Les dejo un "resumen" de las categorías del ultimo libro de un sociólogo bastante importante que se llama Zygmunt Bauman que son muy simples y muy interesantes para pensar el mundo en el que vivimos y que podemos hacer para hacer algo que no se nos desvanezca en el aire
el libro se llama Lazos para una sociedad global:
Estos son los principales conceptos que desarrolló Bauman ante la prensa española al presentar su libro Comunidad:
Tele-visión y tele-acción:
"Tenemos todos los instrumentos para la tele-visión, pero apenas ninguno para la tele-acción: vemos más allá de lo que nuestras manos pueden alcanzar. Diariamente, contemplamos cómo se hace el mal, cómo se sufre el dolor, pero el desafío que ello representa para nuestros sentimientos morales queda en gran medida sin respuesta. No hay duda de que algunas de nuestras acciones y reacciones están inspiradas moralmente, pero sus efectos no llegan a compensar a la enormidad de cuestiones que los inspiraron. Somos demasiados conscientes de ello, pero no sabemos cómo superar la brecha".
Del "yo no lo sabía" al "cualquier cosa que haga no sirve de nada":
"Habiendo sido colocados en posición de espectadores (de testigos que ven cómo se hace el mal, pero que aún así no hacen nada para evitarlo, ni siquiera para prevenirlo) se nos ha privado de la excusa más común para la conciencia culpable: el "yo no lo sabía". La única excusa que queda es la que se apoya en la impotencia: "haga lo que haga no servirá de nada". Es una débil excusa, pero convincente incluso para nosotros mismos. Sospechamos -y con buenas razones-que más bien se trata de lo contrario: de que lo que hagamos o dejemos de hacer importa. Después de todo, en nuestro intercomunicado planeta dependemos unos de los otros, y lo que se hace en una parte del globo tiene un alcance muy superior a la visión e imaginación de sus actores. Somos, en un grado difícil de medir, responsable de la situación de los demás. Lo que ocurre es que no sabemos qué significa asumir esa responsabilidad y qué es lo que ello requiere. Y carecemos de los instrumentos que podrían lograr que nuestras preocupaciones e intuiciones morales reviertan en unas condiciones más decentes para la humanidad, haciendo al mundo más inhóspito para la indignidad humana y la humillación y más acogedor para la atención mutua y la solidaridad."
Qué hacer y quién debe hacerlo:El espacio planetario en el que se forman las condiciones de nuestras vidas compartidas parece completamente desregularizado: aunque supiéramos exactamente qué hacer para ajustar ese espacio a nuestros valores éticos, no sabríamos quién sería capaz de realizar esa tarea. En momentos de reflexión, sentimos que el espectáculo de ausencia de regulaciones sólo pueden servir como invitación a más desorden y que no hay ninguna fuerza a la vista capaz de romper ese círculo vicioso. Estamos en una era de experimentaciones, de ensayos y error. La mayoría de las consecuencias de la globalización acelerada no han sido previstas y todavía debemos aprender, probablemente a un alto precio, las habilidades sociales necesarias para hacerles frente y dominarlas".
martes, 10 de marzo de 2009
domingo, 8 de febrero de 2009
Historia reciente de los judíos
En esta época (1917) nace el antisemitismo, término que se emplea por primera vez en Zwanglose antisemitische llefte, de W. Marr (1881), como expresión de un antijudaísmo de motivos étnicos y no políticos. Este antijudaísmo étnico aparece en Alemania, Polonia y Rusia. Contra él reacciona el sionismo de T. Herzl, quien responde a los escritos antisemitas del francés Édouard Drumont, autor de La France juive (1886), Le testament d'un antisémite (1891) y Les Juifs et 1'affaire Dreyfus (1899). La actitud antisemita se difunde bastante en Rusia, donde se populariza la palabra pogrorns para significar una persecución antijudía. De todas formas la campaña antisemita más fuerte tiene lugar en la Alemania nazi (ver NACIONALSOCIALISMO). Ya desde 1935, por las leyes de Nuremberg, los judíos alemanes habían perdido la nacionalidad y se les prohibieron los matrimonios mixtos. También B. Mussolini persiguió a los judíos desde 1938, inspirado por A. Hitler. La Santa Sede procuró protegerlos. En España fueron admitidos judíos que huían de la persecución. Parecida acogida favorable les dispensaron países no beligerantes, neutrales y aliados. Muchos de ellos formaron parte de los movimientos de Resistencia en Francia, Italia y Polonia.
Terminada la guerra, la Organización Int. de Refugiados se hizo cargo de millones de personas fuera de su hogar. Existen varias organizaciones internacionales, creadas y dirigidas por judíos, que defienden sus intereses: Alianza Israelita Universal (1860), Agencia Judía para Israel (1897), Congreso Judío Mundial (1936), etc. Al mismo tiempo numerosas publicaciones judías, entre ellas Universal Jewish Encyclopedia (10 vol., Nueva York 1939-43) sirven de propaganda.
El hecho más importante es la creación del Estado de Israel, favorecido por la Declaración Balfour y establecido en 1948, y que ha absorbido a judíos de todo el mundo, principalmente de los países árabes. A pesar del nuevo Estado judío, los Estados Unidos de América del Norte continúan con el mayor porcentaje de población judía (5,5 millones). Numerosas son las colonias judías en toda Europa; menos conocidas y de escasa importancia son las comunidades judías de India (los BeneIsrael) y Etiopía (los falashas).
Terminada la guerra, la Organización Int. de Refugiados se hizo cargo de millones de personas fuera de su hogar. Existen varias organizaciones internacionales, creadas y dirigidas por judíos, que defienden sus intereses: Alianza Israelita Universal (1860), Agencia Judía para Israel (1897), Congreso Judío Mundial (1936), etc. Al mismo tiempo numerosas publicaciones judías, entre ellas Universal Jewish Encyclopedia (10 vol., Nueva York 1939-43) sirven de propaganda.
El hecho más importante es la creación del Estado de Israel, favorecido por la Declaración Balfour y establecido en 1948, y que ha absorbido a judíos de todo el mundo, principalmente de los países árabes. A pesar del nuevo Estado judío, los Estados Unidos de América del Norte continúan con el mayor porcentaje de población judía (5,5 millones). Numerosas son las colonias judías en toda Europa; menos conocidas y de escasa importancia son las comunidades judías de India (los BeneIsrael) y Etiopía (los falashas).
miércoles, 7 de enero de 2009
Procesamiento emocional en humanos
Jorge Armony
Dept of Psychiatry, Mc Gill University, CANADA
En esta charla presentaré un resumen de lo (poco) que se sabe sobre las bases neuronales del procesamiento de estímulos emocionales en humanos y sus interacciones con otros aspectos cognitivos, como la atención y la memoria. Más específicamente, describiré resultados de estudios recientes de nuestro laboratorio utilizando la técnica de imágenes por resonancia magnética functional (IRMf) que buscan clarificar el rol de la amígdala en estos procesos. Aprovecharé también para presentar una breve descripción de los usos y limitaciones de las técnicas de neuroimagen funcional como herramienta de investigación dentro del campo de la neurociencia cognitiva y la neuropsiquiatría.
Dept of Psychiatry, Mc Gill University, CANADA
En esta charla presentaré un resumen de lo (poco) que se sabe sobre las bases neuronales del procesamiento de estímulos emocionales en humanos y sus interacciones con otros aspectos cognitivos, como la atención y la memoria. Más específicamente, describiré resultados de estudios recientes de nuestro laboratorio utilizando la técnica de imágenes por resonancia magnética functional (IRMf) que buscan clarificar el rol de la amígdala en estos procesos. Aprovecharé también para presentar una breve descripción de los usos y limitaciones de las técnicas de neuroimagen funcional como herramienta de investigación dentro del campo de la neurociencia cognitiva y la neuropsiquiatría.
miércoles, 19 de noviembre de 2008
Hacia una cultura de diálogo
Hacia una cultura de diálogo
Un nuevo reto
Jutta Burggraf
En la sociedad actual, convivimos con personas diferentes a nosotros. Este es un hecho concreto y fácilmente perceptible frente al cual no podemos cerrar los ojos. Se trata generalmente de gente proveniente de otros países, con una cultura y religión diferentes a las nuestras; tienen otras costumbres y un estilo de vida que nos resulta extraño y hasta curioso o pintoresco. Tal vez vivan en el mismo pueblo o incluso pertenezcan a nuestra familia. Son "nuestros vecinos de siempre"; pero no piensan ni sienten como yo, o —dicho desde otra perspectiva— yo no pienso ni siento como ellos. Cada persona tiene su propio punto de vista, su mentalidad, su proyecto vital y su modo de juzgar los acontecimientos políticos y sociales.
Lamentablemente, las diferencias originan no pocas veces antipatías o sospechas; pueden llevar a malentendidos e incomprensiones e incluso despertar reacciones violentas. Pueden ser también la causa de múltiples formas de rechazo que hieren el corazón humano.
Muchos sufren injusticias y humillaciones por el mero hecho de no ser "como los demás"; algunos tienen que soportar diariamente torturas, no sólo en una cárcel, sino también en un puesto de trabajo o en el entorno familiar. Es cierto que nadie puede hacernos tanto daño como los que debieran amarnos. "El único dolor que destruye más que el hierro es la injusticia que procede de nuestros familiares," dicen los árabes. Es una pena gastar las energías en enfados, recelos, rencores o desesperación; y quizá es más triste aún cuando una persona se endurece para no sufrir más.
¿Cómo podemos evitar este choque entre las culturas y mentalidades que parece caracterizar cada vez más claramente nuestra vida? En los últimos años —y especialmente a partir del 11 de septiembre de 2001— se han dado muchas respuestas muy variadas a este interrogante. De especial importancia es, ciertamente, el diálogo. Pero, ¿somos capaces a transmitir pacíficamente nuestra visión del mundo, y escuchar con atención lo que dicen los demás? O, preguntando de modo más radical: ¿tenemos realmente convicciones propias? ¿Hemos encontrado nuestra identidad? Es un hecho conocido que nadie puede dar (a conocer) lo que no tiene.
I. DIFICULTADES PARA EL DIÁLOGO
Somos libres para pensar por cuenta propia. Pero apenas tenemos el valor de hacerlo de verdad. Estamos más bien acostumbrados a repetir lo que dicen los periódicos y revistas, la televisión, la radio, lo que leemos en internet o lo aseverado por alguna persona, más o menos interesante, con la que nos cruzamos por la calle. Hoy en día, en muchos países parece que ha desaparecido la autoridad que dicta los pensamientos, la censura. Pero lo que hallamos en realidad, es que aquella autoridad ha cambiado su modo de obrar: no se vale de la coerción sino tan sólo de una blanda persuasión. Se ha hecho invisible, anónima, y se disfraza de normalidad, sentido común u opinión pública. No pide otra cosa que hacer lo que todos hacen.
¿Resistimos a los tiroteos constantes de este "enemigo invisible"? ¿Hemos aprendido a ejercer nuestra facultad para discurrir y discernir? Pensar no sólo es un juego divertido; es ante todo una exigencia de nuestra naturaleza. No deberíamos cerrar voluntariamente los ojos a la luz, sino todo lo contrario: tendríamos que entusiasmarnos con la realidad que nos rodea, y buscar respuestas a las cuestiones grandes y pequeñas que nos plantea la propia existencia.
Sufrir un ajetreo continuo
Sin embargo, nuestra vida se ha convertido, en muchos sentidos, en un ajetreo continuo. Muchas personas sufren las consecuencias del estrés o de un cansancio crónico. La dureza de la vida profesional, y también las exigencias exageradas de la industria del ocio, traen consigo unas obligaciones excesivas, así que lo único que se desea por la noche es descansar, distraerse de los problemas cotidianos, y no esforzarse nada más. Todo esto puede llevar a una cierta "enajenación" psicológica y espiritual, a la superficialidad de una persona que vive sólo en el momento, para las cosas inmediatas. En nuestra sociedad de bienestar tan saciada, con frecuencia, resulta muy difícil detenernos a reflexionar. Y resulta todavía más difícil hablar en serio con otra persona. ¿Cómo se puede transmitir las propias convicciones si no se tiene ningunas?
Huir en el mundo virtual
Con frecuencia, conocemos mejor a los protagonistas de una determinada serie televisiva que a nuestros vecinos más cercanos; escribimos mails a nuestros colegas de las oficinas al lado, en vez de mirarlos en la cara. Aparte del internet, la televisión es actualmente, sin duda, la fuente principal de información y deformación. Consumimos noticias de todo el mundo, talkshows y películas sin parar. No son pocas las casas en las que la televisión está encendida todo el día, incluso durante las comidas. Esto, obviamente, dificulta la conversación. Hay estudios que dicen, en sus conclusiones, que los niños europeos ven una media de cuatro horas diarias de televisión. En Estados Unidos, parece que ven todavía más, hasta seis horas al día, según las investigaciones del especialista Milton Chen, de San Francisco. Así cuando un chico empieza la enseñanza media, ha visto 18.000 horas de televisión y ha pasado 13.000 horas en la escuela. Su cabeza está llena de imágenes.
Pero incluso el más ávido telespectador se ve apartado, de vez en cuando, de su pantalla, y tiene que enfrentarse con la realidad de la vida cotidiana. Entonces se encuentra inmerso en un mundo inevitablemente menos emocionante que aquél de las imágenes. La vida diaria puede resultar lenta y aburrida; normalmente no es tan dinámica como una película. Es comprensible que se pueda tener ganas de huir, volver cuanto antes al mundo fantástico de la televisión, y no se quiera salir de él. Así, la televisión puede llegar a ser una droga. Somos nosotros los que hacemos de ella una de las múltiples "drogas electrónicas". Hace pensar que exista también la televisión tamaño-casete que se puede llevar en un transporte público, para no estar solo consigo mismo, ni quince minutos.
Tener un exceso de información
Un exceso de información puede ser otro gran impedimento para pensar. Vivimos en la era de los medios de comunicación de masas. Recibimos una inmensa cantidad de información. Quien intenta acceder inmediatamente a toda la información de los cinco continentes, quien no se pierde ninguna tertulia televisiva, ningún chat ni comentario político, o suele ver una película tras otra, puede convertirse en una especie de robot. Con frecuencia no tenemos ni tiempo, ni fuerzas suficientes para asimilar toda la información recibida. Además, absorbemos inconscientemente muchos miles de datos, cuando, por ejemplo, nos paseamos por el centro de una ciudad.
II. EN BUSCA DE SOLUCIONES PRUDENTES
¿Cómo actuar en esta situación? Hay una pequeña anécdota ilustrativa que se cuenta de la escritora alemana Ida Friederike Görres. Una vez, en los años cincuenta del siglo pasado, le preguntaron qué hacía para tener siempre ideas tan originales y saber juzgar con tanta claridad la situación de la sociedad. Respondió: "No leo ningún periódico. Así puedo concentrar mis fuerzas. De lo importante ya me enteraré de todas maneras" Naturalmente, esta postura es muy discutible y, en principio, no es digna de imitación. Pero sí puede invitarnos a reflexionar. Hoy, varias décadas más tarde, se ha multiplicado enormemente el volumen de la información que recibimos cada día, a la vez que se ha especializado. Los conocimientos de la humanidad se duplican cada cuatro años [1]. Será difícil para una persona llegar a tener convicciones propias sin una cierta "actitud distante" con respecto a los medios de información. El escritor ruso Dostoievski afirma: "Estar solo de vez en cuando, es más necesario para una persona normal que comer y beber" [2].
Evitar posturas defensivas
Es comprensible que algunas personas adopten una postura defensiva: prohíben a sus hijos ver la televisión, o ni siquiera quieren tener un aparato en su propia casa. Este planteamiento radical puede ser enriquecedor para la vida de familia y la propia cultura [3]. Sin embargo, no parece que sea el más apropiado para los retos de nuestro tiempo: el proyecto cultural no puede prescindir de la aportación del cine ya que éste asume un papel de primer plano, porque constituye el punto de encuentro entre el mundo de las comunicaciones sociales y otras formas culturales. Con controles y censuras, hoy en día, prácticamente no se consigue nada. Un alumno puede acceder por cable o satélite a todas las informaciones que quiera; puede ver los programas más nocivos en los bares, autobuses o tiendas, en las casas de los amigos o en la propia casa, cuando los padres están fuera (aparte de que casi la mitad de los adolescentes en Occidente tiene su televisión propia). Cuentan de una buena señora que había discutido mucho con sus hijos acerca de una determinada película, llena de escenas de brutalidad y violencia: los hijos querían verla, los padres lo prohibieron. El día en que salió esta película en la televisión, la señora tenía que acompañar a su marido a una cita importante. Como no estaba segura de si los hijos iban a obedecer o no, llevó la televisión consigo en el coche. Y los hijos vieron la película en casa de los vecinos.
No se consigue nada con prohibiciones. La meta no puede ser una simple renuncia. Esto es utópico y poco atractivo. Hace falta un esfuerzo más grande, que consiste en ayudar a los hijos, con argumentos sólidos, a utilizar bien la televisión: a tomar una actitud crítica positiva ante ella y descubrir sus ventajas y desventajas.
La televisión no es un enemigo; no es necesariamente una "caja tonta". Puede ser un buen amigo, un instrumento eficaz al servicio de la cultura y de la educación. Uno de los directores de la televisión alemana suele decir: "La televisión hace a los listos más listos y a los tontos más tontos" [4]. Conviene aprovecharla bien. Para lograrlo, es aconsejable ver junto con los educandos la televisión, y conversar después sobre lo que se ha visto. Así el aparato tan temido por algunos puede convertirse realmente en un "co-educador", en el sentido más pleno de la palabra.
Puede abrir nuevos horizontes y transmitir auténticos valores. Se puede descubrir también la propia responsabilidad por los programas, escribiendo cartas al director, haciendo sesiones de trabajo. De este modo cada uno puede salir del anonimato y de la pasividad, tan propios a la sociedad de consumo. Cada uno puede contribuir a buscar "una televisión con rostro humano": es decir, una televisión a la medida del hombre, y no un hombre a la medida de la televisión.
Adaptarse a la situación actual
En efecto, hace falta dar no sólo a los medios electrónicos, sino a toda la sociedad "un rostro humano". El primer paso para conseguirlo consiste en ser nosotros mismos verdaderamente "humanos", es decir, en vivir a la altura de nuestras posibilidades, esforzarnos por "ser quienes somos" —ni autómatas, ni marionetas— y abrirnos a los demás.
La globalización ha conducido a un gran cambio cultural en muchos ambientes tradicionalmente homogéneos. Pero esto no debe llevarnos al desconcierto. No puede ser que, en algunos círculos conservadores se vean personas preocupadas y agobiadas que añoran tiempos pasados. Pues una de las características fundamentales del mundo es su constante hacerse. Vivimos hoy de un modo distinto al que se vivía hace veinte, cincuenta o quinientos años. Nuestro tiempo no es un camino exterior por el que corremos, nuestro tiempo somos nosotros: es nuestro modo de ser y de ver la realidad, es nuestra mentalidad, son las experiencias que hemos tenido y la formación que hemos recibido, son nuestras sensibilidades y nuestros gustos y todas nuestras relaciones humanas.
Quien quiere influir en el presente, tiene que tener una actitud positiva hacia el mundo en que vive. No debe mirar al pasado, con nostalgia y resignación, sino que ha de adoptar una actitud positiva ante el momento histórico concreto: debería estar a la altura de los nuevos acontecimientos, que marcan sus alegrías y preocupaciones, sus ilusiones y decepciones, y todo su estilo de vida. "En toda la historia del mundo hay una única hora importante, que es la presente," dice Dietrich Bonhoeffer [5]. Los cambios de mentalidad invitan a exponer las propias convicciones de un modo distinto que antes, para que puedan comprenderlas también aquellos que no los comparten. A este respecto comenta un escritor español: "Naturalmente, yo no estoy dispuesto a modificar mis ideas por mucho que los tiempos cambien. Pero estoy dispuesto a poner todas las formulaciones externas a la altura de mis tiempos, por simple amor a mis ideas y a mis hermanos, ya que si hablo con un lenguaje muerto o un enfoque superado, estaré enterrando mis ideas y sin comunicarme con nadie" [6].
Abrirse al mundo
Cualquier persona, por erróneos que nos parezcan sus planteamientos, participa de alguna manera de la verdad: lo bueno puede existir sin mezcla de lo malo; pero no existe lo malo sin mezcla de lo bueno [7]. Por tanto, podemos aprender de todos. Si queremos comprender nuestro mundo, hemos de ampliar continuamente nuestro horizonte, profundizar en la verdad que hemos alcanzado, y buscarla allí donde puede encontrarse, esto es, en todas partes. En otras palabras, debemos estar dispuestos al diálogo, especialmente con aquellos que son distintos a nosotros.
Esta actitud —aparte de contribuir al bienestar de los demás (que se sienten apreciados)— facilita también el propio crecimiento. La situación es comparable a la de una persona que vive algún tiempo en el extranjero. Cuando vuelve al propio país, se da cuenta de que ha aprendido mucho: ve lo mismo de siempre, pero lo ve con otros ojos; puede distinguir ahora mejor entre lo esencial y lo accidental y ha adquirido cierta flexibilidad para adaptarse a nuevas situaciones. Por esta razón, en muchas empresas se prefiere dar el empleo a personas que tengan "experiencia en el exterior"; e incluso, muchas veces da lo mismo en qué país han vivido. Lo importante es que hayan estado fuera de su patria y hayan regresado.
III. CARACTERÍSTICAS DEL DIÁLOGO
Un diálogo no es una simple conversación, sino que es un encuentro entre dos (o varias) personas en un clima de amistad. Es una conversación hecha con un espíritu de apertura, comprensión y "benevolencia", en la que cada uno se muestra al otro tal como es y acepta al otro tal como es. Así, cada uno se enriquece con la parte de la verdad que viene del otro, y sabe integrarla armónicamente en su propia visión del mundo.
Un clima de amistad
En ocasiones, nos comportamos de un modo poco natural: nos cerramos ante los demás. En nuestra cultura aprendemos pronto a ser "fuertes" y a "defendernos" en la selva de la vida. La vulnerabilidad es peligrosa y por tanto prohibida. Tendemos a esconder sutilmente nuestras sombras y nuestros miedos, nuestras necesidades y debilidades. Algunos consiguen con este comportamiento un determinado reconocimiento social, pero pagan por ello un gran precio: niegan su propia humanidad, y renuncian a una vida en libertad.
Si una persona se esconde detrás de una muralla gruesa, no está ni en contacto consigo misma, ni tampoco le será posible entrar en contacto con otros. Para lograrlo, es indispensable "desarmarse", aceptar que soy vulnerable, reconocer los propios bloqueos, fisuras y deficiencias.
Quien ha encontrado su identidad, es una persona fuerte. No necesita ofender al otro para mostrar la propia superioridad. Es sereno, pacífico y generoso. Y cuanto más firmes son las propias convicciones, más flexible y acogedora puede ser la persona. Es como un árbol con raíces profundas, que da sombra, apoyo y alivio a quien lo busque.
Cuando se empieza a dialogar, cada uno debe ver lo bueno en el otro, según aconseja la sabiduría popular: "Si quieres que los otros sean buenos, trátales como si ya lo fuesen." Donde reina el amor, no hace falta cerrarse por miedo de ser herido. Por esto, es tan importante mostrar simpatía y cariño, si queremos entrar en contacto con los demás. Amar no consiste simplemente en hacer cosas para alguien, sino en confiar en la vida que hay en él. Consiste en comprender al otro con sus reacciones más o menos oportunas, sus miedos y sus esperanzas. Es hacerle descubrir que es único y es digno de atención, es ayudarle a aceptar su propio valor, su propia belleza, la luz oculta en él, el sentido de su existencia. Y consiste en manifestar al otro la alegría de estar a su lado.
Si una persona experimenta que es amada por lo que es, sin necesidad alguna de mostrarse competente o interesante, se siente segura en presencia del otro; desaparecen las máscaras y las barreras tras las que se ha escondido. Ya no hace falta ni demostrar ni retener nada; ya no hace falta protegerse. Cuando alguien adquiere la libertad de ser él mismo, se vuelve amable. Surge en él una vida nueva que le da una sana autonomía.
Conocer al otro
Para poder amar, hay que conocer. A veces, tenemos ideas bastante desfiguradas acerca de las tradiciones y costumbres de los ciudadanos extranjeros, y hacemos juicios injustos sobre sus planes e intenciones. En ocasiones, ignoramos completamente las razones que los mueven. Así, podemos inconscientemente y por falta de conocimientos contristar e incluso herirlos. Por ejemplo, la abstención de ciertos alimentos —en el caso de los musulmanes o judíos— puede parecernos caprichosa, si no consideramos la motivación religiosa que está en el fondo de este comportamiento.
Conviene tener en cuenta la disposición de ánimo de los demás, saber lo que quieren y lo que rechazan. Por eso es preciso estudiar su historia y cultura, su religión y vida espiritual, y hasta la psicología de su pueblo. ¿Conocemos todo lo que hay de bello y precioso en las otras culturas?
Pero para comprender a otra persona, necesitamos más que un conocimiento meramente libresco. Hace falta un conocimiento por simpatía, que llega más lejos que cualquier teoría, por muy acertada que sea: una madre conoce, ordinariamente, mejor a su hijo que un grupo de pedagogos.
El conocimiento por simpatía se logra en la convivencia, en el trato directo, en la mutua colaboración. En Alemania, durante varios siglos, los cristianos católicos y los evangélicos solían vivir en regiones distintas, frecuentar colegios diversos, eran muy pocos los matrimonios entre personas de distinta confesión y, en general, evitaban cualquier contacto personal. Así, unos construían de otros una imagen cada vez más falsa y menos acorde con las exigencias mínimas de la justicia. Pero cuando, durante la Segunda Guerra Mundial, los "hermanos separados" se encontraban de repente juntos en los campos de concentración del "Tercer Reich", luchando por la misma causa y dispuestos a morir —conjuntamente- por su fe en Jesucristo, entonces "comenzó el ecumenismo en Alemania" [8]. Los católicos y los evangélicos descubrieron que tenían mucho en común, empezaron a apreciarse mutuamente y, favorecidos por los grandes desplazamientos de población después de esta horrible guerra —las expatriaciones y traslados forzados-, se pusieron a trabajar juntos. El encuentro existencial entre ellos les había revelado la falsedad de muchos de sus esquemas mentales.
Respetar al otro
El hecho de ser distintos constituye una gran riqueza y es, en principio, una fuente de aprendizaje continuo. Las diferencias no pueden ser negadas; no necesitan ser niveladas. Cada hombre es original y tiene el pleno derecho a serlo. Se ha llegado a decir que la capacidad de reconocer diferencias es por antonomasia la regla que indica el grado de cultura e inteligencia del ser humano. En este contexto podemos recordar un antiguo proverbio chino, según el cual "la sabiduría comienza perdonándole al prójimo el ser diferente." No es una armonía uniforme, sino una tensión sana entre los respectivos polos la que hace la vida interesante, le da profundidad y anchura, le da color y relieve.
Actualmente, tenemos un convencimiento más firme que en otras épocas de que cada hombre tiene el derecho de ser él mismo el protagonista de su vida; goza de una honda libertad para decidir su destino (que puede considerarse el núcleo de su intimidad). No podemos, bajo ningún pretexto, destruir ese espacio íntimo. Es esto lo que se intenta cuando se impide a alguien vivir según sus convicciones más profundas. Puede ser que esta persona realice objetivamente un mal, pero si lo hace "libremente" y siguiendo su luz interior, es mejor que cuando hace un bien de un modo forzado [9].
Esta actitud de profundo respeto lo manifestó, por ejemplo, el último rey polaco de la estirpe de los Jajhelloni. En los tiempos en que en Occidente tenían lugar los procesos de la Inquisición y se encendían hogueras para los herejes, este rey dio pruebas de la tolerancia cuando aseguró a sus súbditos: "No soy rey de vuestras conciencias" [10].
Por otro lado, hay que tener en cuenta que la actitud de respeto es más que mera tolerancia. Mientras la tolerancia proporciona solamente el margen (necesario) para una convivencia posible entre los hombres, el respeto apunta a la relación misma entre ellos y al desafío que supone la vida de uno para los demás. El hecho de que "la verdad se conoce por la fuerza de la misma verdad", no significa sólo la descalificación de todos los actos contrarios a la libertad y al aprecio de las decisiones del otro. Implica igualmente la responsabilidad, para todas las personas, de buscar el sentido completo de la existencia, cada una en la medida de sus posibilidades individuales.
Pero en lo relativo a los demás, el primer deber consiste en respetar las decisiones que ellos toman acerca de su vida. No debemos reprocharnos mutuamente estrechez de ánimo, hipocresía o una intencionalidad poco noble. No debemos poner etiquetas ni clasificar a nadie.
Sólo cuando uno trata de comprender al otro, se puede crear un clima de confianza. Y sólo cuando uno se muestra abierto hacia las personas que piensan de modo distinto, que hablan otras lenguas, que creen, piensan y actúan de modo diferente, se puede preparar un acercamiento mutuo. La delicadeza se refleja, no en último lugar, en el vocabulario. Lleva a eliminar palabras, juicios y actos que no sean conformes, según justicia y verdad, a la condición de los demás, y que, por tanto, pueden hacer más difíciles las mutuas relaciones con ellos.
Es conocido el extraordinario respeto que mostraba Tomás de Aquino hacia sus adversarios. Incluso cuando este gran filósofo de la Edad Media estaba completamente en desacuerdo con alguien, explicaba la idea contraria con los términos más favorables, claros y objetivos que le fuera posible, procurando no distorsionar el argumento con el fin de facilitar la prevalencia de su propia posición. En ocasiones demostraba tal imparcialidad a la hora de formular las posturas de los demás que las hacía parecer razonables y posibles; incluso, a veces, exponía las teorías con más convicción que sus instigadores [11].
Dar a conocer la propia identidad
Una persona que actúa según esta espiritualidad de diálogo, intenta dar a conocer todo lo que piensa, con claridad y suavidad, y adaptado a las circunstancias de cada caso. No busca compromisos baratos, sabiendo que no hay nada tan ajeno a la paz como una actitud relativista o indiferente ante la verdad. Por lo contrario, quiere hacer participar a los demás de las soluciones que ha encontrado.
Asimismo, para ganar en sinceridad en cualquier relación humana, es conveniente y necesario, dar a conocer la propia identidad. El otro quiere saber quién soy yo, y yo quiero saber quién es él. Si hacemos amistad con una persona de otra raza o nación, otro partido político o confesión religiosa, nos interesa realmente lo que piensa y cree. Si reprimimos las diferencias y nos acostumbramos a callarlo todo, previa conformidad tácita, tal vez podamos gozar durante algún tiempo de una armonía aparente. Pero en el fondo, nos moveríamos en un ambiente de confusión. No nos aceptaríamos mutuamente tal como somos en realidad, y nuestra relación se tornaría cada vez más superficial, más decepcionante, hasta que, antes o después, se rompería. En cambio, cuando seguimos cada uno fielmente nuestras propias convicciones, puede parecer, en ciertas circunstancias, que tenemos poco en común, que estamos bastante alejados los unos de los otros. Pero interiormente nos parecemos mucho más que cuando nos juntamos en acuerdos superficiales y dejamos de lado la pregunta por la verdad. Si cada uno sigue su propia luz interior, nos encontramos unidos en lo más hondo de nuestro ser. Tenemos la misma actitud fundamental que es la fidelidad a la propia conciencia. Existe entre nosotros una unidad no plenamente visible, pero sumamente real. Es tan real como la amistad que nos une.
Enriquecerse mutuamente
El diálogo consiste en dar y recibir; significa que ambas partes se escuchan atentamente, con ánimos de aprender, ya que "en todo comentario serio de un oponente se expresa una de las muchas facetas de la realidad" [12].
Es preciso distinguir entre lo fundamental (en lo que no podemos ceder sin cambiar nuestra identidad) y lo accidental (en lo que caben muchas opiniones distintas). El tener una sola postura, en cosas accidentales, es propio de ideologías. John Henry Newman comenta al respecto: "Siempre ha habido posturas diferentes... (en la vida intelectual y espiritual), y siempre las habrá. Si se terminaran para siempre, sería porque habría cesado toda vida espiritual e intelectual" [13]. Y Kierkegaard afirma que una persona se convierte en aburguesada, si absolutiza las cosas relativas [14].
Es enriquecedor conocer los pensamientos de los otros. Así se pueden corregir algunas posturas propias que tal vez se han vuelto exageradamente rígidas. En este sentido advierte San Agustín: "Que ninguno de nosotros diga que ya ha encontrado la verdad. Vamos a buscarla de tal manera, como si fuera desconocida para los dos. Entonces podemos buscarla con suma diligencia y caridad. Para ello es necesario que nadie piense arrogantemente que ya ha encontrado la verdad" [15].
Así, al final de un diálogo, nunca habrá un vencido y un vencedor; en el mejor de los casos encontraremos a dos (convencidos por la verdad).
Nota final
El diálogo nos exige buscar la propia identidad y superar aversiones y polémicas. Es un camino hacia la madurez y la paz. No siempre es fácil, pero nos ayuda a abrir las puertas (en vez de cerrar las fronteras) y a ver lo bueno en los demás (en vez de reprocharles su modo de ser diferentes). Aunque se producirán malentendidos y sufriremos decepciones, mientras los hombres vivan sobre la tierra, a través del diálogo podemos acercarnos, siempre de nuevo, al otro. Por esto es tan importante educar en el arte de practicarlo.
Notas
[1] Cf. P. HAHNE, Schluss mit lustig. Das Ende der Spassgesellschaft, Lahr/Schwarzwald 2005, p.119.
[2] F. M. DOSTOIEVSKI, cit. en Anselm GRÜN, 50 Engel für das Jahr, Freiburg-Basel-Wien 2000, p.53.
[3] Así, por ejemplo, Tonino GUERRA, el "poeta" que inspiraba al gran director de cine Federico Fellini, lanzó hace algún tiempo una provocación atrevida: "Apaguemos todos los televisores durante un año, verán cómo los valores, la fantasía y la espiritualidad renacerán en el corazón de todos." Cf. Las sanas provocaciones del Festival del Cine Espiritual, Agencia internacional "Zenit", 19-XI-1998.
[4] H. GIESECKE, Wozu ist die Schule da? Die neue Rolle von Eltern und Lehrern, 2ª ed. Stuttgart 1997, p.38.
[5] D. BONHOEFFER, Predigten, Auslegungen, Meditationen I, 1984, pp.196-202.
[6] J.L. MARTÍN DESCALZO, Razones para la alegría, 8ª ed., Madrid 1988, p.42.
[7] TOMÁS DE AQUINO, Summa theologiae I-IIae q.109, a.1, ad 1.
[8] W. KASPER, Ein Herr, ein Glaube, eine Taufe, en "Stimmen der Zeit" (2002/2), p.75.
[9] Cf. R. BUTTIGLIONE: Zur Philosophie von Karol Wojtyla, en Johannes Paul II., Zeuge des Evangeliums, ed. por St. HORN y A. RIEBEL, Würzburg 1999, pp.36 y39.
[10] JUAN PABLO II, Cruzando el umbral de la Esperanza, Barcelona 1994, p.160.
[11] Cf. J.PIEPER, Guide to Thomas Aquinas, Notre Dame/Indiana 1987, p.77.
[12] Ibid., pp. 83s.
[13] J. H. NEWMAN, cit. por J. L. MARTÍN DESCALZO, Razones para el amor, Madrid 1991, p.47.
[14] S. KIERKEGAARD, cit. en P. HAHNE, Schluss mit lustig. Das Ende der Spassgesellschaft, cit., p.73. 15 SAN AGUSTÍN, Contra epistolam quam vocant fundamenti, Corpus Scriptorum Ecclesiasticorum Latinorum 25, 195.
Un nuevo reto
Jutta Burggraf
En la sociedad actual, convivimos con personas diferentes a nosotros. Este es un hecho concreto y fácilmente perceptible frente al cual no podemos cerrar los ojos. Se trata generalmente de gente proveniente de otros países, con una cultura y religión diferentes a las nuestras; tienen otras costumbres y un estilo de vida que nos resulta extraño y hasta curioso o pintoresco. Tal vez vivan en el mismo pueblo o incluso pertenezcan a nuestra familia. Son "nuestros vecinos de siempre"; pero no piensan ni sienten como yo, o —dicho desde otra perspectiva— yo no pienso ni siento como ellos. Cada persona tiene su propio punto de vista, su mentalidad, su proyecto vital y su modo de juzgar los acontecimientos políticos y sociales.
Lamentablemente, las diferencias originan no pocas veces antipatías o sospechas; pueden llevar a malentendidos e incomprensiones e incluso despertar reacciones violentas. Pueden ser también la causa de múltiples formas de rechazo que hieren el corazón humano.
Muchos sufren injusticias y humillaciones por el mero hecho de no ser "como los demás"; algunos tienen que soportar diariamente torturas, no sólo en una cárcel, sino también en un puesto de trabajo o en el entorno familiar. Es cierto que nadie puede hacernos tanto daño como los que debieran amarnos. "El único dolor que destruye más que el hierro es la injusticia que procede de nuestros familiares," dicen los árabes. Es una pena gastar las energías en enfados, recelos, rencores o desesperación; y quizá es más triste aún cuando una persona se endurece para no sufrir más.
¿Cómo podemos evitar este choque entre las culturas y mentalidades que parece caracterizar cada vez más claramente nuestra vida? En los últimos años —y especialmente a partir del 11 de septiembre de 2001— se han dado muchas respuestas muy variadas a este interrogante. De especial importancia es, ciertamente, el diálogo. Pero, ¿somos capaces a transmitir pacíficamente nuestra visión del mundo, y escuchar con atención lo que dicen los demás? O, preguntando de modo más radical: ¿tenemos realmente convicciones propias? ¿Hemos encontrado nuestra identidad? Es un hecho conocido que nadie puede dar (a conocer) lo que no tiene.
I. DIFICULTADES PARA EL DIÁLOGO
Somos libres para pensar por cuenta propia. Pero apenas tenemos el valor de hacerlo de verdad. Estamos más bien acostumbrados a repetir lo que dicen los periódicos y revistas, la televisión, la radio, lo que leemos en internet o lo aseverado por alguna persona, más o menos interesante, con la que nos cruzamos por la calle. Hoy en día, en muchos países parece que ha desaparecido la autoridad que dicta los pensamientos, la censura. Pero lo que hallamos en realidad, es que aquella autoridad ha cambiado su modo de obrar: no se vale de la coerción sino tan sólo de una blanda persuasión. Se ha hecho invisible, anónima, y se disfraza de normalidad, sentido común u opinión pública. No pide otra cosa que hacer lo que todos hacen.
¿Resistimos a los tiroteos constantes de este "enemigo invisible"? ¿Hemos aprendido a ejercer nuestra facultad para discurrir y discernir? Pensar no sólo es un juego divertido; es ante todo una exigencia de nuestra naturaleza. No deberíamos cerrar voluntariamente los ojos a la luz, sino todo lo contrario: tendríamos que entusiasmarnos con la realidad que nos rodea, y buscar respuestas a las cuestiones grandes y pequeñas que nos plantea la propia existencia.
Sufrir un ajetreo continuo
Sin embargo, nuestra vida se ha convertido, en muchos sentidos, en un ajetreo continuo. Muchas personas sufren las consecuencias del estrés o de un cansancio crónico. La dureza de la vida profesional, y también las exigencias exageradas de la industria del ocio, traen consigo unas obligaciones excesivas, así que lo único que se desea por la noche es descansar, distraerse de los problemas cotidianos, y no esforzarse nada más. Todo esto puede llevar a una cierta "enajenación" psicológica y espiritual, a la superficialidad de una persona que vive sólo en el momento, para las cosas inmediatas. En nuestra sociedad de bienestar tan saciada, con frecuencia, resulta muy difícil detenernos a reflexionar. Y resulta todavía más difícil hablar en serio con otra persona. ¿Cómo se puede transmitir las propias convicciones si no se tiene ningunas?
Huir en el mundo virtual
Con frecuencia, conocemos mejor a los protagonistas de una determinada serie televisiva que a nuestros vecinos más cercanos; escribimos mails a nuestros colegas de las oficinas al lado, en vez de mirarlos en la cara. Aparte del internet, la televisión es actualmente, sin duda, la fuente principal de información y deformación. Consumimos noticias de todo el mundo, talkshows y películas sin parar. No son pocas las casas en las que la televisión está encendida todo el día, incluso durante las comidas. Esto, obviamente, dificulta la conversación. Hay estudios que dicen, en sus conclusiones, que los niños europeos ven una media de cuatro horas diarias de televisión. En Estados Unidos, parece que ven todavía más, hasta seis horas al día, según las investigaciones del especialista Milton Chen, de San Francisco. Así cuando un chico empieza la enseñanza media, ha visto 18.000 horas de televisión y ha pasado 13.000 horas en la escuela. Su cabeza está llena de imágenes.
Pero incluso el más ávido telespectador se ve apartado, de vez en cuando, de su pantalla, y tiene que enfrentarse con la realidad de la vida cotidiana. Entonces se encuentra inmerso en un mundo inevitablemente menos emocionante que aquél de las imágenes. La vida diaria puede resultar lenta y aburrida; normalmente no es tan dinámica como una película. Es comprensible que se pueda tener ganas de huir, volver cuanto antes al mundo fantástico de la televisión, y no se quiera salir de él. Así, la televisión puede llegar a ser una droga. Somos nosotros los que hacemos de ella una de las múltiples "drogas electrónicas". Hace pensar que exista también la televisión tamaño-casete que se puede llevar en un transporte público, para no estar solo consigo mismo, ni quince minutos.
Tener un exceso de información
Un exceso de información puede ser otro gran impedimento para pensar. Vivimos en la era de los medios de comunicación de masas. Recibimos una inmensa cantidad de información. Quien intenta acceder inmediatamente a toda la información de los cinco continentes, quien no se pierde ninguna tertulia televisiva, ningún chat ni comentario político, o suele ver una película tras otra, puede convertirse en una especie de robot. Con frecuencia no tenemos ni tiempo, ni fuerzas suficientes para asimilar toda la información recibida. Además, absorbemos inconscientemente muchos miles de datos, cuando, por ejemplo, nos paseamos por el centro de una ciudad.
II. EN BUSCA DE SOLUCIONES PRUDENTES
¿Cómo actuar en esta situación? Hay una pequeña anécdota ilustrativa que se cuenta de la escritora alemana Ida Friederike Görres. Una vez, en los años cincuenta del siglo pasado, le preguntaron qué hacía para tener siempre ideas tan originales y saber juzgar con tanta claridad la situación de la sociedad. Respondió: "No leo ningún periódico. Así puedo concentrar mis fuerzas. De lo importante ya me enteraré de todas maneras" Naturalmente, esta postura es muy discutible y, en principio, no es digna de imitación. Pero sí puede invitarnos a reflexionar. Hoy, varias décadas más tarde, se ha multiplicado enormemente el volumen de la información que recibimos cada día, a la vez que se ha especializado. Los conocimientos de la humanidad se duplican cada cuatro años [1]. Será difícil para una persona llegar a tener convicciones propias sin una cierta "actitud distante" con respecto a los medios de información. El escritor ruso Dostoievski afirma: "Estar solo de vez en cuando, es más necesario para una persona normal que comer y beber" [2].
Evitar posturas defensivas
Es comprensible que algunas personas adopten una postura defensiva: prohíben a sus hijos ver la televisión, o ni siquiera quieren tener un aparato en su propia casa. Este planteamiento radical puede ser enriquecedor para la vida de familia y la propia cultura [3]. Sin embargo, no parece que sea el más apropiado para los retos de nuestro tiempo: el proyecto cultural no puede prescindir de la aportación del cine ya que éste asume un papel de primer plano, porque constituye el punto de encuentro entre el mundo de las comunicaciones sociales y otras formas culturales. Con controles y censuras, hoy en día, prácticamente no se consigue nada. Un alumno puede acceder por cable o satélite a todas las informaciones que quiera; puede ver los programas más nocivos en los bares, autobuses o tiendas, en las casas de los amigos o en la propia casa, cuando los padres están fuera (aparte de que casi la mitad de los adolescentes en Occidente tiene su televisión propia). Cuentan de una buena señora que había discutido mucho con sus hijos acerca de una determinada película, llena de escenas de brutalidad y violencia: los hijos querían verla, los padres lo prohibieron. El día en que salió esta película en la televisión, la señora tenía que acompañar a su marido a una cita importante. Como no estaba segura de si los hijos iban a obedecer o no, llevó la televisión consigo en el coche. Y los hijos vieron la película en casa de los vecinos.
No se consigue nada con prohibiciones. La meta no puede ser una simple renuncia. Esto es utópico y poco atractivo. Hace falta un esfuerzo más grande, que consiste en ayudar a los hijos, con argumentos sólidos, a utilizar bien la televisión: a tomar una actitud crítica positiva ante ella y descubrir sus ventajas y desventajas.
La televisión no es un enemigo; no es necesariamente una "caja tonta". Puede ser un buen amigo, un instrumento eficaz al servicio de la cultura y de la educación. Uno de los directores de la televisión alemana suele decir: "La televisión hace a los listos más listos y a los tontos más tontos" [4]. Conviene aprovecharla bien. Para lograrlo, es aconsejable ver junto con los educandos la televisión, y conversar después sobre lo que se ha visto. Así el aparato tan temido por algunos puede convertirse realmente en un "co-educador", en el sentido más pleno de la palabra.
Puede abrir nuevos horizontes y transmitir auténticos valores. Se puede descubrir también la propia responsabilidad por los programas, escribiendo cartas al director, haciendo sesiones de trabajo. De este modo cada uno puede salir del anonimato y de la pasividad, tan propios a la sociedad de consumo. Cada uno puede contribuir a buscar "una televisión con rostro humano": es decir, una televisión a la medida del hombre, y no un hombre a la medida de la televisión.
Adaptarse a la situación actual
En efecto, hace falta dar no sólo a los medios electrónicos, sino a toda la sociedad "un rostro humano". El primer paso para conseguirlo consiste en ser nosotros mismos verdaderamente "humanos", es decir, en vivir a la altura de nuestras posibilidades, esforzarnos por "ser quienes somos" —ni autómatas, ni marionetas— y abrirnos a los demás.
La globalización ha conducido a un gran cambio cultural en muchos ambientes tradicionalmente homogéneos. Pero esto no debe llevarnos al desconcierto. No puede ser que, en algunos círculos conservadores se vean personas preocupadas y agobiadas que añoran tiempos pasados. Pues una de las características fundamentales del mundo es su constante hacerse. Vivimos hoy de un modo distinto al que se vivía hace veinte, cincuenta o quinientos años. Nuestro tiempo no es un camino exterior por el que corremos, nuestro tiempo somos nosotros: es nuestro modo de ser y de ver la realidad, es nuestra mentalidad, son las experiencias que hemos tenido y la formación que hemos recibido, son nuestras sensibilidades y nuestros gustos y todas nuestras relaciones humanas.
Quien quiere influir en el presente, tiene que tener una actitud positiva hacia el mundo en que vive. No debe mirar al pasado, con nostalgia y resignación, sino que ha de adoptar una actitud positiva ante el momento histórico concreto: debería estar a la altura de los nuevos acontecimientos, que marcan sus alegrías y preocupaciones, sus ilusiones y decepciones, y todo su estilo de vida. "En toda la historia del mundo hay una única hora importante, que es la presente," dice Dietrich Bonhoeffer [5]. Los cambios de mentalidad invitan a exponer las propias convicciones de un modo distinto que antes, para que puedan comprenderlas también aquellos que no los comparten. A este respecto comenta un escritor español: "Naturalmente, yo no estoy dispuesto a modificar mis ideas por mucho que los tiempos cambien. Pero estoy dispuesto a poner todas las formulaciones externas a la altura de mis tiempos, por simple amor a mis ideas y a mis hermanos, ya que si hablo con un lenguaje muerto o un enfoque superado, estaré enterrando mis ideas y sin comunicarme con nadie" [6].
Abrirse al mundo
Cualquier persona, por erróneos que nos parezcan sus planteamientos, participa de alguna manera de la verdad: lo bueno puede existir sin mezcla de lo malo; pero no existe lo malo sin mezcla de lo bueno [7]. Por tanto, podemos aprender de todos. Si queremos comprender nuestro mundo, hemos de ampliar continuamente nuestro horizonte, profundizar en la verdad que hemos alcanzado, y buscarla allí donde puede encontrarse, esto es, en todas partes. En otras palabras, debemos estar dispuestos al diálogo, especialmente con aquellos que son distintos a nosotros.
Esta actitud —aparte de contribuir al bienestar de los demás (que se sienten apreciados)— facilita también el propio crecimiento. La situación es comparable a la de una persona que vive algún tiempo en el extranjero. Cuando vuelve al propio país, se da cuenta de que ha aprendido mucho: ve lo mismo de siempre, pero lo ve con otros ojos; puede distinguir ahora mejor entre lo esencial y lo accidental y ha adquirido cierta flexibilidad para adaptarse a nuevas situaciones. Por esta razón, en muchas empresas se prefiere dar el empleo a personas que tengan "experiencia en el exterior"; e incluso, muchas veces da lo mismo en qué país han vivido. Lo importante es que hayan estado fuera de su patria y hayan regresado.
III. CARACTERÍSTICAS DEL DIÁLOGO
Un diálogo no es una simple conversación, sino que es un encuentro entre dos (o varias) personas en un clima de amistad. Es una conversación hecha con un espíritu de apertura, comprensión y "benevolencia", en la que cada uno se muestra al otro tal como es y acepta al otro tal como es. Así, cada uno se enriquece con la parte de la verdad que viene del otro, y sabe integrarla armónicamente en su propia visión del mundo.
Un clima de amistad
En ocasiones, nos comportamos de un modo poco natural: nos cerramos ante los demás. En nuestra cultura aprendemos pronto a ser "fuertes" y a "defendernos" en la selva de la vida. La vulnerabilidad es peligrosa y por tanto prohibida. Tendemos a esconder sutilmente nuestras sombras y nuestros miedos, nuestras necesidades y debilidades. Algunos consiguen con este comportamiento un determinado reconocimiento social, pero pagan por ello un gran precio: niegan su propia humanidad, y renuncian a una vida en libertad.
Si una persona se esconde detrás de una muralla gruesa, no está ni en contacto consigo misma, ni tampoco le será posible entrar en contacto con otros. Para lograrlo, es indispensable "desarmarse", aceptar que soy vulnerable, reconocer los propios bloqueos, fisuras y deficiencias.
Quien ha encontrado su identidad, es una persona fuerte. No necesita ofender al otro para mostrar la propia superioridad. Es sereno, pacífico y generoso. Y cuanto más firmes son las propias convicciones, más flexible y acogedora puede ser la persona. Es como un árbol con raíces profundas, que da sombra, apoyo y alivio a quien lo busque.
Cuando se empieza a dialogar, cada uno debe ver lo bueno en el otro, según aconseja la sabiduría popular: "Si quieres que los otros sean buenos, trátales como si ya lo fuesen." Donde reina el amor, no hace falta cerrarse por miedo de ser herido. Por esto, es tan importante mostrar simpatía y cariño, si queremos entrar en contacto con los demás. Amar no consiste simplemente en hacer cosas para alguien, sino en confiar en la vida que hay en él. Consiste en comprender al otro con sus reacciones más o menos oportunas, sus miedos y sus esperanzas. Es hacerle descubrir que es único y es digno de atención, es ayudarle a aceptar su propio valor, su propia belleza, la luz oculta en él, el sentido de su existencia. Y consiste en manifestar al otro la alegría de estar a su lado.
Si una persona experimenta que es amada por lo que es, sin necesidad alguna de mostrarse competente o interesante, se siente segura en presencia del otro; desaparecen las máscaras y las barreras tras las que se ha escondido. Ya no hace falta ni demostrar ni retener nada; ya no hace falta protegerse. Cuando alguien adquiere la libertad de ser él mismo, se vuelve amable. Surge en él una vida nueva que le da una sana autonomía.
Conocer al otro
Para poder amar, hay que conocer. A veces, tenemos ideas bastante desfiguradas acerca de las tradiciones y costumbres de los ciudadanos extranjeros, y hacemos juicios injustos sobre sus planes e intenciones. En ocasiones, ignoramos completamente las razones que los mueven. Así, podemos inconscientemente y por falta de conocimientos contristar e incluso herirlos. Por ejemplo, la abstención de ciertos alimentos —en el caso de los musulmanes o judíos— puede parecernos caprichosa, si no consideramos la motivación religiosa que está en el fondo de este comportamiento.
Conviene tener en cuenta la disposición de ánimo de los demás, saber lo que quieren y lo que rechazan. Por eso es preciso estudiar su historia y cultura, su religión y vida espiritual, y hasta la psicología de su pueblo. ¿Conocemos todo lo que hay de bello y precioso en las otras culturas?
Pero para comprender a otra persona, necesitamos más que un conocimiento meramente libresco. Hace falta un conocimiento por simpatía, que llega más lejos que cualquier teoría, por muy acertada que sea: una madre conoce, ordinariamente, mejor a su hijo que un grupo de pedagogos.
El conocimiento por simpatía se logra en la convivencia, en el trato directo, en la mutua colaboración. En Alemania, durante varios siglos, los cristianos católicos y los evangélicos solían vivir en regiones distintas, frecuentar colegios diversos, eran muy pocos los matrimonios entre personas de distinta confesión y, en general, evitaban cualquier contacto personal. Así, unos construían de otros una imagen cada vez más falsa y menos acorde con las exigencias mínimas de la justicia. Pero cuando, durante la Segunda Guerra Mundial, los "hermanos separados" se encontraban de repente juntos en los campos de concentración del "Tercer Reich", luchando por la misma causa y dispuestos a morir —conjuntamente- por su fe en Jesucristo, entonces "comenzó el ecumenismo en Alemania" [8]. Los católicos y los evangélicos descubrieron que tenían mucho en común, empezaron a apreciarse mutuamente y, favorecidos por los grandes desplazamientos de población después de esta horrible guerra —las expatriaciones y traslados forzados-, se pusieron a trabajar juntos. El encuentro existencial entre ellos les había revelado la falsedad de muchos de sus esquemas mentales.
Respetar al otro
El hecho de ser distintos constituye una gran riqueza y es, en principio, una fuente de aprendizaje continuo. Las diferencias no pueden ser negadas; no necesitan ser niveladas. Cada hombre es original y tiene el pleno derecho a serlo. Se ha llegado a decir que la capacidad de reconocer diferencias es por antonomasia la regla que indica el grado de cultura e inteligencia del ser humano. En este contexto podemos recordar un antiguo proverbio chino, según el cual "la sabiduría comienza perdonándole al prójimo el ser diferente." No es una armonía uniforme, sino una tensión sana entre los respectivos polos la que hace la vida interesante, le da profundidad y anchura, le da color y relieve.
Actualmente, tenemos un convencimiento más firme que en otras épocas de que cada hombre tiene el derecho de ser él mismo el protagonista de su vida; goza de una honda libertad para decidir su destino (que puede considerarse el núcleo de su intimidad). No podemos, bajo ningún pretexto, destruir ese espacio íntimo. Es esto lo que se intenta cuando se impide a alguien vivir según sus convicciones más profundas. Puede ser que esta persona realice objetivamente un mal, pero si lo hace "libremente" y siguiendo su luz interior, es mejor que cuando hace un bien de un modo forzado [9].
Esta actitud de profundo respeto lo manifestó, por ejemplo, el último rey polaco de la estirpe de los Jajhelloni. En los tiempos en que en Occidente tenían lugar los procesos de la Inquisición y se encendían hogueras para los herejes, este rey dio pruebas de la tolerancia cuando aseguró a sus súbditos: "No soy rey de vuestras conciencias" [10].
Por otro lado, hay que tener en cuenta que la actitud de respeto es más que mera tolerancia. Mientras la tolerancia proporciona solamente el margen (necesario) para una convivencia posible entre los hombres, el respeto apunta a la relación misma entre ellos y al desafío que supone la vida de uno para los demás. El hecho de que "la verdad se conoce por la fuerza de la misma verdad", no significa sólo la descalificación de todos los actos contrarios a la libertad y al aprecio de las decisiones del otro. Implica igualmente la responsabilidad, para todas las personas, de buscar el sentido completo de la existencia, cada una en la medida de sus posibilidades individuales.
Pero en lo relativo a los demás, el primer deber consiste en respetar las decisiones que ellos toman acerca de su vida. No debemos reprocharnos mutuamente estrechez de ánimo, hipocresía o una intencionalidad poco noble. No debemos poner etiquetas ni clasificar a nadie.
Sólo cuando uno trata de comprender al otro, se puede crear un clima de confianza. Y sólo cuando uno se muestra abierto hacia las personas que piensan de modo distinto, que hablan otras lenguas, que creen, piensan y actúan de modo diferente, se puede preparar un acercamiento mutuo. La delicadeza se refleja, no en último lugar, en el vocabulario. Lleva a eliminar palabras, juicios y actos que no sean conformes, según justicia y verdad, a la condición de los demás, y que, por tanto, pueden hacer más difíciles las mutuas relaciones con ellos.
Es conocido el extraordinario respeto que mostraba Tomás de Aquino hacia sus adversarios. Incluso cuando este gran filósofo de la Edad Media estaba completamente en desacuerdo con alguien, explicaba la idea contraria con los términos más favorables, claros y objetivos que le fuera posible, procurando no distorsionar el argumento con el fin de facilitar la prevalencia de su propia posición. En ocasiones demostraba tal imparcialidad a la hora de formular las posturas de los demás que las hacía parecer razonables y posibles; incluso, a veces, exponía las teorías con más convicción que sus instigadores [11].
Dar a conocer la propia identidad
Una persona que actúa según esta espiritualidad de diálogo, intenta dar a conocer todo lo que piensa, con claridad y suavidad, y adaptado a las circunstancias de cada caso. No busca compromisos baratos, sabiendo que no hay nada tan ajeno a la paz como una actitud relativista o indiferente ante la verdad. Por lo contrario, quiere hacer participar a los demás de las soluciones que ha encontrado.
Asimismo, para ganar en sinceridad en cualquier relación humana, es conveniente y necesario, dar a conocer la propia identidad. El otro quiere saber quién soy yo, y yo quiero saber quién es él. Si hacemos amistad con una persona de otra raza o nación, otro partido político o confesión religiosa, nos interesa realmente lo que piensa y cree. Si reprimimos las diferencias y nos acostumbramos a callarlo todo, previa conformidad tácita, tal vez podamos gozar durante algún tiempo de una armonía aparente. Pero en el fondo, nos moveríamos en un ambiente de confusión. No nos aceptaríamos mutuamente tal como somos en realidad, y nuestra relación se tornaría cada vez más superficial, más decepcionante, hasta que, antes o después, se rompería. En cambio, cuando seguimos cada uno fielmente nuestras propias convicciones, puede parecer, en ciertas circunstancias, que tenemos poco en común, que estamos bastante alejados los unos de los otros. Pero interiormente nos parecemos mucho más que cuando nos juntamos en acuerdos superficiales y dejamos de lado la pregunta por la verdad. Si cada uno sigue su propia luz interior, nos encontramos unidos en lo más hondo de nuestro ser. Tenemos la misma actitud fundamental que es la fidelidad a la propia conciencia. Existe entre nosotros una unidad no plenamente visible, pero sumamente real. Es tan real como la amistad que nos une.
Enriquecerse mutuamente
El diálogo consiste en dar y recibir; significa que ambas partes se escuchan atentamente, con ánimos de aprender, ya que "en todo comentario serio de un oponente se expresa una de las muchas facetas de la realidad" [12].
Es preciso distinguir entre lo fundamental (en lo que no podemos ceder sin cambiar nuestra identidad) y lo accidental (en lo que caben muchas opiniones distintas). El tener una sola postura, en cosas accidentales, es propio de ideologías. John Henry Newman comenta al respecto: "Siempre ha habido posturas diferentes... (en la vida intelectual y espiritual), y siempre las habrá. Si se terminaran para siempre, sería porque habría cesado toda vida espiritual e intelectual" [13]. Y Kierkegaard afirma que una persona se convierte en aburguesada, si absolutiza las cosas relativas [14].
Es enriquecedor conocer los pensamientos de los otros. Así se pueden corregir algunas posturas propias que tal vez se han vuelto exageradamente rígidas. En este sentido advierte San Agustín: "Que ninguno de nosotros diga que ya ha encontrado la verdad. Vamos a buscarla de tal manera, como si fuera desconocida para los dos. Entonces podemos buscarla con suma diligencia y caridad. Para ello es necesario que nadie piense arrogantemente que ya ha encontrado la verdad" [15].
Así, al final de un diálogo, nunca habrá un vencido y un vencedor; en el mejor de los casos encontraremos a dos (convencidos por la verdad).
Nota final
El diálogo nos exige buscar la propia identidad y superar aversiones y polémicas. Es un camino hacia la madurez y la paz. No siempre es fácil, pero nos ayuda a abrir las puertas (en vez de cerrar las fronteras) y a ver lo bueno en los demás (en vez de reprocharles su modo de ser diferentes). Aunque se producirán malentendidos y sufriremos decepciones, mientras los hombres vivan sobre la tierra, a través del diálogo podemos acercarnos, siempre de nuevo, al otro. Por esto es tan importante educar en el arte de practicarlo.
Notas
[1] Cf. P. HAHNE, Schluss mit lustig. Das Ende der Spassgesellschaft, Lahr/Schwarzwald 2005, p.119.
[2] F. M. DOSTOIEVSKI, cit. en Anselm GRÜN, 50 Engel für das Jahr, Freiburg-Basel-Wien 2000, p.53.
[3] Así, por ejemplo, Tonino GUERRA, el "poeta" que inspiraba al gran director de cine Federico Fellini, lanzó hace algún tiempo una provocación atrevida: "Apaguemos todos los televisores durante un año, verán cómo los valores, la fantasía y la espiritualidad renacerán en el corazón de todos." Cf. Las sanas provocaciones del Festival del Cine Espiritual, Agencia internacional "Zenit", 19-XI-1998.
[4] H. GIESECKE, Wozu ist die Schule da? Die neue Rolle von Eltern und Lehrern, 2ª ed. Stuttgart 1997, p.38.
[5] D. BONHOEFFER, Predigten, Auslegungen, Meditationen I, 1984, pp.196-202.
[6] J.L. MARTÍN DESCALZO, Razones para la alegría, 8ª ed., Madrid 1988, p.42.
[7] TOMÁS DE AQUINO, Summa theologiae I-IIae q.109, a.1, ad 1.
[8] W. KASPER, Ein Herr, ein Glaube, eine Taufe, en "Stimmen der Zeit" (2002/2), p.75.
[9] Cf. R. BUTTIGLIONE: Zur Philosophie von Karol Wojtyla, en Johannes Paul II., Zeuge des Evangeliums, ed. por St. HORN y A. RIEBEL, Würzburg 1999, pp.36 y39.
[10] JUAN PABLO II, Cruzando el umbral de la Esperanza, Barcelona 1994, p.160.
[11] Cf. J.PIEPER, Guide to Thomas Aquinas, Notre Dame/Indiana 1987, p.77.
[12] Ibid., pp. 83s.
[13] J. H. NEWMAN, cit. por J. L. MARTÍN DESCALZO, Razones para el amor, Madrid 1991, p.47.
[14] S. KIERKEGAARD, cit. en P. HAHNE, Schluss mit lustig. Das Ende der Spassgesellschaft, cit., p.73. 15 SAN AGUSTÍN, Contra epistolam quam vocant fundamenti, Corpus Scriptorum Ecclesiasticorum Latinorum 25, 195.
lunes, 15 de septiembre de 2008
Colisionador LHC "¿La máquina de Dios?"
Ayer funcionó con éxito el más grande colisionador de hadrones que tiene el mundo. Es un anillo de 27 Km de diámetro, que se encuentra a 100 m de profundidad, en la frontera entre Suiza y Francia. Hará girar protones positivos en un sentido del anillo y negativos en el otro. Se alcanzarán velocidades cercanas a la de la luz para luego hacerlos chocar. El experimento más importante de la historia tiene dos fines: verificar la teoría de partículas más aceptado: para ello habría que encontrar el bosón de Higgs, partícula por ahora teórica. El otro objetivo es recrear, en pequeño, los primeros instantes del Big Bang, de allí el nombre de "máquina de Dios". Estimo que este es un nombre que contradice el segundo mandamiento "No tomarás el nombre de Dios en vano". Mejor llamarlo simplemente por sus siglas LHC (Large Hadron Collider).
jueves, 14 de agosto de 2008
Alcoholismo
Noción. Ordinariamente se aplica el nombre de e. a la pérdida total o parcial de la conciencia, debida a la intoxicación por el alcohol etílico (v. ALCOHOLISMO) o por otras bebidas (v.) espirituosas. La e. puede ser total o incompleta: en la e. total hay una pérdida absoluta del control de conciencia; en la e. incompleta no se llega a ese estado, aunque se embotan las potencias intelectuales y disminuye la capacidad de una actuación moral, libre y responsable. Algunos autores distinguen también la e. como acto (e. activa) y la e. como estado (e. pasiva), refiriéndose con la primera expresión al acto de embriagarse, es decir, al acto de tomar vino o licor en cantidad suficiente para provocar el estado de e. En realidad, aunque puede hablarse del acto de e. (sobre todo cuando desde el principio se bebe con intención de llegar a la e.), la e. propiamente dicha es el estado subsiguiente, que no viene calificado moralmente por sí mismo, puesto que no es en sí misma una culpa, sino el efecto de una culpa, pero que se hace imputable al sujeto en virtud de la voluntariedad con que haya puesto los medios para llegar a la e.
Malicia. Conviene advertir que todas las consideraciones morales que se hagan a propósito de este tipo de e. pueden aplicarse también, prácticamente, a la pérdida de conciencia que sea consecuencia de la suministración de drogas.
El pecado de e. es reprobado repetidamente por la S. E. «Los ebrios ... no poseerán el reino de Dios» (1 Cor 6,10; cfr. Gal 5,21; 1 Cor 5,11; Rom 13,13; Luc 21,34); «Ay de los que se levantan con el alba para seguir la embriaguez, y se quedan por la noche hasta que el vino les enciende» (Is 5,11); cfr. también Prv 23,29; Sap 19,1; Is 28,7. Los Padres de la Iglesia y los teólogos son unánimes en condenar severamente este vicio (cfr., p. ej., Santo Tomás, Sum. Th. 2-2 gl50 a2). La e. completa o total es pecado mortal, si se trata de una e. prevista y querida. Esta gravedad no reside en el simple exceso de bebida (v. TEMPLANZA), ni en su mera voluntariedad, ni siquiera en la pérdida momentánea del uso de la razón en sí misma, sino en la irracional suspensión temporal de los poderes intelectuales y en la inhibición, sin motivo suficiente, de la censura moral, hechos éstos que al coexistir con una cierta capacidad de actuación hacen además posibles actos lesivos a la ley de Dios, que quizá no se cometerían.
La calificación moral de la e. se diferencia esencialmente, por estas razones, de la pérdida de conciencia que se verifica en la anestesia total o en otras situaciones semejantes, motivadas por un fin terapéutico, es decir, razonable (v. DROGAS III). En estos casos el motivo justo y suficientemente grave equilibra los inconvenientes de la pérdida momentánea de la conciencia, mientras que la e. ilícita obedece a motivos de goce sensible o se busca como un medio (inadecuado e ineficaz, por otra parte) para huir de situaciones difíciles o para evitar momentáneamente ciertas responsabilidades. El envilecimiento de la condición humana, las actitudes inmorales y repugnantes que pueden aparecer durante la e., el daño que se causa a la salud corporal (especialmente con la e. repetida y habitual), los perjuicios acarreados a la armonía familiar y a la convivencia social, y el riesgo de contraer una verdadera esclavitud (dipsomanía) con respecto a las bebidas embriagantes, son otros motivos que contribuyen a configurar la gravedad moral de este pecado.
Cuando la e. no es completa, de ordinario no hay materia grave y no se llega al pecado mortal, pero por circunstancias especiales podría también llegarse: p. ej., por razón del escándalo que se produzca; por el daño que se cause, a sí mismo o a otros; por la intención torcida que haya motivado la e. parcial, etc. Los pecados que se cometen en estado de e. completa no son imputables en sí mismos, puesto que se realizan sin advertencia -la imputabilidad directa existirá en mayor o menor grado según sea mayor o menor el uso de razón que entonces se tenga-, pero son imputables en su causa (que es la e. misma) si se previeron al menos confusamente antes de embriagarse, o si se pudieron y debieron prever. Esta imputabilidad de los efectos puede disminuir o incluso desaparecer cuando la e. es fruto de impulsos anormales e incoercibles -como sucede en la auténtica dipsomanía-, que quitan al sujeto la posibilidad de resistir a la tendencia a beber; aunque por otra parte la dipsomanía misma no deje de ser a veces imputable, si no se pusieron a tiempo los medios adecuados para evitarla.
El deber de una abstinencia completa de las bebidas alcohólicas no puede demostrarse por la S. E. ni por la práctica de la Iglesia ni por motivos de razón natural. A este respecto, recuérdese, p. ej., el milagro de la conversión del agua en vino en Caná de Galilea (lo 2,1-11), el vino que Jesús tomó con los Apóstoles antes de instituir la Eucaristía (Le 22,17-18), la elección del vino como materia de ese mismo sacramento (Le 22,20 y paralelos), el consejo de Pablo a Timoteo (1 Tim 5,23), etc. Estos testimonios -y el que ofrece la conciencia cristiana en todas las épocas- demuestran incluso cómo un uso de las bebidas alcohólicas, moderado por la templanza, pueda ser positivamente bueno, por motivos de convivencia, de relación social, como estimulante ligero, etc.
No obstante, en particulares circunstancias es de alabar una libre y ponderada abstinencia, querida por motivos sobrenaturales, p. ej., la caridad fraterna: «Bueno es no comer carne, ni beber vino, ni hacer nada en que tu hermano tropiece, o se escandalice, o flaquee» (Rom 14,21). Esa abstinencia puede incluso llegar a constituir un deber personal en determinadas ocasiones: como medio de lucha contra malos hábitos ya adquiridos en este campo; como medio apostólico y pastoral para el trabajo entre una población. fuertemente dominada por el alcoholismo; porque así lo exijan las circunstancias (por prudencia o por ley positiva) en caso de conductores de automóviles, pilotos de aviones, etc., o en general cuando se trata de profesiones para cuyo ejercicio se requiere una completa abstinencia.
La responsabilidad moral de la e. se extiende también a los que cooperan en la e. ajena, bien negativamente (cuando no se impide la e. de otro, pudiendo y debiendo hacerlo), bien positivamente (cuando se facilita directamente la e., animando, proporcionando con ese fin la bebida necesaria, etc.). La gravedad moral de la cooperación aumenta cuando tiene además como objeto otros fines ilícitos (corrupción, seducción, etc.), que piensan conseguirse cuando la e. impida la resistencia del sujeto.
Medios espirituales contra el alcoholismo. Paralelamente a las iniciativas surgidas para combatir el alcoholismo desde un punto de vista social y meramente humano, han surgido otras que, haciendo hincapié en motivaciones de orden sobrenatural, han colaborado a disminuir su extensión. Desde ese punto de vista merece destacarse la labor dal capuchino irlandés Theobald Mathew, que en 1837 funda la Liga de la Cruz, dando origen a un movimiento que se extendió después a Estados Unidos (donde fue confirmado por los Concilios de Baltimore, 1840 y 1884, y por el Sínodo de Cincinnati), Inglaterra, Francia, Polonia, Lituania, Bélgica, etc. El objetivo fundamental era el de conseguir una promesa de abstinencia que sirviera de dique al alcoholismo, al mismo tiempo que se realizaba una labor de propaganda para dar a conocer los malos efectos económicos, sociales y fisiológicos del alcoholismo; su relación con la decadencia del individuo, arruinando su salud, la inteligencia, la libertad; con la decadencia de la familia, y con la de la sociedad, etc. (cfr. Carta del Card. Merry del Val al presidente de la Ligue Internationale Catholique contre l' alcoolisme, 23 abr. 1914: AAS 6, 1914, 266-247).
También en un plano individual, siendo la e. y el alcoholismo contrarios a la templanza, uno de los más eficaces remedios será precisamente la práctica de esta virtud. En general, tratándose de estados de intoxicación crónica, pueden aplicarse a la e. habitual los mismos criterios que se indican a propósito de las drogas, aunque el alcoholismo presente mejores posibilidades de curación que otras toxicomanías (v.). No obstante, es indispensable una colaboración entre la asistencia espiritual y los otros medios (sociales, médicos, psicológicos, etc.) que se empleen. La gran proporción de alcoholizados con una situación familiar irregular, con anomalías de personalidad, en desfavorables condiciones de habitación y trabajo, etc., indica que el problema ha de afrontarse en diversos campos. Entre los consejos ascéticos específicos, pueden destacarse la huida de las ocasiones, la conveniencia de evitar el ocio y lógicamente la necesidad de abandonar la bebida (recurriendo incluso a centros especializados) aunque, como es obvio, este punto sea el que se trata de conseguir y sea difícil que el interesado lo cumpla. La labor espiritual, sobre todo, consistirá por eso en preparar el alma y fortificarla, para que la conciencia -llegando a tener sensibilidad ante las exigencias de la Voluntad de Dios- pueda hacerse fuerte en motivos sobrenaturales y cuente con más resortes para vencer la tentación hacia la embriaguez.
Malicia. Conviene advertir que todas las consideraciones morales que se hagan a propósito de este tipo de e. pueden aplicarse también, prácticamente, a la pérdida de conciencia que sea consecuencia de la suministración de drogas.
El pecado de e. es reprobado repetidamente por la S. E. «Los ebrios ... no poseerán el reino de Dios» (1 Cor 6,10; cfr. Gal 5,21; 1 Cor 5,11; Rom 13,13; Luc 21,34); «Ay de los que se levantan con el alba para seguir la embriaguez, y se quedan por la noche hasta que el vino les enciende» (Is 5,11); cfr. también Prv 23,29; Sap 19,1; Is 28,7. Los Padres de la Iglesia y los teólogos son unánimes en condenar severamente este vicio (cfr., p. ej., Santo Tomás, Sum. Th. 2-2 gl50 a2). La e. completa o total es pecado mortal, si se trata de una e. prevista y querida. Esta gravedad no reside en el simple exceso de bebida (v. TEMPLANZA), ni en su mera voluntariedad, ni siquiera en la pérdida momentánea del uso de la razón en sí misma, sino en la irracional suspensión temporal de los poderes intelectuales y en la inhibición, sin motivo suficiente, de la censura moral, hechos éstos que al coexistir con una cierta capacidad de actuación hacen además posibles actos lesivos a la ley de Dios, que quizá no se cometerían.
La calificación moral de la e. se diferencia esencialmente, por estas razones, de la pérdida de conciencia que se verifica en la anestesia total o en otras situaciones semejantes, motivadas por un fin terapéutico, es decir, razonable (v. DROGAS III). En estos casos el motivo justo y suficientemente grave equilibra los inconvenientes de la pérdida momentánea de la conciencia, mientras que la e. ilícita obedece a motivos de goce sensible o se busca como un medio (inadecuado e ineficaz, por otra parte) para huir de situaciones difíciles o para evitar momentáneamente ciertas responsabilidades. El envilecimiento de la condición humana, las actitudes inmorales y repugnantes que pueden aparecer durante la e., el daño que se causa a la salud corporal (especialmente con la e. repetida y habitual), los perjuicios acarreados a la armonía familiar y a la convivencia social, y el riesgo de contraer una verdadera esclavitud (dipsomanía) con respecto a las bebidas embriagantes, son otros motivos que contribuyen a configurar la gravedad moral de este pecado.
Cuando la e. no es completa, de ordinario no hay materia grave y no se llega al pecado mortal, pero por circunstancias especiales podría también llegarse: p. ej., por razón del escándalo que se produzca; por el daño que se cause, a sí mismo o a otros; por la intención torcida que haya motivado la e. parcial, etc. Los pecados que se cometen en estado de e. completa no son imputables en sí mismos, puesto que se realizan sin advertencia -la imputabilidad directa existirá en mayor o menor grado según sea mayor o menor el uso de razón que entonces se tenga-, pero son imputables en su causa (que es la e. misma) si se previeron al menos confusamente antes de embriagarse, o si se pudieron y debieron prever. Esta imputabilidad de los efectos puede disminuir o incluso desaparecer cuando la e. es fruto de impulsos anormales e incoercibles -como sucede en la auténtica dipsomanía-, que quitan al sujeto la posibilidad de resistir a la tendencia a beber; aunque por otra parte la dipsomanía misma no deje de ser a veces imputable, si no se pusieron a tiempo los medios adecuados para evitarla.
El deber de una abstinencia completa de las bebidas alcohólicas no puede demostrarse por la S. E. ni por la práctica de la Iglesia ni por motivos de razón natural. A este respecto, recuérdese, p. ej., el milagro de la conversión del agua en vino en Caná de Galilea (lo 2,1-11), el vino que Jesús tomó con los Apóstoles antes de instituir la Eucaristía (Le 22,17-18), la elección del vino como materia de ese mismo sacramento (Le 22,20 y paralelos), el consejo de Pablo a Timoteo (1 Tim 5,23), etc. Estos testimonios -y el que ofrece la conciencia cristiana en todas las épocas- demuestran incluso cómo un uso de las bebidas alcohólicas, moderado por la templanza, pueda ser positivamente bueno, por motivos de convivencia, de relación social, como estimulante ligero, etc.
No obstante, en particulares circunstancias es de alabar una libre y ponderada abstinencia, querida por motivos sobrenaturales, p. ej., la caridad fraterna: «Bueno es no comer carne, ni beber vino, ni hacer nada en que tu hermano tropiece, o se escandalice, o flaquee» (Rom 14,21). Esa abstinencia puede incluso llegar a constituir un deber personal en determinadas ocasiones: como medio de lucha contra malos hábitos ya adquiridos en este campo; como medio apostólico y pastoral para el trabajo entre una población. fuertemente dominada por el alcoholismo; porque así lo exijan las circunstancias (por prudencia o por ley positiva) en caso de conductores de automóviles, pilotos de aviones, etc., o en general cuando se trata de profesiones para cuyo ejercicio se requiere una completa abstinencia.
La responsabilidad moral de la e. se extiende también a los que cooperan en la e. ajena, bien negativamente (cuando no se impide la e. de otro, pudiendo y debiendo hacerlo), bien positivamente (cuando se facilita directamente la e., animando, proporcionando con ese fin la bebida necesaria, etc.). La gravedad moral de la cooperación aumenta cuando tiene además como objeto otros fines ilícitos (corrupción, seducción, etc.), que piensan conseguirse cuando la e. impida la resistencia del sujeto.
Medios espirituales contra el alcoholismo. Paralelamente a las iniciativas surgidas para combatir el alcoholismo desde un punto de vista social y meramente humano, han surgido otras que, haciendo hincapié en motivaciones de orden sobrenatural, han colaborado a disminuir su extensión. Desde ese punto de vista merece destacarse la labor dal capuchino irlandés Theobald Mathew, que en 1837 funda la Liga de la Cruz, dando origen a un movimiento que se extendió después a Estados Unidos (donde fue confirmado por los Concilios de Baltimore, 1840 y 1884, y por el Sínodo de Cincinnati), Inglaterra, Francia, Polonia, Lituania, Bélgica, etc. El objetivo fundamental era el de conseguir una promesa de abstinencia que sirviera de dique al alcoholismo, al mismo tiempo que se realizaba una labor de propaganda para dar a conocer los malos efectos económicos, sociales y fisiológicos del alcoholismo; su relación con la decadencia del individuo, arruinando su salud, la inteligencia, la libertad; con la decadencia de la familia, y con la de la sociedad, etc. (cfr. Carta del Card. Merry del Val al presidente de la Ligue Internationale Catholique contre l' alcoolisme, 23 abr. 1914: AAS 6, 1914, 266-247).
También en un plano individual, siendo la e. y el alcoholismo contrarios a la templanza, uno de los más eficaces remedios será precisamente la práctica de esta virtud. En general, tratándose de estados de intoxicación crónica, pueden aplicarse a la e. habitual los mismos criterios que se indican a propósito de las drogas, aunque el alcoholismo presente mejores posibilidades de curación que otras toxicomanías (v.). No obstante, es indispensable una colaboración entre la asistencia espiritual y los otros medios (sociales, médicos, psicológicos, etc.) que se empleen. La gran proporción de alcoholizados con una situación familiar irregular, con anomalías de personalidad, en desfavorables condiciones de habitación y trabajo, etc., indica que el problema ha de afrontarse en diversos campos. Entre los consejos ascéticos específicos, pueden destacarse la huida de las ocasiones, la conveniencia de evitar el ocio y lógicamente la necesidad de abandonar la bebida (recurriendo incluso a centros especializados) aunque, como es obvio, este punto sea el que se trata de conseguir y sea difícil que el interesado lo cumpla. La labor espiritual, sobre todo, consistirá por eso en preparar el alma y fortificarla, para que la conciencia -llegando a tener sensibilidad ante las exigencias de la Voluntad de Dios- pueda hacerse fuerte en motivos sobrenaturales y cuente con más resortes para vencer la tentación hacia la embriaguez.
sábado, 5 de julio de 2008
Zaragoza: Agua y desarrollo sustentable -14/7 al14/9
La Tribuna del Agua es la propuesta de pensamiento que ha sido creada, junto a la oferta expositiva, lúdica y cultural para responder a las necesidades de una Exposición Internacional que nace de la voluntad de realizar un ejercicio de reflexión, debate y encuentro de soluciones en relación con el agua y la sostenibilidad.
Recopilar y sintetizar conocimiento universal para contribuir a reorientar y mejorar los modelos y sistemas vigentes en materia de agua y desarrollo sostenible para el siglo XXI, todo ello bajo la óptica de la innovación. Este objetivo será alcanzado mediante el desarrollo de una serie de procesos (Semanas Temáticas, Ágora, Eventos y Encuentros Paralelos) en los que intervendrán los más relevantes actores internacionales del panorama actual del agua.
La Tribuna del Agua, herramienta intelectual de Expo Zaragoza 2008, apunta con su misión al encuentro del conocimiento en materia de los temas más acuciantes de agua y desarrollo sostenible, para que se debatan, concilien, compendien, ordenen, destilen, editen, publiquen y difundan.
El Legado de la Tribuna del Agua, sintetizado en la Carta de Zaragoza, contribuirá a posicionar a Zaragoza como referente mundial en materia de agua ofreciendo su experiencia hídrica en beneficio de la cuenca del Mediterráneo y de los países de Iberoamérica.
Actividades
5 y 6 de julio
Foro Ético del Agua
(aforo completo)
5 de julio
R. de Corea en el pabellón de Tribuna del Agua
5 de julio
Cine del agua: programa 10
5 de julio
Argentina en el pabellón de Tribuna del Agua
5 de julio
Diálogo-entrevista Cristina Narbona - Pepa Roma
Recopilar y sintetizar conocimiento universal para contribuir a reorientar y mejorar los modelos y sistemas vigentes en materia de agua y desarrollo sostenible para el siglo XXI, todo ello bajo la óptica de la innovación. Este objetivo será alcanzado mediante el desarrollo de una serie de procesos (Semanas Temáticas, Ágora, Eventos y Encuentros Paralelos) en los que intervendrán los más relevantes actores internacionales del panorama actual del agua.
La Tribuna del Agua, herramienta intelectual de Expo Zaragoza 2008, apunta con su misión al encuentro del conocimiento en materia de los temas más acuciantes de agua y desarrollo sostenible, para que se debatan, concilien, compendien, ordenen, destilen, editen, publiquen y difundan.
El Legado de la Tribuna del Agua, sintetizado en la Carta de Zaragoza, contribuirá a posicionar a Zaragoza como referente mundial en materia de agua ofreciendo su experiencia hídrica en beneficio de la cuenca del Mediterráneo y de los países de Iberoamérica.
Actividades
5 y 6 de julio
Foro Ético del Agua
(aforo completo)
5 de julio
R. de Corea en el pabellón de Tribuna del Agua
5 de julio
Cine del agua: programa 10
5 de julio
Argentina en el pabellón de Tribuna del Agua
5 de julio
Diálogo-entrevista Cristina Narbona - Pepa Roma
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