensamiento está infinitamente tramado con lo impensado» (Foucault, Les mots et les choses, París 1966, 361).

3) Estructura-praxis. Al relacionarse con el marxismo, la ideología estructuralista ha querido poner de manifiesto la relación de estructura y praxis. Marx afirmó que los «filósofos se han dedicado a la interpretación del mundo, pero lo que se necesita es transformarlo»; para Marx (v.), la idea es impotente, y para convertirse en ideafuerza necesita que el proletariado la haga teórica y prácticamente suya. Esta teoría-praxis o este decir-hacer es diacrónico, pues se extiende a lo largo de la historia; de ahí el historicismo (v.) esencial del sistema de Marx. Pero el e. se opone a toda forma de historicismo; lo que Marx interpreta como una continua evolución historicista podrá ser a lo sumo entendido por el e. diacrónicamente, como una sucesión de reestructuraciones; el concepto que Marx tiene de la estructura, como producida por las fuerzas dialécticas en vigor, no se presta en absoluto a ser aplicado a un sistema cerrado y formalizado. Por eso, Althusser piensa que la unidad de infraestructurasupraestructura es ella misma estructural, es decir, relacional-sistemática. Para Althusser los conceptos de «socialismo» (v.) y de «humanismo» (v.) son incompatibles, pues desde el punto de vista marxista-estructuralista el primero es «científico», mientras que el segundo es «ideológico»; la historia (v.) no se debe comprender desde el concepto «hombre», sino desde la categoría de «estructura»; la historia no tiene un sentido humanístico, sino social-estructural. Si para Marx «teoría y praxis» van indisolublemente unidas, el e. de Althusser las desconecta; la dimensión de la «opción» marxista queda relegada al plano voluntarista, que es propio de la política, pero no de la teoría. El e. reduce al marxismo a pura «teoría científica», la cual tendría su contrapartida, en el plano político, en el comunismo (v.) con sus normas de acción.

4) Estructura-historia. El cosmos es un sistema cerrado y también lo es, por consiguiente, la humanidad; ésta queda incluso sometida a la ley de la entropía (LéviStrauss). La «historia», como proceso de liberación, el «futuro» como existencia más plena, la «esperanza» y parecidas categorías humanísticas, son típicas ilusiones occidentales, pero que están condenadas al fracaso.

Como balance general, se puede decir que el e. reacciona contra el acosmismo existencialista que, al aislar artificialmente el yo, establece una escisión radical entre el hombre y la naturaleza. La ligazón a la naturaleza, operada por el e., impide el delirio intemperante de la libertad, el lirismo de los temas de la angustia y las tentaciones del subjetivismo. Pero, de rechazo, el fenómeno «hombre» se convierte en un epifenómeno. Los hombres, así, no inventarían la lengua, el sistema de parentesco o el sistema de los mitos, sino todo lo contrario, éstos conducirían, envolverían y comprenderían a los individuos. Objeción fundamental al e. es, pues, que el hombre queda así envuelto o inmerso, disuelto, en la «objetividad» de la estructura. De esta suerte, el e. puede hacer la afirmación de que «el hombre ha muerto».

El e., como ideología o como sistema, es inconsistente ante las objeciones que cabe hacer a cualquier forma de positivismo (v.) concebido como método exclusivo de conocimiento (v. CIENCIA vii, 2-3); no es capaz de explicar o admitir realidades incuestionables como la libertad y responsabilidad, la moralidad, la persona humana, el sentido mismo de la existencia, etc. Como método, el e. resulta eficaz para determinados estudios en diversos campos, como la Lingüística, la Lógica, para encontrar las constantes o invariantes que se dan en diversas formas de la sociedad y de la cultura, etc.

sábado, 3 de mayo de 2008

El Valor del Trabajo

Comenzar es de muchos; acabar, de pocos, y entre estos pocos hemos de estar los que procuramos comportarnos como hijos de Dios. No lo olvidéis: sólo las tareas terminadas con amor, bien acabadas, merecen aquel aplauso del Señor, que se lee en la Sagrada Escritura: mejor es el fin de la obra que su principio

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Autor San Josemaría

jueves, 3 de abril de 2008

Agua, un recurso escaso y estratégico

Si bien el agua es uno de los elementos más abundantes en nuestro planeta, poco a poco se está convirtiendo en un bien escaso a causa de los cambios climáticos, la contaminación y su desaprovechamiento. Millones de personas en el mundo carecen de este preciado bien, necesario para la supervivencia.

La crisis causada por la escasez de agua, su mala administración y los problemas de saneamiento siguen constituyendo serios obstáculos para alcanzar en 2015 los Objetivos de Desarrollo de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) para el Milenio. En ese sentido, la ONU hace hincapié en la importancia del buen gobierno y la adecuada administración de los recursos en el ámbito nacional e internacional.

A pesar de los compromisos adquiridos en el contexto de los Objetivos del Milenio, el avance que se ha conseguido en la cobertura de los servicios de abastecimiento y saneamiento no es suficiente: actualmente una de cada seis personas no accede al agua potable, dos de cada cinco carecen de saneamiento adecuado y todos los días 3800 niños mueren por enfermedades asociadas a la falta de agua potable y de saneamiento.

Según la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), para 2025, 1800 millones de personas vivirán en países o regiones con total falta de agua y dos de cada tres sufrirán su escasez. Las personas ya afectadas están dentro de las zonas más pobres del planeta y más de la mitad residen en China e India, de acuerdo con estimaciones de la ONU. La mayoría de los países de Medio Oriente y Africa del Norte padecen una grave escasez de agua, al igual que otros como México, Paquistán, Sudáfrica.

Actualmente no tienen acceso a agua potable 1100 millones de personas, en tanto que otros 2600 millones no disponen de condiciones higiénicas básicas. Ocho de cada diez enfermos de países en desarrollo sufren enfermedades relacionadas con el agua, que causan además una gran mortalidad, también entre los niños: cada ocho segundos muere uno por falta de agua potable. Los niños del mundo desarrollado consumen entre 30 y 50 veces más agua que los nacidos en países en desarrollo. A todo esto hay que sumar las consecuencias del cambio climático, que acelerarán la desertización en Africa, donde además no deja de aumentar la población y por tanto el consumo. Esto podría provocar migraciones en busca de agua hacia lugares con mayores recursos, como la Unión Europea.

Por otro lado, la falta de un saneamiento adecuado, que afecta en pleno siglo XXI a 2600 millones de personas, el 41 por ciento de la población mundial, es una grave amenaza para la salud y una ofensa a la dignidad humana. De esta cifra, 980 millones son menores de 18 años, y 280 millones de ellos tienen menos de 5 años, lo cual hace de la infancia uno de los sectores más amenazados, según señaló Philip O Brien, director regional de Unicef, con ocasión del Día Mundial del Agua, que se celebró el 20 del mes último, y que coincide en esta ocasión con la declaración de 2008 como el Año Internacional del Saneamiento.

La necesidad y los diferentes usos del agua seguirán creciendo en forma sostenida, por lo que el aprovechamiento sustentable de dicho recurso trasciende los aspectos de orden técnico, dado que constituye un desafío político, social, económico, ambiental y cultural que compromete a la sociedad en su conjunto no sólo para el presente, sino también de cara al futuro.

De La Nación 3/4/08

viernes, 14 de marzo de 2008

Soledad y Sociedad

Por Jaime Nubiola
Universidad de Navarra www.unav.es

Sociedad y soledad es el título del
memorable libro de ensayos que el pensador
norteamericano Ralph Waldo Emerson publicó en
1870, cinco años después de la Guerra Civil, como
su colaboración a la ingente tarea de
reconstrucción nacional. Fue un libro de gran
éxito en su tiempo. Se tradujo al castellano
hacia 1915, pero no ha sido reimpreso luego y hoy
en día sólo está accesible en inglés. La fuerza
de su título se encuentra, por supuesto, en la
conjunción copulativa "y" que une esos dos
elementos opuestos que todos llevamos dentro: las
ansias de estar con los demás, de comunicarnos,
de colaborar y el íntimo anhelo de soledad y de
paz. "La soledad sola, sin recurso a la sociedad,
-ha escrito Callaway en su reciente edición de
Society and Solitude- magnifica todas las
diferencias y amenaza con la pérdida del contexto
más amplio que fija los problemas del individuo y
sus objetivos, y los hace inteligibles. (...) La
sociedad es el correctivo de los dogmatismos de
la soledad".

El filósofo británico Ray Monk ha
centrado su autorizada biografía de Bertrand
Russell precisamente en la permanente tensión
entre los conflictos que inevitablemente genera
la convivencia y el temor a enloquecer que tantas
veces acompaña a la soledad. A todos se nos ha
encogido el corazón cuando en las calles de las
grandes ciudades nos topamos con hombres o
mujeres que, sin estar borrachos ni llevar el
teléfono móvil, van hablando en voz alta. Se
sienten solos y tratan de conjurar su soledad
hablando a gritos con los viandantes o con sus
imaginarios interlocutores. Todos necesitamos un
saludable equilibrio entre sociedad y soledad. Si
hubiera que escoger entre una de las dos, Emerson
elegiría la soledad, pero me parece a mí que es
mejor, más humano y más razonable, elegir la
sociedad, la convivencia con los demás. Esto es
lo que quiero apuntar en estas líneas
apresuradas, sugiriendo también algunas pautas
concretas como la de aprender a escuchar.


1. El peligro de la soledad

"La soledad vivifica, el aislamiento
mata", escribió el abate Joseph Roux en 1886. El
peligro no es la soledad, sino el aislamiento, el
encerrarse uno sobre sí mismo, quizá como
consecuencia de las heridas recibidas en el trato
con los demás. No es infrecuente en el ámbito
profesional encontrarse con personas "quemadas";
tienen -se dice ahora- el síndrome del burn-out.
Se trata de ordinario de personas brillantes, que
intentaron su trabajo cambiar el mundo, pero que
con el paso de los años se han venido abajo,
quizá sobre todo por la falta de reconocimiento
de su esfuerzo. Algo parecido ocurre en las
familias y en todo tipo de comunidades y
organizaciones sociales.

Necesitamos crear entornos domésticos y
laborales en los que sea posible la actividad
individual, pero en los que haya también
abundante comunicación, puesta en común, trabajo
en equipo. Ya hace muchos siglos escribió
Aristóteles que "no es fácil en soledad estar
continuamente activo; en cambio es más fácil con
otros y respecto a otros". A veces quienes se
creen náufragos, solitarios y aislados, se
consuelan con la idea de que esa soledad les hace
más libres, pero se trata de un error, pues de
ordinario el aislamiento es totalmente estéril.
Lo que necesitamos no es aislarnos, sino más bien
un espacio físico que permita una cierta soledad
a la hora de trabajar, de rezar, de encontrarnos
con nosotros mismos. La actividad más solitaria
es probablemente la escritura, pero -al menos
para mí- se trata de una actividad eminentemente
comunicativa y quizá por eso se parezca mucho a
la oración. Me impresionó hace algunos años el
comentario de Jiménez Lozano: "Maurice Blanchot,
glosando a Kafka, dice que escribir es una forma
de oración. Y lo es. O, si no, es cacareo".

No me resisto a copiar una historia
sencilla que me hizo llegar una filósofa mexicana
y que lleva el título "Más cerca". Dice lo
siguiente:

Había sólo un colegio para varios pueblos
de aquellas selvas. Y no había carreteras. Tanto
los alumnos como los profesores venían andando
por los cuatro punto cardinales. Uno de los
maestros notó que su nuevo compañero, en lugar de
ir directamente a casa al acabar las clases, se
adentraba en el bosque procurando no llamar la
atención. Intrigado, decidió seguirlo de lejos un
día.

Había una piedra plana en un claro del
bosque. Sobre ella estaba sentado, con las manos
sobre sus rodillas, los ojos cerrados y la cabeza
un poco inclinada. Era obvio que estaba rezando.

Al día siguiente, en un descanso, lo llamó aparte y le dijo:

- Tengo que confesar que sentí curiosidad por tus
"escapadas" al bosque, y ayer te seguí al acabar
el colegio, y vi lo que hacías.

- Ah, bueno, -respondió el otro-. Sí, me gusta
pasar un poco de tiempo tranquilo y en paz con
Dios.

- ¿Y hace falta esconderse en un bosque para eso?

- Bueno, allí puedo encontrar a Dios.

- Pero, ¿es que Dios no puede encontrarse en
cualquier sitio? Donde quiera que vayamos, Dios
es el mismo.

- Dios es el mismo, claro, pero yo no.

La historia sencilla ilustra bien acerca
de la búsqueda de esa soledad que vivifica. Todos
necesitamos ese espacio interior en el que
llegamos a ser nosotros mismos. "Toda la
desgracia de los hombres -escribió Pascal- viene
de una sola cosa: el no saber quedarse solos en
su habitación".


2. En favor de la sociedad

Me impresiona ver a personas
-supuestamente inteligentes- que se aíslan de los
demás escuchando de modo habitual su música
favorita en el ipod. Parece otra forma de
conjurar el miedo a la soledad; es una coraza
ruidosa que evita comunicarse y ayuda también a
eludir cualquier inquietud interior. Lo mismo
puede decirse de quienes vuelcan su atención
obsesivamente en los videojuegos, la televisión o
los diversos artilugios que la tecnología ha
desarrollado en el último siglo para enmascarar
la soledad. Todos esos inventos no son más que
una forma de anestesia: cuando se aprieta el
botón de off vuelve a reaparecer la dolorosa
sensación de soledad.

Convivir no es tarea fácil. Cuántos hay
que viven como extraños a pesar de compartir una
misma casa, un mismo ámbito de trabajo o un medio
de locomoción. Para que sea una actividad
genuinamente humana, convivir implica ante todo
una apertura afectuosa a los demás, a quererlos y
a no tener miedo a expresarles de la manera
adecuada en cada caso nuestro afecto. El saludo
educado, la sonrisa amable y la mirada limpia son
las primeras formas de comunicación que no hay
que dar nunca por supuestas. Son esenciales para
crear un espacio familiar allí donde nos
encontremos. Así estamos hechos los seres
humanos: en cuanto establecemos lazos afectuosos
con quienes están a nuestro alrededor nos
sentimos a gusto, nos sentimos en cierto sentido
como en casa porque nos sentimos valorados y
queridos en nuestra singularidad personal.

Defender la cordialidad en nuestra
apertura a los demás no significa desconocer los
problemas que efectivamente afligen a la
convivencia humana. Al contrario, quienes
defienden el respeto, la amabilidad e incluso la
ternura como pautas de nuestras relaciones
sociales lo hacen porque saben que sólo mediante
esa conducta es posible transformar aquellos
ámbitos en los que predominan la violencia, la
explotación o el mutuo desprecio. Los demás
tienen también problemas y por eso actúan como lo
hacen, a veces agresivamente, pero con
inteligencia -¡hablando!- y con corazón
-¡queriendo!- pueden cambiarse muchas actitudes
personales. Hace falta una buena dosis de
valentía personal, sin atemorizarse por el hecho
de que en algunas ocasiones hayamos salido
malheridos en el trato con los demás. Quien así
actúa se hace efectivamente vulnerable, pero sólo
así somos felices los seres humanos. "La soledad
-ha escrito Nieves García- muere cuando nace el
amor. Un ser humano -añade- no es un problema
para otro, es una oportunidad para crecer en la
humanidad".


3. Aprender a escuchar

Sobre mi mesa de trabajo tengo
discretamente situado un pequeño calendario de
cartulina con un simpático dibujo y unas
palabras: "El que sabe escuchar sabe comprender".
Cuando me impaciento con alguna visita inoportuna
suelo echarle una ojeada y tomar así ánimos para
seguir escuchando con atención. Me parece a mí
que para vivir a gusto en sociedad, esto es, para
llegar a querer realmente a los demás, hace falta
aprender a escuchar.

Vivimos en un entorno muy ruidoso por
fuera y con muchas prisas por dentro, que hace
realmente difícil que nos prestemos mutuamente
atención. Hablamos con voz fuerte, nos movemos
con rapidez, decimos a unos y a otros lo que
tienen que hacer, pero a menudo somos incapaces
de escucharnos realmente y, por tanto, de
comprendernos. Quienes se han dado cuenta de esta
situación, que tanto afecta a la comunicación en
la empresa, se han apresurado a organizar cursos
para persuadir a empresarios y directivos que
necesitan aprender a escuchar para ser verdaderos
líderes en sus empresas. De modo semejante,
abundan los cursos en los que se pretende
adiestrar a vendedores y comerciales en las
técnicas de la escucha al cliente para que
lleguen a hacerse cargo realmente de sus
necesidades.

Pero, más que una técnica que pueda
dominarse, escuchar es sobre todo una actitud que
se aprende cuando se vive en un espacio humano en
el que hay afecto. Se trata de una actitud que
comienza en el ámbito personal y familiar, y
atraviesa todos los niveles de la acción humana.
A veces la comunicación se cuartea mediante
silencios que parecen de plomo. En casi todas las
familias o en muchas empresas hay personas que
durante largos años "no se hablan", aunque sean
hermanos, vivan en la misma escalera, trabajen en
un mismo departamento o tengan intereses afines.
Independientemente de las circunstancias
concretas que en cada caso hayan originado esa
lamentable situación -una herencia, una
rivalidad-, la manera más efectiva de entenderla
es advertir que han cancelado la disposición a
escucharse y a aprender uno de otro. Sólo escucha
quien está dispuesto a cambiar, quien está
dispuesto a rectificar, quien está dispuesto a
pedir perdón, a decir "me he equivocado". Como ha
escrito Bollnow, para poder escuchar hay que
renunciar a la seguridad de la propia opinión y
ponerse en duda uno mismo sin ningún reparo.

Comprender a los demás es muy difícil.
Requiere el empeño por resistir a la
superficialidad y a la vanidad, pero sobre todo
requiere hacerse cargo de lo que a los demás les
pasa, aunque muchas veces ni siquiera sean
capaces de decirlo y lo expresen sólo con su
presencia, con su ilusión o con su desánimo. Para
poder comprender a otra persona es preciso
reconocer que aprendemos de ella. Al menos, como
escribió la Madre Teresa de Calcuta, "estar con
alguien, escucharle sin mirar el reloj y sin
esperar resultados nos enseña algo sobre el
amor". Efectivamente, para poder escuchar es
preciso no mirar el reloj, no tener prisa por
dentro, tener paciencia. "La paciencia -escribió
lúcidamente el teólogo von Balthasar- es el amor
que se hace tiempo".

Aprender a escuchar es, en primer lugar,
aprender a tener paciencia, a dejarse llenar por
lo que dice la otra persona, sin distraernos con
lo que le vamos a contestar. Pero además, si
pensamos que cada persona singular tiene valor
por sí misma, es natural reconocerla -aunque eso
cueste bastante en la práctica- como una
autoridad acerca de su propio punto de vista o al
menos como un insustituible testigo presencial de
su personal experiencia.


Quien se aísla, quien elige la soledad,
es porque ha renunciado a cambiar, ha bloqueado
su capacidad de aprender. Elegir la sociedad
genera, por supuesto, problemas, pero es también
una maravillosa fuente de gozo, de alegría y de
amistad. En su ensayo R. W. Emerson recomienda
mantener la cabeza en soledad y las manos en
sociedad, conservar la personal independencia en
la inevitable convivencia social. Sin embargo,
entre la cabeza y las manos está el corazón que
les da la vida a la una y a las otras. Si
elegimos con el corazón descubriremos en la
convivencia con los demás -en la dependencia de
los demás- la fuente de nuestro crecimiento
personal y de nuestra felicidad.

lunes, 18 de febrero de 2008

EL CIGARRILLO

Desde 1988, luego de la publicación de un informe sobre los efectos del tabaco sobre la salud: "adicción a la nicotina", quedó instaurada la nicotina como una sustancia adictiva, al igual que la cocaína o la heroína.

Como agente administrado voluntariamente, altera el ánimo y la conducta, además de tener el potencial adictivo comparable al del alcohol, la cocaína o la morfina.

A pesar que más de 38 millones de personas en los Estados Unidos hayan dejado de fumar, alrededor de 50 millones continúan haciéndolo, demostrando los efectos adictivos de la nicotina.

Que el tabaco es perjudicial para la salud es una afirmación que se encuentra inclusive inmortalizada en los mismos paquetes de los cigarrillos.

Igualmente, un elevado porcentaje de los fumadores no cree que esté poniendo en riesgo su salud al fumar, o que por dejar de fumar van a decrecer los posibles riegos.

Habitualmente se comienza a fumar durante la juventud, y un 95% de los que continúan fumando después de los 20 años, llega a ser un fumador diario. Muchas personas que fuman han logrado conseguir dejar de hacerlo al tercer o cuarto intento, siendo sólo un 25% el que lo logra al primer intento.

El número de fumadores ha disminuido y se cree que 1,3 millones de personas en los Estados Unidos deja de fumar cada año.

Efectos en el organismo

La nicotina tiene efectos estimulantes como inhibitorios en el organismo. La estimulación del sistema nervioso central puede causar temblores en el consumidores inexperimentado y hasta convulsiones con altas dosis.

A la estimulación le sigue una fase inhibitoria de los músculos respiratorios.

Frente a situaciones estresantes, la nicotina produce excitación tanto como relajación. A su vez, incrementa el ritmo cardíaco y la presión sanguínea.


Además el tabaco puede provocar un aumento de sudoración, náuseas y diarrea, debido a los efectos que produce en el sistema nervioso o central.

Hormonalmente ocasiona una elevación del azúcar en sangre y de producción de insulina. Pese a estos indeseables efectos en el organismo, la nicotina produce otros efectos que podrían ser entendidos como "positivos", ya que estimula la memoria, la atención, la rapidez mental, el tiempo de reacción, la vigilancia y la ejecución de tareas.

Tiende a aliviar el aburrimiento, alejar los sentimientos depresivos y a reducir el estrés, tanto como los impulsos agresivos en respuesta a situaciones estresantes. A su vez, propende a suprimir el apetito (especialmente el de carbohidratos), pero inhibe la eficiencia del metabolismo de la digestión.

Riesgos para la salud


La exposición crónica a la nicotina puede causar severas dificultades a la salud, pero el problema principal que acarrea el fumar tabaco es la muerte.

En los Estados Unidos se relaciona al tabaco con 400.000 muertes prematuras por año, siendo esta cifra un 25% del total de muertes en general.

Las causas son la bronquitis crónica y la enfisema, cáncer broncogénico, infartos de miocardio, enfermedades cerebrovasculares, enfermedades pulmonares obstructivas y cáncer de pulmón. Además puede provocar úlceras, problemas relacionados a la reproducción, hipertensión y una disminución de la capacidad de curación.

A dosis bajas, provoca náuseas, vómitos, salivación excesiva, palidez, dolor abdominal, diarrea, mareos, dolor de cabeza, aumento de la presión sanguínea, taquicardia, sudor frío y temblores.

Otro riesgo que presenta es la adicción (dependencia y abstinencia) a la nicotina, y el decreciente sentido del olfato y el gusto.

Las personas que no fuman, pero están expuestas regularmente, presentan posibilidades de sufrir riesgos de cáncer pulmonar por sobreexposición al humo. También pueden experimentar acusadas, repentinas o severas reacciones en los ojos, nariz, garganta y en el tracto respiratorio inferior.

Igualmente el tabaco es responsable de molestias como el mal aliento, dientes amarillos y tos constante. Es más, en una investigación comparativa con gemelos que uno fuma y el otro no, se concluyó que esta tos permanente es una de las causas de lesiones en la columna vertebral debido al aumento de la presión intra abdominal sobre los discos intervertebrales provocada al toser.

En los niños provoca una mayor frecuencia de infecciones respiratorias tales como bronquitis, neumonía, produce asma y problemas en la maduración de los pulmones.


Trastornos relacionados con nicotina

Por el consumo de cualquier modalidad de tabaco y con la toma de medicamentos como parches y chicles de nicotina se puede presentar la dependencia y la abstinencia de nicotina.

La dependencia de la nicotina es un trastorno por el consumo de la misma, mientras que la abstinencia de la nicotina es un trastorno inducido por la misma.

El desarrollo de la dependencia de la nicotina es rápido, y es potenciado por factores sociales que impulsan a fumar en determinadas situaciones y por las poderosas campañas publicitarias de las empresas tabaqueras. Muchos sujetos que consumen tabaco lo hacen para disminuir los síntomas de abstinencia cuando se despiertan a la mañana o luego de haber estado en sitios donde se prohibe fumar.

Si padres o hermanos fuman, la persona es más propensa a empezar a fumar, por el modelo que estas figuras ejercen. Muchas personas han intentado dejar de fumar, siendo estos intentos infructuosos.

Debido a que por estar legalizado el consumo de tabaco, se dispone de ellos con facilidad. Algunos sujetos evitan situaciones en las que saben que se les prohibirá fumar.

A pesar de ser conscientes de los problemas médicos que acarrea el fumar, consumen continuamente.

La interrupción del consumo de tabaco provoca síntomas de abstinencia bien definidos. Los síntomas de abstinencia pueden aparecer tras unas dos horas luego del último cigarrillo, agudizándose con un pico entre las 24 y 48 horas siguientes.

El deseo imperioso de fumar, tensión, irritabilidad, dificultades de concentración, somnolencia, disminución del ritmo cardíaco o de la presión sanguínea, aumento del apetito y de peso, torpeza motora y aumento de la tensión muscular.

La mayor rapidez de los efectos de la nicotina conduce a los fumadores a un patrón de hábito intenso más difícil de abandonar por la frecuencia y rapidez del refuerzo y por la mayor dependencia física de la nicotina.


Dejar de fumar y sus beneficios

Debido a los grandes riesgos que trae aparejado el consumo de tabaco, el dejar de fumar no es sólo beneficioso para la propia salud, sino para la de las personas que nos rodean.

Incluso a los pocos minutos de haber dejado de fumar, la presión sanguínea y el ritmo cardíaco bajan a su ritmo normal.

Decrecen los riesgos de enfermedades graves como las enfermedades cardiovasculares, el cáncer de pulmón, de páncreas, de hígado, de riñón, úlcera grastroduodenal, y ataques al corazón.

Para dejar de fumar existe toda una variedad de métodos de los cuáles se puede elegir el que se cree de mayor conveniencia personal.

Los familiares, amigos, compañeros de trabajo pueden apoyar o alentar a una persona para dejar de fumar, pero la decisión debe provenir de la persona en cuestión, debido a que el propio deseo suele ser una de las mejores motivaciones que acompañan al compromiso para llevarlo a cabo.

Como cualquier otra conducta adictiva, el dejar de fumar, y el mantenerse sin fumar es particularmente difícil. Sólo un 10% de personas logran dejar de fumar por su propia cuenta, en contraposición con un 60% que alcanzan la abstinencia mediante programas o métodos sensibles.

Se observa que estos programas utilizan una combinación de varias estrategias e de la terapia cognitiva-conductual como ser el reconocimiento del comportamiento, enfocar la atención de las personas a la realización de sus tareas cotidianas sin fumar, modificación del comportamiento adictivo, reconocimiento de recaídas potenciales y afrontamiento de las mismas, y manejo la irritabilidad, tensión y aumento de peso producidos por la abstinencia del tabaco. Junto a estos métodos y estrategias se suele utilizar temporariamente medicamentos sustitutos de la nicotina como son parches y chicles de nicotina.

Además se sugiere la psicoeducación (informar al fumador de los efectos adversos de la abstinencia y los riesgos de continuar fumando) y grupos de apoyos a los cuáles se recomiendo ir de una a dos horas por semana.

Una vez tomada la decisión de dejar de fumar es muy importante conseguir un método adecuado y personas que sirvan de apoyo para aumentar las posibilidades de tener éxito en tal empresa. De no lograrlo la primera vez, simplemente tome la experiencia como un aprendizaje, no como una fracaso. Es muy común que se necesite hasta seis intentos o más antes de poder realmente dejar de fumar. Se cree que un 70% de las personas que han logrado abstenerse de fumar lo han intentado una o dos veces antes de conseguirlo, un 20% ha hecho de 2 a 5 intentos y un 9% no lo ha alcanzado antes de más de seis truncados intentos.

Por esta razón, si se propone dejar de fumar y sufre una recaída, únicamente reflexione sobre la razón por la cual no resultó, desarrolle nuevas estrategias y propóngaselo una vez más. Generalmente, para romper con un hábito se necesita de varios intentos.

Suele suceder que una persona que desea dejar de fumar y lo logra incite a los individuos que lo rodean a intentar dejar de fumar y a no temer a los efectos propios de la abstinencia.

La nicotina y ciertos trastornos mentales

Se ha asociado el fumar con una historia o un potencial para ciertos trastornos mentales como la depresión mayor, alcoholismo, trastorno de ansiedad y la esquizofrenia.

Con respecto a la depresión mayor, se observó que a las personas que padecen este trastorno les cuesta más cesar con el consumo de tabaco, que las personas sin depresión.

En relación con los trastornos de ansiedad se cree que existe una asociación entre la dependencia de la nicotina y este trastorno, especialmente con respecto al trastorno de ansiedad generalizada. No existen estudios clínicos sobre la abstinencia de tabaco y los trastorno de ansiedad, posiblemente debido a que como un efecto del tabaco es la relajación y la disminución de la ansiedad, y como estos trastornos suelen ser crónicos, estas personas tienden a dejar de fumar en menor medida.

Existen varios estudios que prueban entre individuos alcohólicos de un 80 a un 90% fuman, pero no parecerían ser proclives a no poder dejar de fumar. Si se examinó que sujetos adictos al alcohol y a la heroína, además de la nicotina, refieren a ésta última como la más difícil de abstenerse (Kozlowski, Skinner, Kent & Pope, 1989).

Referente a la esquizofrenia se ha reportado que los pacientes esquizofrénicos necesitan niveles mayores de neurolépticos, que los síntomas negativos se exacerban durante la abstinencia de nicotina, y que la nicotina puede llegar a regularizar algunos déficits perceptuales entre los esquizofrénicos.

Todos estos datos hablan de la necesidad de que los profesionales tomen en cuenta la dependencia de la nicotina como un trastorno per se y tomar conciencia sobre que se necesita combinar las terapias para estos trastornos (depresión mayor, esquizofrenia, alcoholismo y trastorno de ansiedad generalizada) con programas adecuados para lograr la abstinencia de la nicotina, con el fin de no perjudicar cualquier avance en recuperación de la salud mental.


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Referencias bibliográficas

DSM- IV (1995): "Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales". Madrid, Editorial Masson.
Kaplan, H.; Sadock, B.; Grebb, J. (1997): "Sinopsis de Psiquiatría". Baltimore, Maryland, William Wilkins; Argentina, Editorial Panamericana.
Carr, Allen (1993): "Cómo dejar de fumar". Argentina, Emecé Editores.

http://www.sagrado.edu/lared/docs/cigarrillo.htm